Estamos ante una delicada obra literaria, ensayo novelado magistral, sobre uno de los conquistadores y colonizadores más conspicuos que llegaron a la América hispana. Durante dos lustros Álvar Núñez Cabeza de Vaca recorrió a pie todo el ancho y largo territorio, el cual abarcaba desde el río Bravo, así considerado en México, y llamado río Grande calificado en los Estados Unidos de América del Norte; llegando hasta la ciudad de El Paso, atravesando el Estado confederado de los apaches o Arizona, y los mexicanos de Chihuahua y Sonora. “Había llegado en el 1527 en una poderosa escuadra, compuesta por cinco navíos, y una dotación de seiscientos hombres, dispuestos a conquistar la Tierra Firme, situada en La Florida, que se suponía encerraba enormes tesoros de oro y plata. Pero pronto esa escuadra fue desbaratada por los temporales, las deserciones, las enfermedades desconocidas en Europa y la ferocidad combativa de los nativos. De tal suerte que al cabo de un tiempo solo quedaron cuatro expedicionarios, uno de ellos Cabeza de Vaca quien, entre tribus hostiles, mercadeando con ellas, sirviéndose del arte de curandero que aprendiera en Italia, logró salir con bien de las situaciones más extremas. Pero siempre con el convencimiento –aunque en ocasiones caminara desnudo- de que se encontraba allí como vicario de Su Majestad el Emperador Carlos V, y de que su obligación era tomar posesión de aquellas tierras y, en lo posible, predicar a los paganos el Evangelio”. Este libro, un monólogo genial, del propio conquistador, tiene un ritmo y una cadencia dinámica deliciosa; impacta esta especie de narración testimonial. Una levísima crítica con respecto al título del capítulo X, donde se cita, de forma taxativa, la llegada del conquistador a Castilla; difícil de admitir, ya que se refiere a la Extremadura y esto no es Castilla en ninguna circunstancia, sino más bien la parte extremeña del Reino de León; seguimos equivocando estos hechos, y sea o no sea, siempre aparece la anhistórica y malhadada Castilla. Cabeza de Vaca es uno de los conquistadores españoles del siglo XV más paradigmáticos, aunque sea la excepción que confirma la regla, ya que no es extremeño sino andaluz, nacido en la gaditana Jerez de la Frontera, entre 1488 y 1490. Tras la conquista y exploración de Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana, Texas, Nuevo México y Arizona, llegando hasta el golfo de la Alta California, todos estos territorios pasaron a formar parte del Imperio español dentro del virreinato de la Nueva España; el emperador Carlos V, muy agradecido por sus esfuerzos, le otorgó el título de segundo adelantado y lo nombró capitán general y gobernador del Río de la Plata y del Paraguay. Sería el primer europeo que descubriría y citaría la existencia de las cataratas del Iguazú. “Hijo de Francisco de Vera y nieto de Pedro de Vera, el que ganó a Canarias y de su madre Doña Teresa Cabeza de Vaca natural de Jerez de la Frontera”. Curiosamente lucharía, en el año 1520, dentro del bando de las tropas realistas contra los valientes Comuneros de los Reinos de León y de Castilla; al servicio de la Casa de los duques de Medina Sidonia como mensajero. Estaría en la toma de Tordesillas, y en la propia batalla de Villalar. “COMO SI SU VIDA ESTUIVIERA MARCADA POR SUCEDERSE UNA AVENTURA, detrás de otra, su retorno a tierras de España, tan anheladas por él después de tan larga espera, se hizo esperar un tiempo. Después de descansar en México, partió un navío con tan mala fortuna que vino una tormenta que dio con él de través, y se perdió. Y allí se estuvo hasta el Domingo de Ramos, que pudo embarcar de nuevo, y les llevó su tiempo alcanzar el puerto de La Habana, que está en la isla de Cuba. Allá se esperaron a otros dos navíos, para navegar en conserva, y por fin pudieron alcanzar la isla de las Bermudas, para partir de allí hasta el pueblo de las Azores, siempre con gran temor de toparse con navíos franceses, con cuyo país estábamos en guerra. Dieron con uno, pero lograron zafarse de él, largando velas. Por fin alcanzaron el puerto de Lisboa el 9 de agosto, año de 1537, víspera del señor San Laurencio”. En el Mar de la Plata se encontraría o se daría de bruces con el ser humana causante de su perdición, sería un guipuzcoano nato en Vergara, y se llamaría Domingo Martínez de Irala; este individuo no puede admitir la autoridad indubitable de Cabeza de Vaca, este le nombraría su maestre de campo, pero el vascongado lo consideraría una ofensa o una injuria, ya que estaba muy acostumbrado a mandar por encima de los demás. Cabeza de Vaca era muy diferente. Martínez de Irala buscaba oro y plata como enloquecido, y al carecer de ello elevaba los gravámenes a todos los pobladores del territorio; en el Consejo de Indias, bastante corruptos sus miembros, lo protegían. Martínez de Irala era muy promiscuo con las mujeres indígenas, llegando a tener diez hijos con siete mujeres guaraníes diversas. Cabeza de Vaca consideraba que así no se debería cristianizar a los aborígenes. “Si tal era su comportamiento resultaba lógico que animara a sus oficiales a hacer otro tanto y don Alvar llegó a calificar a la ciudad de Asunción como una nueva Sodoma, donde los había que tenían acceso carnal con madre e hija, o con dos hermanas, y llegó a haber algunos que vivían amancebados con treinta y cuarenta mujeres, eso cuando no se las vendían los unos a los otros, …, cometiendo todo tipo de excesos”. En suma, obra magnífica que recomiendo fervorosamente, y sin circunloquios. “Diaboli tremens et diem iudicit terriblem tremens, ET, Miles Factus”. Puedes comprar el libro en:
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