La historia no tiene nada que ver, lo sé, pero ¿le han mencionado Brockeback mountain al hablar del libro? No solo por el hecho de que la historia empiece con dos hombres, sino por su condición de seres apartados del grupo (por razones bien distintas, ciertamente)… Nadie lo ha hecho, que yo recuerde, hasta ahora. Ni yo misma vi la película. Pero creo que es algo que puede ser recurrente por las implicaciones sociales que convierten a dos hombres amantes en seres de alguna forma marginados, apartados del grupo. Son arquetipos, de alguna manera. Usted es poeta. ¿Qué tenía esta historia que requería de la prosa, por poética que sea, para ser narrada? Los personajes deseaban ser escuchados, conocidos, amados u odiados, tener una vida. Y esa vida surgía de hacer la historia comprensible, comunicable. La poesía es un diálogo conmigo misma, más que nada. Por eso ahora la escribo en secreto, en la soledad de algo que a veces ya ni siquiera puede decirse. La narrativa, en cambio, exige que yo ponga todas mis capacidades en hacer comprensible una historia, esta historia, Furia, y todas las historias que se le parezcan, que creo que son muchas. Provenimos, como especie, también del abuso, de las violaciones. Sanar eso me parece necesario, aunque sé que yo con un libro no alcanzo a hacerlo. Amor, violencia, personajes desamparados, un narrador inaprensible… La novela está atravesada por muchas y no siempre fácilmente conciliables realidades. ¿Explica eso su forma fragmentaria? Sí, seguramente. Intenté imitar la mente de una persona como Salvador, un poco enloquecida. Yo misma experimento con mi conciencia, con el pensamiento fragmentario más allá de las series de televisión, Netflix, el sistema capitular de las cosas de hoy día, la manera en la que la información se nos distribuye. También la psicodelia tiene algo de fragmentario, como los sueños, por ejemplo. Sus protagonistas son personajes heridos y desmantelados. ¿Hay denuncia social en sus retratos, en las situaciones que escribe? Seguramente, pero nunca panfletaria. Creo que primordialmente el planteamiento del libro de cuestionarse la propia realidad, el propio estado de conciencia, la “objetividad” de las cosas, es ya en sí una denuncia. ¿Nos habla del escurridizo narrador? En las culturas originarias sólo quien es anciano (no de edad, sino de vidas) o brujo es capaz de transmitir las historias que le han sido contadas. Entonces el narrador, el cuentahistorias no es uno solo, es una argamasa que proviene de la cultura oral, de la ficción, de los sueños. Mi narrador se parece a él, no soy yo, es algo que lo sabe todo, más que yo misma. ¿Cómo definiría la locura que se apodera de alguno de sus protagonistas? En los pueblos en los que he vivido, indígenas, originarios, no existe la locura. Existe la posesión, la maldición, el embrujo. ¿Quién dice que no todas estas cosas son lo mismo tratadas con distintos métodos, sentenciadas de diferentes formas? ¿Cuándo y cómo surgió el título, Furia? ¿Estaba ahí desde el principio? No, mi amigo Diego Moreno, un fotógrafo increíble de Chiapas, un estado al sur de México, me lo regaló durante una charla. Ambos nos quedamos callados después de decir Furia, porque sabemos lo que significa. Furias son también personajes que castigaban injusticias bajo su forma sobrenatural, encarnaban el poder transformador de la ira. El paisaje tiene una importancia capital. ¿Se puede ubicar en alguna región real? Los desiertos mexicanos, quizás, pero en realidad todos los desiertos son uno mismo. La arena también es el cuerpo de los cientos de miles de personas desterradas y huidas. Los lectores de este lado del Atlántico tenemos referencia de la violencia que sufre su país, violencia contra las mujeres, feminicidios, pero no sólo contra ellas. ¿Es Furia su manera de explicárnosla? Sí, entre otras cosas. En mi país, y en Latinoamérica, esas cosas son más evidentes, pero existe violencia en todos los lugares del mundo, en mayor o menor medida. Además, provenimos, como especie, de guerras y violaciones, aunque no queramos pensarlo. Es usted una autora muy joven. Las mujeres de su generación, ¿se aproximan a esa violencia de manera distinta a como lo hacen sus mayores? Supongo que sí, en mi experiencia mis abuelas prefirieron idealizar la violencia. Decir en sus historias: “ese hombre enamoró a tres mujeres” en lugar de decir: “ese hombre violó a tres mujeres”. Prefirieron decir: “un hombre mayor la amó con todo su corazón y la hizo su esposa” en lugar de decir: “un hombre mayor abusó de su poder para poder hacerla su esposa”. Supongo que la desautomatización de esas historias también radica en el descreimiento, la desidealización de los muertos. Pudes comprar el libro en:
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