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"El culto imperial en el mundo romano", de Marta González Herrero

Editorial Síntesis
viernes 20 de agosto de 2021, 10:00h
El culto imperial en el mundo romano
El culto imperial en el mundo romano
Este libro nos plantea un fenomenal estudio sobre, tal como indica su título, el culto a los emperadores en la Roma Antigua o Imperial. En este hecho nos encontramos en que la política y la religión están totalmente imbricadas, pero existe un hilo conductor, por el que es indisociable su evolución dentro de todo el mundo romano, sea en provincias o ciudades o comunidades imperiales.

Los ciudadanos romanos de la Antigüedad construyeron la necesaria divinidad de los emperadores, de cada momento histórico concreto, realizada esta práctica a través de lo que se define, sin ambages, como ‘culto imperial’. Existe un comienzo histórico obvio, que se produce en el momento de la nacencia del Principado del primer príncipe o emperador, que lo fue el Emperador César Augusto, en el año 27 a.C., hasta la supuesta conversión al cristianismo de un emperador absolutamente pragmático como lo fue Constantino I el Grande, ya en el año 312 d.C. A partir de este momento se irá produciendo el declive, es cierto que lenta y progresivamente, hasta el momento histórico de la denominada como Antigüedad Tardía, situada ya entre los siglos IV y V d.C. Ya no se acepta, claramente, que el susodicho culto defina el hecho como la única vía de legitimación política y expresión de lealtad hacia el emperador romano del momento.

Aunque sorprenda, por estarnos refiriendo a la Época Antigua, existió una política de auténtico y moderno consenso, donde el fin último era el de conseguir gobernar, sensu stricto, poder gobernar su vasto Imperio. “La historiografía moderna ha acuñado la expresión ‘culto imperial’ en referencia a las diversas formas y ritos de adoración y/o divinización de que son objeto los emperadores romanos y miembros de su familia, tanto en vida como una vez adquieren el estatus de ‘divi’ y ‘divae’ si reciben el honor de la ‘consacratio’ por decreto del Senado”. El emperador de que se trate recibe los mismos honores que los dioses inmortales. “Se rinde culto en vida directamente a la persona, su genio, juno o ‘numen’, se propicia la ‘salus’ y la eternidad del reinado del emperador, se venera a la diosa Roma –normalmente en asociación con el gobernante del Imperio-, a las virtudes divinizadas atribuidas a los miembros de la ‘domus Augusta’ como objeto de culto imperial”.

Está documentado el influjo, de los cultos a los monarcas helenísticos, sobre el posterior fundamento religioso del Imperio creado por el Emperador César Augusto, nato de forma primigenia como Gayo Julio César Octaviano. Aunque asimismo existen otras líneas de investigación, siempre pro-Roma, que indican que este culto imperial es patognomónicamente romano. “Esta perspectiva es introducida por Jean Bayer (1984), para quien las exigencias políticas y la psicología social del pueblo romano son aspectos determinantes en la religión pública –incluido el culto imperial- y su evolución”. Desde hace más de una cincuentena de años se estudia todo lo relativo al culto imperial, pero sin que en ninguna circunstancia sea aceptable equipararlo al concepto religioso judeo-cristiano. No se tiene ninguna consciencia de que era lo que representaba, la divinidad o divinización de sus emperadores, para los romanos de la Antigüedad.

Para estos romanos la percepción de su emperador es la de que es un hombre muy poderoso, y por consiguiente de ahí proviene su divinización. “Los súbditos del emperador ven en él a un dispensador de bienestar garante de prosperidad, motivo por el cual le otorgan un estatus divino, es decir, le sitúan en una dimensión sobrehumana que le aproxima a los dioses”. No siempre es un motivo monocorde lo que se refiere a la divinización imperial, ya que se colige que ya los helenos utilizaban el susodicho culto a los emperadores para relacionarse con el propio soberano romano, cuya figura se imbricaba en la vida cívica y religiosa de ellos. El problema historiográfico y, consiguientemente, histórico, consiste en cómo se puede analizar y sistematizar el culto a los emperadores en tiempo y espacio, no solo en Roma o en el resto de la Península italiana, sino entre los que los habitantes ensoberbecidos metropolitanos denominaban como provinciales o habitantes de las provincias y las ciudades del Imperio de Roma o SPQR o Senatus Populusque Romanus. El hecho analítico de este extraordinario libro, y el interés por el culto religioso imperial romano, forma parte del incremento inequívoco de la revalorización estudiosa del conocimiento de las religiones antiguas.

Deseo indicar uno de los textos alusivos al tema tratado, me refiero a las Tabulae Iguvinae, que son un conjunto de tablillas de bronce, que contienen un ritual del pueblo itálico de los umbros grabado en la época tardo-republicana. Estos eran un pueblo de la Península italiana cuya presencia en Italia se remonta al II milenio a. C., hablaban una lengua denominada como osco-umbro, lenguaje indoeuropeo que utilizaba el alfabeto propio de la derivación greco-occidental. “Su interés reside en la descripción de procesiones, sacrificios, invocaciones y ceremonias destinadas a purificar la ciudad y a la lustración del pueblo. También son mencionados un colegio de ‘fratres atiedii’ y la tríada formada por Júpiter, Marte y Vofonio, equivalente a la ancestral de Júpiter, Marte y Quirino”. El panteón romano fue instalado en Roma, y según la tradición más acendrada, por medio de sus reyes, sobre todo Rómulo o Quirino y Numa Pompilio, aunque también se refiere el hecho a los magistrados romanos. Sea como sea, estamos ante un libro delicioso, que es un compendio esencial para el conocimiento riguroso y pormenorizado de sobre cómo se relacionaban los romanos con sus divinizados emperadores. En suma, es una obra que merece todas las loas y parabienes.Ut ab omnibus eum iniuriis dignitas concessa defendat”.

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