A principios de 1956 escribía desde Roma al cubano José Lezama Lima, le hablaba de Málaga y de Cuba: “Y siempre pensé que al haber sido arrancada tan pronto de Andalucía tenía que darme el destino esa compensación de vivir en La Habana tanto tiempo, pues que las horas de la infancia son más lentas”. En el ensayo “La Cuba secreta” de 1948, estableció con rotundidad su perpetua relación poética con Cuba. Era su patria prenatal, un estado primigenio “de puro olvido”, nada más y nada menos. El legado de la malagueña a Cuba es grande, pero su provecho personal fue infinito y perenne en su errante memoria. Desde Cuba conoció el continente americano, como Juan Ramón Jiménez lo hizo en Puerto Rico. Aquella isla huérfana de España donde Federico de Onís clamó por la unidad en la diversidad.
Esta idea de hermandad entre Cuba y Andalucía no era más que la perpetuación de una percepción natal compartida. Federico García Lorca, en la primera carta que remitió a su familia desde Cuba en 1930, así lo zanjaba. La Habana era una maravilla, “una mezcla de Málaga y Cádiz”. Un paraíso para el granadino, en su mirada de profunda imbricación antillana y andaluza. Siempre paraísos acá y allá, ciudades del paraíso en la voz de Vicente Aleixandre sobre Málaga.
Cuba es, por derecho propio y por afecto, una tierra tan vinculada a España que ambas se mezclan en el caldero de la Historia. Por encima de coyunturas políticas y por debajo de fuerzas telúricas irrefrenables unos somos los otros y los otros son nosotros. Cuando Franco murió, mediando la década de los 70 en plena Guerra Fría, Fidel Castro decretó tres días de luto. La ayuda en infraestructuras, por ejemplo, había sido importante a pesar del bloqueo comercial estadounidense. Asimismo, España siguió comerciando con Cuba por encima de presiones o del muy polarizado escenario internacional de entonces. Cuba no se toca, las simpatías entre gallegos eran obvias. Cordialidad más fuerte que el Castillo del Morro de La Habana. Un “Remember the Maine” inverso, fraternal hispánico. Los avances sanitarios o educativos y la albafetización de la población son logros ya superados por un sistema acabado. Justo es decir una cosa y la otra. Los cubanos merecen libertad y vida.
Esperemos que el imprescindible cambio les llegue de un proceso de transición pacífico y que para el futuro desarrollo cuenten con la entrega de España. En la batalla naval de Santiago de Cuba, durante el verano caribeño de 1898, el almirante Cervera dirigió una alocución antes del combate: “solo las astillas de nuestras naves podrá tomar” el enemigo. Cuba y España sobrevivieron y son hermanas que se necesitan aunque estén astilladas.
De nuevo Zambrano, permítaseme llamarla por esta vez “la cubana”, nos ilustra sobre el espejo de la Historia que procura el remedio contra la soledad: “Por eso nunca estamos solos” y porque toda carta tiene un destinatario, “cuya presencia lejana o próxima posee la virtud de hacer que se deshiele el silencio”. ¡Cuánta verdad encierran las cartas! O los correos electrónicos o whatsApp. Su amigo José Bergamín le animaba en 1957 a recopilar un epistolario completo, sería sin duda su obra maestra, aunque no le escribiera a él, creo que no se equivocaba. La comunicación entre España y Cuba fue, es y será intensa. Misivas privadas de recuerdo u olvido, públicos oficios entre metrópoli e isla, noticias de paz y de guerra. En definitiva: vida común.
Está fuera del alcance de este texto, como dijera en el “Laberinto español” Gerald Brenan “el malagueño” –un nuevo atrevimiento–, recorrer la Historia compartida, sus luces y sus sombras, que de todo hubo en familia y, sobre todo, el mutuo apego. Pero sí es mi obligación, o así me lo impongo, hablar de la Cuba presente. Espero que, como hiciera la Zambrano transatlántica, disfrute de lejana pero pronta libertad, el bien cervantino más preciado en boca del Quijote por el cual “se puede y se debe aventurar la vida”.
Debemos sentirnos comprometidos, como decía más arriba, ante el aciago presente del acelerado palpitar de un pueblo. La relación entre soledad y libertad es fuerte, tanto como la conexión entre la misma Cuba y su España. No estemos una vez más de espaldas a la realidad americana. Ojalá encontremos más pronto que tarde al pueblo cubano libre y dichoso entre nosotros y en nuestra isla.
Las relaciones entre Cuba y España no admiten más injerencias como las pasadas, resistieron todo tipo de regímenes, siempre emergió la amistad. Hoy por hoy, la cooperación y las migraciones se abrazan. Antes el apego de Zambrano o las fábulas de los indianos. Y el mestizaje, la clave de bóveda del edificio hispanoamericano, que aportó Cuba al pensamiento de la veleña. Sí, hay muchos parecidos en la luz y en el lento transcurrir del tiempo de la niñez entre Málaga y La Habana. ¿Qué podemos hacer por nuestros hermanos de allende el océano? Cooperar, acoger y fundamentalmente aprender de ellos.
Antes de acabar quiero recordar que la Casa América en Málaga, proyecto ya feliz o más bien realidad gracias a la Sociedad Económica de Amigos del País malacitana es tan real como el afecto que nos une. Sin duda, allí hablaremos de estos lazos y tendremos oportunidad de traer Cuba a España y llevar España a Cuba. Esa es la esperanza del historiador que suscribe estas líneas.
Termino con unas palabras de García Lorca. Creo que encierran todo el imaginario español acerca de Cuba. Un imaginario colectivo perdurable. En una carta a sus padres, el poeta se refería a su experiencia cubana en los siguientes términos: “Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”.
Jorge Chauca García
Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga