Una colección de textos compuestos por artilugios que caminan por una senda abierta entre el periodismo y el cuento, que se han dado en llamar articuentos, y cuyo mayor representante en España a mi entender es el maestro Juan José Millás, que es posible que sea el creador de este subgénero -pero hoy no toca hablar de esto-, aunque Ortiz Tafur no le anda a la zaga en cuanto a excelencia.
Ortiz Tafur es músico, articulista de opinión y escritor. Ha publicado los libros de relatos "Caminos que conducen a esto", "Yo soy la locura", "Tipos duros" y "El agua del buitre", además del poemario "Mensajes en una botella que estoy acabando", y ha sido galardonado en diversos certámenes literarios.
Ortiz Tafur vive dentro de sí y de sus rumores. Pero, como es norma, claro, mastica las palabras acondicionado por el medio en que vive, en que subsiste, en el que se desparrama, goza o sufre. Él lo hace desde Santiago-Pontones, un pueblo perdido en la Sierra de Segura, que para ubicarlo quizás deba acudir a Google Maps. Allí mora el autor de este libro tiempo ha, casi como un anacoreta, rodeado de naturaleza en estado puro.
Como urbanita que soy por definición, el mero hecho de pensarme en ese lugar me pone los vellos de punta y el ánimo en un aura de nostalgia. Durante muchos años pasé los fines de semana en una casa que teníamos en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche y fui muy feliz allí. Aun soy capaz de escuchar si me lo propongo, a los grillos, a los cárabos, a los ruiseñores, a las chicharras, a los gorriatos bajo las tejas, a los gatos, a los perros hablándose en la lejanía (.); de ver cómo una barra púrpura se asienta en el horizonte hasta que levemente cae la noche y esperar la aparición de la Vía Láctea por ver su movimiento, mientras fumo bajo el emparrado; de sentir el rabo izado de uno de los gatos que me roza la pierna, el perro que se encela y me pone la mano en la rodilla, una voz que llega rebotada de algún lado, en fin., que soy capaz decía, de instalarme ahora que escribo, en esa paz., de oír al viento ulular entre las ramas, el crepitar de la chimenea en invierno y, lo que es más importante, escuchar el silencio.
Porque el silencio se oye. Ante la ausencia de sonidos el silencio cobra vida y es como un leve y agradable zumbido que serena, que nos aplaca y nos hace cómplices de lo maravilloso y natural que es la vida, eso que hemos olvidado y cambiado por urgencias y necesidades, las más de las veces banales y creadas por los sistemas para encadenarnos a esa cosa que llaman Mercado.
Pues, desde allí, desde ese idílico lugar que imagino arañando en mi memoria, desde Santiago-Pontones decía, desde esa placenta primigenia, nacen estos escritos de Andrés Ortiz Tafur, llenos de sabiduría rural y de calma. De una filosofía básica y cotidiana con la que disecciona y ordena el mundo, o sea, la percepción del mundo que poseemos los demás, sobre todo los que vivimos en la urbe. Los ochenta textos de este libro emanan del diálogo interior, de la reflexión, del enfrentamiento entre la eterna dicotomía "deber ser" y "ser".
Ortiz Tafur, acunado por el medio del que hablamos, mira, coge un hilo, lo enrolla en un ovillo con el que hace un traje de letras -en el que cabe un mundo-, y con el que se abriga como escritor llevándonos a los lectores al asombro de lo cotidiano, a la grandeza de las pequeñas cosas, a la extrañeza, en definitiva, a lo simple y universal. Lea "Los últimos deseos", quizá le sirva para encontrar una parte de su vida que había olvidado.
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