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"Pelayo de Oviedo: edición crítica de la Chronica y su pensamiento político", de Francisco Javier Fernández Conde

Ediciones Trea
viernes 29 de octubre de 2021, 18:00h
Pelayo de Oviedo: Edición crítica de la 'Chronica' y su pensamiento político
Pelayo de Oviedo: Edición crítica de la 'Chronica' y su pensamiento político
Desde hace bastante tiempo se realizan críticas negativas a toda la obra historiográfica del obispo don Pelayo de Oviedo, obispo ovetense entre los años 1101 y 1130. En este libro, magnífico y muy completo, mi maestro y amigo el profesor Francisco Javier Fernández Conde realiza un riguroso y pormenorizado estudio sobre este cronista, que se puede denominar sin ambages como legionense o leonés, ya que forma parte de los historiadores de la Corona o Reino de León.

Quizás en esta pertenencia estén contenidas las críticas que siempre ha recibido, ya que es obvio que el castellanismo imperante antilegionense campa por sus respetos, desde que los Reyes-Emperadores de León no pusieron los medios necesarios como para atar corto a sus dependientes y sediciosos condes. Todo ello parte del peyorativo calificativo de falsario-fabulosus, que es aquel que fabula la realidad histórica, el calificativo proviene del fraile agustino Henrique Flórez (1702-1773), que no dejó títere con cabeza en relación con este historiador del Reino de León. Los “hombres” de la Ilustración española del siglo XIX también se ocuparon de descalificar a los historiadores del Medioevo, que ellos definían como falsos cronicones.

Este análisis claramente negativo sigue abarcando a su gran obra monumental que se llama Liber Testamentorum, que se encuentra en el archivo de la catedral de Oviedo. “Seguramente uno de los mejores manuscritos románicos de esa índole producidos en Europa durante este período histórico. La belleza de sus miniaturas y la cuidada ejecución formal de la copia de toda la obra han sido reconocidos por muchos especialistas en esta clase de estudios e investigaciones”. El prelado ovetense fue un conspicuo clérigo, político e intelectual destacado del Reino de León, consejero del monarca-emperador Alfonso VI de León. Se le conoce como uno de los primeros cronistas, del Medioevo, con nombre conocido.

En el año 1130 fue obligado a renunciar por Alfonso VII de León, probablemente por haber estado más que involucrado en el reinado de la Reina Urraca I de León. Durante este último, 1115, convocó un Concilio en la Catedral de Oviedo. Recuperó su sede, en circunstancias históricas ignotas, entre los años 1142 y 1143. Hasta tal punto era eximio, que se conoce la existencia de una epístola del papa Pascual II, 21 de septiembre de 1105, por medio de la cual la diócesis ovetense pasaba a depender directamente de la Silla Apostólica, y ningún prelado metropolitano podía intervenir o tener jurisdicción sobre Oviedo. Tenía un importante componente artístico y arquitectónico, y por ello dirigió la reedificación de la parte anterior de la Cámara Santa, y la restauración de la capilla del Rey Alfonso II el Casto. Se le atribuye una estatua magistral, plena de intensidad, y que no es otra que la del Salvador de Oviedo.

El obispo decidió que toda la documentación judicial relativa a la diócesis ovetense se copiara y reuniera en lo que se denominó como el Liber testamentorum. Los cronistas medievales escribían sus obras ad maiorem gloriam de los monarcas de la época, aunque no tenían ningún inconveniente en denostar o defender al rey, según el caso a tratar, y en función de la propia ideología del historiador de turno. Este aserto es prístino en el caso del estudio que realiza el obispo de Oviedo con respecto a los diversos monarcas de la monarquía legionense de los siglos X y XI. “La de Bermudo II, por ejemplo, constituye, por sí sola, una muestra elocuente de cómo puede ser utilizado el relato histórico en una crónica para anatematizar a un soberano en apuros y con resultados catastróficos frente al poder del enemigo: el Islam representado por Almanzor en el desastre de los ataques a León, el corazón del reino cristiano. Y no resulta fácil entender el por qué, exactamente, de semejante inquina. Por el contrario, la de Alfonso VI representa la otra cara: la de la devoción, con ribetes hagiográficos, hacia un soberano y en este caso no por casualidad: Alfonso VI había sido el monarca que pusiera la primera piedra del impresionante señorío episcopal de San Salvador de Oviedo, donándole la tierra de Llangréu en 1075”. El obispo del Reino de León, que hoy me ocupa y me preocupa, considera como el deber regio primordial aquel que se refiere a defender-favorecer-engrandecer a la Iglesia católica, y proteger sus bienes; ambas cuestiones eran inherentes al comportamiento esencial del auténtico monarca de esa época. “En realidad, lo que formulaban los autores eclesiásticos más destacados de los siglos VI-VII era la concepción ministerial del poder regio en función del Reino de Dios, o, si se precisa más, del ‘sacerdocio’ y de la misma iglesia y sus ministros más destacados, los obispos, poniendo así las bases de la hierocracia medieval en sus variadas vertientes, según las modulaciones de los diferentes autores de los siglos centrales del Medioevo”.

La obra sigue el estilo minucioso, soberbio, y siempre tan analítico del profesor Fdez. Conde, lo que está palpable en este libro de necesario conocimiento, que nos permitirá llegar a la consciencia de lo que fue la obra pelagiana en relación con el Estado más importante del Medioevo hispánico, el Regnum Imperium Legionensis, limpiando la hojarasca perniciosa existente, sobre este cronista de la Corona de León. Da la impresión de que el prelado tiene una visión, ciertamente, unitaria de las Españas. Se observa la existencia de alguna elucubración sobre la autonomía regia frente al poder eclesial. En suma ¡obra sobresaliente!, que se lee con gozo y satisfacción.Roma omnia venire; ET; Urbem venalem et mature perituram si emptorem invenerit”.

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