De sobras es conocido el tradicional apoyo de Estados Unidos a Israel. Las relaciones bilaterales entre los dos gobiernos experimentaron probablemente su momento de mayor sintonía a finales de 2017, cuando el presidente norteamericano Donald Trump ordenó el traslado de Tel Aviv a Jerusalén de la embajada de su país en Israel. Si bien el apoyo de Washington al país israelí es una constante en el mapa de las relaciones internacionales contemporáneas, esto no siempre fue así y pudo haber sido diferente. Alison Weir, periodista y activista, ofrece en su libro “La historia oculta de la creación del estado de Israel” un conciso retrato del camino que llevó a los Estados Unidos a apoyar un estado israelí en Palestina en 1948. El ensayo ha sido traducido por Catalina Martínez Muñoz y publicado por Capitán Swing. Weir pone el foco en el período anterior a la constitución de Israel, algo que contrasta con la mayor parte de la literatura sobre el tema, centrada en los años que van desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. En cuanto a este segundo período se refiere, quizá la obra más influyente sea “The Israel Lobby and US Foreign Policy” (El lobby israelí y la Política Exterior de Estados Unidos). El libro, que no ha sido traducido al castellano, tiene como autores a los reputados profesores de relaciones internacionales John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt. Alison Weir coincide con ellos en afirmar que el apoyo prácticamente incondicional de Estados Unidos a Israel ha socavado los intereses estratégicos norteamericanos, especialmente en el mundo árabe. “La historia oculta de la creación del estado de Israel” se presenta al lector como un libro a dos niveles. Las notas al pie de página aportan información complementaria y sugieren bibliografía adicional que ha resultado de utilidad a la autora en la escritura del libro. En este sentido, las referencias son siempre bienvenidas. Las notas al pie, no obstante, alcanzan en numerosas páginas una mayor extensión que el texto propiamente dicho, algo que resulta desconcertante. También resulta sorprendente que una afirmación de tanto calado como la que sustenta que los sionistas americanos tuvieron un papel clave en la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial no venga acompañada de sólidas referencias (p.42). Uno de los aspectos más relevantes del libro de Weir es la descripción de como figuras influyentes de la sociedad norteamericana de posguerra trabajaron discretamente (y con poco arreglo a la ética o a la legalidad) para conseguir que el Estado de Israel deviniera una realidad. Los magistrados del Tribunal Supremo de los Estados Unidos Louis Brandeis y Felix Frankfurter representan esta persecución de la causa sionista a cualquier coste. El dúo de jueces movilizó su influencia para asegurarse que Estados Unidos aceptara un mandato británico en Palestina en los Acuerdos de Paz de París. Cuando el nuevo embajador americano en Polonia comunicó en 1919 que el número de ataques antisemitas en el país era menor que el reflejado en informes anteriores, Brandeis y Frankfurter amenazaron al diplomático con bloquear su confirmación el Senado. Más tarde, ya en los años 30, se establecieron distintos grupos en territorio norteamericano que recaudaban fondos para las fuerzas paramilitares sionistas en Palestina. Organizaciones pantalla con nombres como “Comité de Emergencia para Salvar el Judaísmo en Europa” presionaron para que los aliados rescataran judíos de las manos de los nazis, pero también canalizaron recursos para la lucha armada en Palestina. Sin ser conscientes de ello, figuras públicas como Eleanor Roosevelt o el expresidente Herbert Hoover ayudaron a la captación de fondos para que las milicias del Irgún o la Haganá llevaran a cabo actividades terroristas contra árabes, británicos y judíos no sionistas en Palestina. El mayor éxito del sionismo norteamericano llegó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente Harry Truman se decidió a apoyar la creación del estado de Israel. El sucesor de Roosevelt desoyó las voces en contra de figuras fundamentales en su administración como el Secretario de Estado George Marshall y el Secretario de Defensa James Forrestal. La preocupación por la importancia de los votos y contribuciones económicas de los sionistas norteamericanos parecen haber pesado más en la balanza, toda vez que solo cinco meses separaron la declaración de independencia de Israel y las presidenciales de 1948. Los grupos de presión o lobbies (desde el de las aseguradoras privadas de salud a los contratistas militares, pasando por el lobby pro-Israel, entre muchos otros) siguen teniendo un papel desmesurado en el sistema democrático norteamericano hoy en día. Weir cae en ciertas ocasiones en grandes exageraciones que podrían fácilmente evitarse. Por ejemplo, la autora escribe que “todos los funcionarios y todas las agencias gubernamentales se oponían al sionismo” en los Estados Unidos de 1948 (p.85). Esto no obstante, “La historia oculta de la creación del estado de Israel” constituye una oportuna introducción a un período histórico en el que se establecieron los fundamentos de las actuales relaciones bilaterales entre Estados Unidos e Israel. Puedes comprar el libro en:
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