Desde el año 1945, el régimen nacionalsocialista ha tenido una gran cantidad de bibliografías; se ha estudiado con toda minucia todo lo que conformaba esta nueva estructura política; incluyendo, ¡cómo no!, sus poderosas y, aparentemente, invencibles fuerzas armadas, sus Waffen-SS y el Reichswehr como fuerzas terrestres. Dentro de ellas son muy importantes sus fuerzas acorazadas, los panzers, y se debe citar a uno de sus mejores generales, el coronel-general Heinz Guderian, quien fue conformándolas a la imagen y semejanza de las necesidades del ejército alemán. El autor nos indica, en el prólogo, cuáles han sido las equivalencias que ha utilizado, para equiparar las rimbombantes graduaciones alemanas con las del ejército norteamericano. Los tanques nacen un 15 de septiembre de 1915, cuando los infantes alemanes en las trincheras de Flers, en el Somme, escuchan ruidos ensordecedores, eran los primeros tanques. “Un bosque de cañones abrió fuego con un estruendo escalonado e incesante, los pocos supervivientes luchan hasta que la avalancha británica los arrolla, los consume y continúa sobre un extraordinario número de hombres”. Aunque todavía era necesario que mejorase su construcción. Este éxito fue muy ponderado por la milicia británica, que exigió a su industria la fabricación de mil más, de los modelos Mark I y sucesivos. Por cierto mimetismo, obvio para el momento histórico en el que nos encontramos, los franceses del mariscal Philippe Petain fabricaron su propio modelo, del que construyeron más de 3.500. Petain estaba convencido de que la victoria sería mucho más fácil, si el ejército francés utilizaba su modelo Renault FT. Cuando se produjo el armisticio en 1918, el general en jefe alemán Erich Ludendorff consideró, sin ambages, que la eficacia de los tanques franceses era la responsable de la victoria aliada, y no la inteligencia estratégica del general francés Ferdinand Foch. Es público y notorio que los aliados decidieron prohibir, a los derrotados soldados del káiser, es decir a la industria armamentística alemana y a la Reichswehrt la producción, posesión y utilización de los susodichos tanques. Cuando llega al poder alemán Adolf Hitler, creando el denominado como III Reich, se entusiasmará con este arma acorazada y se conoce que exclamó con todo júbilo y convicción: “¡Eso es lo que yo quiero! ¡Eso es lo que quiero tener!”. Estamos ya en el año 1934. Será el brigadier-general Walther von Reichenau, está clara su afiliación nazi y gran simpatía hacia Hitler, ya que fue el creador del juramento al dictador alemán, que tanto maniataría a los concienzudos militares alemanes para intentar derrocar al führer. El susodicho miliar, luego mariscal de campo, estaba muy ocupado en conseguir la motorización del ejército de tierra. Este magnífico libro nos aproxima a las grandes operaciones militares de la Segunda Guerra Mundial, en Francia, Norte de África y la URSS; asimismo nos acerca a sus más paradigmáticos comandantes, desde Ewald von Kleist, hasta Guderian o Hermann Hoth o Rommel, entre otros de mayor o menor enjundia. El autor loa al mariscal de campo Erwin Rommel, sobre el que hay sus pros y sus contras: “Solo hubo un Rommel, y en la campaña de 1940 llevaría a cabo el que fuera, probablemente, el mando más notable a nivel de división de la historia militar moderna”. Una operación mal planificada, sin considerar la valía del ejército rojo, es la Operación Barbarroja, el notorio ataque a la URSS del criminal Josef Stalin. Al principio parecía que todo se iba a resolver a favor de las armas germánicas, verbigracia en 1941 los alemanes perdieron alrededor de 4.200 carros de combate, mientras que el ejército rojo perdió más de 16.000. Con la inestimable ayuda norteamericana, el autócrata Stalin pudo fabricar más de 84.000 tanques, entre 1940 y 1955; está claro que los industriales alemanes fueron, total y absolutamente, incapaces de reponer las pérdidas que sufrían de continuo. Según los norteamericanos se necesitaban cuatro tanques Sherman para poder destruir un Panther y cinco para lo mismo a un Tiger alemanes. La guerra mundial comienza el 1 de septiembre de 1939, con la inexplicable agresión nazi a la indefensa Polonia, mientras tanto, en el este, el ejército de Stalin realiza lo mismo y lo completa con el asesinato de miles de oficiales polacos en Katyn. Esta campaña fue considerada como la Blitzkrieg o guerra-relámpago. La obra se lee con interés y fruición, ya que el autor realiza un estudio pormenorizado, exhaustivo e imparcial de las fuerzas acorazadas de la Alemania del III Reich. Se dedica a la teoría, la estrategia, los mitos y las realidades de la máquina de guerra alemana, sobre todo referido todo ello a como se comportaría el arma acorazada alemana entre 1939 y 1945. “Resuelto a conseguir una victoria rápida y decisiva en los campos de batalla, Adolf Hitler adoptó un plan de ataque en el que las formidables divisiones Panzer operarían de forma independiente, convirtiéndose en el núcleo combativo y en el epicentro moral del ejército alemán”. Me agrada muy mucho el final del libro, dejando claro que no todos los soldados alemanes eran nazis arquetípicos. A partir del juicio de Nürenberg, 1947, los alemanes han realizado una necesaria autocrítica e introspección: “Quien fuese el general del diablo en este mundo, el que le allanase el camino, deberá ser su intendente en el Infierno”. Obra soberbia, esclarecedora y totalmente recomendable. “In occasu saeculi sumus, ET, Errare humanorum est”. Puedes comprar el libro en:
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