La Junta de León y Castilla tiene una colección de publicaciones fuera de serie; y este es uno de sus libros que debo incluir en esta categoría. En esta ocasión, la obra se refiere al superministro todopoderoso del reinado de Felipe III de España. Será uno de los grandes validos de la monarquía española; el cargo no era una novedad en las Españas; con anterioridad el condestable y maestre de la Orden Militar de Santiago, esencial en el Reino de León, me estoy refiriendo al conde don Alvaro de Luna, plenipotenciario del rey Juan II de León y de Castilla, terminaría perdiendo poder y cabeza sensu stricto. Cambian el volumen global de las posesiones de ambos soberanos, el primero abarca los territorios de los reinos de León y de Castilla; el segundo era el dueño de media Europa: España, Portugal, Países Bajos, Borgoña, Franco Condado, Milanesado, Nápoles, Sicilia, y además Las Indias, tan ubérrimas siempre. Sería el ejemplo, poco loable, de todos aquellos que intentaron plagiarle en el siglo XVII. Desde el conde-duque de Olivares español, el duque de Buckingham inglés, y los cardenales Richelieu y Mazarino para los Capeto franceses. Con este personaje se inaugurará en las Españas el rol del valido o el privado. “Por tanto, puede decirse que la asunción del valimiento por Lerma, en septiembre de 1598, inauguró en Europa la era de los validos o favoritos. En este tiempo, durante el cual monarcas inexpertos o débiles aparentan ser gobernados por privados que mantenían el dominio sobre la corte y el gobierno de sus reinos, el fenómeno del valimiento perduró en las monarquías occidentales los dos primeros tercios de la centuria. A lo largo de estas páginas, podrá comprobarse cómo Lerma fue no sólo el primero de los grandes validos del siglo XVII, quizás incluso el mayor de todos ellos, sino que reclama el reconocimiento de haber sido el arquetipo, el punto de referencia por el que los demás serían medidos. Ciertamente, fue, como tituló el autor inglés, sir Robert Howard, en 1668, su obra, el ‘Gran Favorito’”. El futuro duque de Lerma nacería en 1553 en la villa real de Tordesillas, aunque consideraría a Valladolid como su lugar de nacencia. Hasta tal punto sería su tactismo afectivo hacia la capital pucelana, que sería el fautuor principal del traslado de la curia regia española desde Madrid hasta Valladolid, la orgullosa ciudad leonesa primigeniamente fundada por el conde leonés Pedro Ansúrez, en el año 1601. Durante cinco años, Valladolid, sería la caput regni sensu stricto, tiempo preclaro durante el cual el duque campó a sus anchas, en el control omnímodo del poder. La iglesia-convento de San Pablo de Valladolid fue reconstrucción del propio duque, con grandes recursos propios, quien trataría de que le sirviera de panteón personal y familiar. En su tortuosa mente estaba la idea de que sirviese de importante complejo, que pudiese emular a la propia grandeza filipina de San Lorenzo de El Escorial. El gobierno de la Monarquía de los Austrias menores se asentaba: “sobre un sistema polisinodal que integraban trece Consejos. Lerma consiguió situar a sus aliados y hechuras en los escalafones más significados, copando buena parte de las presidencias y de los oficios que controlaban el patronazgo. El duque también pudo asentar a sus más fieles colaboradores en las valiosas secretarías del rey y de la reina, mientras su propio confesor, fray Diego de Mardones, que lo fue hasta 1604, se convertía en el del monarca. Una mayoría de los oficiales que servían en puestos clave de la corte, en cargos de gobierno y de la iglesia, debían su puesto al valido. Él era tan responsable o más que el rey del lugar que ocupaban”. Aunque parezca increíble, durante el gobierno de Felipe III, el duque de Lerma y su familia pasarían grandes apuros económicos; ya que el favor de los reyes se podía perder con la misma velocidad con la que se había ganado. Los validos sabían, fehacientemente, que su ejemplo apriorístico, léase el conde de Luna, habría sido decapitado en Valladolid en 1453. Para evitar las zancadillas del resto de prohombres, que normalmente le envidiaban, intentaba mitigar el odio y el resentimiento de sus magnates iguales, otorgándoles todo tipo de beneficios o, cuanto menos, les permitía abrigar algún tipo de esperanza sobre futuras concesiones, y de este modo conseguía no perder su amistad, tan necesaria para seguir medrando ad infinitum. En 1598 se le definiría como “Protector general y Abogado del mundo”; siendo el hombre que intercedía por sus iguales ante el soberano del momento, Felipe III, ya que él duque era el único que podía disponer a su capricho de la gracia del monarca. “Tan abrumadora llegó a ser la autoridad de Lerma que con frecuencia parecía como si fuera el único grupo de poder en la corte y todas las instancias trabajasen para él. En realidad, siempre contó con opositores en la corte, en el aparato de gobierno y en la Iglesia, sin embargo durante su etapa de mayor influencia se tendió a ocultar tales anomalías para no restar un ápice de lustre a su grandeza. No obstante, cuando su estrella declinó y se colapsó, la oposición se hizo más visible y más poderosa”. Se colige que en 1598 el duque de Lerma es imposible en que hubiese tenido esperanzas suficientes como para tener la certidumbre de que su poder sería quasi indefinido. En suma, un libro fenomenal, que es un lujo poseer, y que recomienda vivamente, sin la más mínima reserva. “Ea quam pulchra essent intellegebat, ET, Cecinerunt tubae”. Puedes comprar el libro en:
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