“Escribir para chicos y para adultos no me trae inconveniente alguno. No tengo que desdoblarme o apelar a algo que no soy. Suelo escribir para adultos y para chicos al mismo tiempo. Por ejemplo, "Shunga" y "Todas las sombras son mías", que es una novela para chicos, fueron escritas casi al mismo tiempo. Y "Todas las sombras" me parece tan cruel y tan cruda como "Shunga". De hecho, la obra más terrible que escribí, que se llama "Anchoa" y fue publicada en Bolivia, es infantil. Nada de lo que escribí para adultos es tan fuerte como esa novela. Lo importante, tanto cuando uno escribe para chicos o para adultos, es ser honesto. Si me planteo escribir algo para que se pueda leer en los colegios, seguramente me va a salir una basura. No me importa que lo que escribo para chicos se lea en los colegios. Solo me importa que sea genuino”, contesta Martín Sancia Kawamichi (escritor, dramaturgo y ganador del concurso novela negra BAN!, por la novela Hotaru, publicada por editorial Extremo 2014 y Ediciones Huso 2021 ) -en una entrevista- cuando le preguntan, por ejemplo, si tiene intenciones de que sus obras ingresen a los colegios como material de lectura (teniendo cuenta que la “crudeza” de su narrativa se esconde y se ostenta en todo lo que escribe más allá de los géneros). Una pregunta. Una respuesta. Las palabras de Martín otra vez –y como siempre- se transforman en un filo compacto y delicado. Dedicado. En una espada, una lanza, un bisturí. En una bomba o, mejor dicho, en una de esas bombas que él se encarga de esconder estratégicamente en cada una de sus páginas, pero que esta vez nos explota en la cara con la única intención de obligarnos a pensar y repensarnos. A contestarnos de qué hablamos cuando hablamos de escribir: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para quiénes? La certeza de que ese “textual” retrata la verdadera esencia de un escritor, de un verdadero escritor, quiero decir, me sirve como justificación y como excusa para comenzar esta reseña. La reseña de “Hotaru”: que es una novela negra, sí, pero que cumple y rompe con todos los esquemas y estereotipos –típicos- que persiguen e intoxican desde siempre a un género tan complejo, predecible, ¿trillado? ¿Y por qué rompe con estereotipos? ¿Porque el argumento transcurre en Argentina, durante la década del 70, y nos cuenta la historia de amor que existe entre una geisha que cría luciérnagas y un montonero que se refugia y se esconde de los demás -y hasta de sí mismo- en una cabaña perdida en los alrededores de Derquí? No, la verdad que no; porque lo más interesante de esta historia (y como sucede más de una vez) no es la historia en sí, sino cómo y de qué manera se encarga de contarla el autor para que todo tenga sentido. Y motivo. Amor, sexo, erotismo, intriga y entrega. Secuestros, asesinatos y extorsión. Tiros que vuelan por el aire, pero que dan siempre en el blanco de una mentira completa y una verdad a medias que nos interpelan y nos dejan expectantes capítulo tras capítulo. Personas que se vuelven personajes y se nos vuelven cómplices, amantes, parientes, amigos, abuelos, tíos, hermanos, ¿padres? Y es en este lugar en donde me detengo y hago una pausa: en la capacidad de mirar, de sentir y de presentir de Martín. En esa magia y esa honestidad que no solo declara, sino que se nota y se destila en su escritura. En su cadencia. En su decir, y en el armado de cada uno de sus personajes. Personajes que no solo están “perfilados”, o repletos de rasgos distintivos, sino que hablan a través de sus acciones. O mejor dicho, a través de sus conflictos internos que en este ¿y en todos los casos? serán los encargados de justificar sus acciones. “La vida es peor que la tristeza”, escribió Martín. Me quedo con eso. Y se los regalo. Puedes comprar el libro en:
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