Dentro de todo lo que se escribe actualmente, en el intríngulis de la historiografía contemporánea, muchas veces tan segada por estos pseudopolíticos que pululan por nuestra sociedad, hoy les presento una obra extraordinaria, sobre un hecho incuestionable, y que manchó, definitivamente, el devenir habitual de la parte republicana durante la Guerra Civil española, entre 1936 y 1939. En estos lugares infectos se torturaba y se asesinaba, con total impunidad legal, a los opositores del bando nacional o franquista cogidos in fraganti, en plena oposición a los republicanos o “rojos”; estos hechos equiparaban en crueldad a los dos bandos, que lucharon hasta la eliminación del otro sin el más mínimo pudor. “’Cuando se haga un detenido examen, se verá que la prisión de la calle de Zaragoza era una de las mejores, porque disponía de algunos servicios higiénicos, gracias a mí’. Después de decir esto, al reo se le comunicó la sentencia y luego rogó poder hablar. Se le concedió y acto seguido manifestó que él era una víctima de las circunstancias, que moriría con la conciencia tranquila, y añadió: ‘Aunque sé que voy a morir, ¡Viva el Generalísimo Franco!’”. Este cinismo militante fue el utilizado por un torturador nato, el creador del concepto “cheka” en Barcelona, Laurencic. Este ser humano, sádico y desvergonzado por antonomasia, sería el antecedente histórico de otro “angelito” incalificable, que siempre manifestó que nunca había torturado o matado a ningún preso con sus propias manos, durante el tiempo que fue el director del Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau, Rudolf Höss, en febrero de 1947: “El destino me ha librado de la muerte en cada ocasión para hacerme padecer ahora un final degradante. ¡Cuánto envidio a mis camaradas, caídos en el campo de batalla, como soldados”. Esa especie de carencia de conciencia moral siempre ha acompañado tanto a los torturadores, como a los autócratas, de cualquier signo y condición. Agilidad de escritura fuera de toda duda, datos fidedignos que demuestran una exhaustiva capacidad de investigación, jalonan este libro. A toda esa pléyade de personajes nunca les importaron las víctimas sufrientes y torturadas, sino su propio fin por una merecida degradación moral. En las Españas se tuvo claro que había que perpetrar el exterminio de los enemigos. Inclusive se obviaba la identidad de las víctimas, su “carnet” era el de enemigos a exterminar. En el otro bando la carnicería civil tenía los mismos tintes, relativos a la eliminación del diferente ideológicamente hablando. “Las celdas con luz permanente, con un suelo irregular, con un techo muy bajo, con unas estrechas paredes, con un constante goteo fueron también magnificadas por la propaganda franquista hasta convertir cualquier centro de detención en cheka. Además de la utilización política que haría el nuevo estado, las chekas eran un escondite excelente para esconder la represión que, de una manera silenciosa, metódica y selectiva, iría aplicándose en nombre de Dios e invocando la justicia”. En función de este texto, algunos historiadores han tratado de suavizar como eran de crueles las chekas, quizás porque nunca estuvieron en ellas. La realidad trágica, pura y dura y sin ambages, es que las chekas sirvieron para eliminar físicamente a los adversarios políticos de los republicanos. “La República negó la existencia de las chekas como celdas de tortura, asegurando que los presos podían circular libremente por ellas. En definitiva, las chekas, según el Gobierno, solo eran prisiones y en ningún caso se realizaban torturas. Por suerte, han sobrevivido los testimonios de muchas personas que pasaron por ellas. En los que aquí hemos reproducido se pone de manifiesto esta mentira. Esto es, es verdad que en las chekas se torturó y se asesinó”. Según el pormenorizado estudio del autor, estos lugares fueron muy semejantes a los genocidas campos de concentración nacionalsocialistas. Idem. Eadem. Idem; y detrás de todo ello estaba la vileza de ese asesino en serie que fue José Stalin y su URSS. Tras el homenaje a las víctimas del franquismo, del 20 de noviembre de 2001, el 23 de noviembre del año 2002 el importante historiador hispanista Gabriel Jackson publicó un trabajo periodístico en El País, del siguiente tenor: “Nunca he estado tan convencido como ahora de que debemos hablar, escribir y enseñar la verdad, en toda su gris complejidad. Las mentiras engendran mentiras, las exageraciones engendran exageraciones, y la ley de las consecuencias involuntarias dicta que se crearan nuevos resentimientos, errores y animosidades si no somos capaces de concentrarnos en la verdad”. En una entrevista de hace decenios, tras la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde, le preguntaron a José María de Areilza cual había sido alguna de las causas personales del enfrentamiento civil fratricida de 1936 a 1939, y contestó, sin circunloquios, que no se aguantaban ni en lo personal. Tras el triunfo, inesperado, del F.P. en febrero de 1936, Stalin y la Komintern decidieron, ya a cara descubierta, preparar y financiar un plan auténticamente revolucionario para las Españas. Era más que necesario eliminar, sin piedad, a los militares y políticos, de cualquier signo y condición, que se opusiesen a una futura España comunista. El símil sería el establecimiento del TERROR ROJO a imagen y semejanza del inventado por Vladimir Ulianov Lenin, y amplificado por Stalin, a partir del año 1917. “¡a menos que apliquemos el terror a los especuladores -una bala en la cabeza en el momento- no llegaremos a nada!”. Este análisis pretende poner los cimientos necesarios, para la lectura de esta obra magnífica, y necesariamente esclarecedora de lo que pasó. “Iurare iussit numquam me in amicitia cum romanis fore, ET, Diuide et impera”. Puedes comprar el libro en:
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