La carrera literaria de Jorge Fernández Díaz comenzó en 2010, desde entonces alterna el periodismo, tanto radiofónico como en papel, con la literatura donde lleva publicadas unas ocho obras, donde alterna tanto la novela de espionaje con otras más personales y sentimentales. Su estilo es rudo e incisivo y puede parecer difícil al lector español, por los muchos giros argentinos que utiliza, pero una vez acostumbrado al deje porteño del autor disfrutará sobremanera con las singulares tramas que el autor nacido en el barrio de Palermo despliega en su última novela. Los poderes fácticos argentinos no salen bien parados en su novela, el escritor nos lo cuenta en la entrevista. “La traición” es la tercera entrega de la saga del agente Remil. ¿La idea de la novela ha partido de la actualidad política argentina? El espionaje político que practica Remil siempre me ha servido para narrar la trastienda del poder. En esta ocasión, la trama parte de un hecho político: el papa Francisco opera intensamente en la Argentina y recibe en el Vaticano a personajes impresentables de la política local. Se me ocurrió que uno de ellos, un exguerrillero devenido “referente social”, podía confundir ficción con realidad, pretender realizar un acto insurreccional violento y por lo tanto perjudicar al Santo Padre. Ese fue el punto inicial, pero se basaba en actitudes de Bergoglio y en una especie de alucinación militante y peligrosa que se estaba irradiando irresponsablemente en la Argentina de hace tres años, donde ciertos sectores jugaban a que el gobierno constitucional era una dictadura y a que debían organizar una especie de “resistencia” inspirada en los “ideales revolucionarios” de los años 70. También me inspiré libremente en un trágico episodio ocurrido en los 80, cuando un exguerrillero llamado Gorriarán Merlo convenció a un grupo de iluminados de tomar un cuartel, convencido de que el pueblo los aclamaría y los llevaría en andas a la Casa Rosada. Una idea delirante que terminó en un baño de sangre. Suele alternar la saga con otras novelas más intimistas. ¿Se siente igual de a gusto en ambos tipos de narrativa? Sí, completamente a gusto en uno o en otro género. Mi madre Carmina solía decirme: “Te gusta mucho la novela de aventuras. Pero solo tendrás éxito cuando cuentes la aventura de mi vida”. Era una broma doméstica, pero al final se convirtió en realidad, porque “Mamá” (ed. Alfaguara) fue la piedra de toque de mi carrera internacional. A mi madre, sin embargo, le gustaban mucho las novelas de Remil, porque tenía un ojo fino para la política y entendía lo que allí se intentaba contar. Entendía que muchas veces solo la ficción puede contar la verdad indecible. ¿Publicar en las dos editoriales españolas más importantes es reconfortante para usted? "Bergoglio sigue siendo parte de lo que fue siempre: el nacionalismo católico"También da cierto protagonismo a los amigos de Jorge Mario Bergoglio. ¿Los tentáculos de los más ultraconservadores llegan al Vaticano?
La trama de “La traición” es muy compleja y variada. Tenemos asesinatos, balaceras, terrorismo montonero, prostitución de lujo y espionaje político. Una radiografía muy tétrica de Argentina. ¿No ha sido un poco pesimista en su narración? Bueno, mi país tramita muy mal una larga decadencia, por razones que ni siquiera están reflejadas en mi novela. Pero es cierto que allí tejo al menos una parte: la política como mafia y la ideología como coartada para corromperse. Es solo la punta del iceberg de lo que sucede. Aunque me temo también que en España el espionaje político está en auge, la corrupción campea como nunca y la creación de ficciones políticas para discurso público están a la orden del día, ¿no? En cierto momento dice el protagonista que el psicoanálisis está hundiendo Occidente y más a Argentina –el país del psicoanálisis-. ¿Ha introducido en la novela alguna opinión personal o es toda pura ficción?
Es una ironía. Y sí, está llena de opiniones personales, a pesar de que Remil y Cálgaris son personajes oscuros y violentos, y yo soy transparente y no puedo matar una mosca.
Porque como periodista no deja bien al gremio cuando los califica de plastas. ¿Sólo a los sensacionalistas o a todos en general? Esa, precisamente, es la opinión de un agente de Inteligencia, del personaje de novela que es Remil. No, yo tengo muchas críticas que hacerle a nuestro gremio, pero sigue siendo mi familia y la defiendo fuertemente en la Argentina, donde existe siempre la intención de acallar a la prensa, de desacreditar a los reporteros que investigan y de cargarse la libertad de expresión.
Los servicios de inteligencia argentinos no quedan muy bien parados en la novela con los enfrentamientos que hay dentro de su seno y cierta guerra sucia. ¿Se ajustan a la realidad y sigue siendo ficción?
La mayoría de las actividades que los servicios de inteligencia han realizado durante la era democrática han sido deplorable. Han trabajado para la política interna, operando sobre jueces y causas, intentando destruir reputaciones y medrando con el dinero del Estado y en las sombras del poder. La trilogía de Remil, desde la ficción, hace una tomografía computada de esa situación verdadera.
La novela está escrita en primera persona. ¿Es fácil meterse en la piel de Remil?
Me costó, al principio, crear esa voz, entre plebeya y culta. Pero ya la tengo muy incorporada. Es cierto que al principio utilizaba mucho más el lunfardo (el caló argentino) y que ahora es una lengua que se desliza más hacia un castellano rioplatense neutro, aunque sin perder el colorido argentino. Lo más difícil no es escribir como Remil, sino pensar como él.
Hay dos estilos diferenciados en la novela. En la más reflexiva utiliza diálogos indirectos según la visión del protagonista, en la parte de más acción son los diálogos directos los que utiliza. ¿A qué se debe juntar en la novela estas dos formas distintas de narrar?
En esta novela, específicamente, quise avanzar hacia una estructura más condensada. Confieso que releí ocho novelas de Simenon, hoy considerado el Balzac del siglo XX, para recordar cómo era capaz de manejar las elipsis, los pincelazos rápidos y definitivos, y los diálogos directos o indirectos de una manera sintética pero intensa. Esa carpintería en la estructura de la novela me ayudó mucho. Los maestros de todos nosotros están ahí, en la biblioteca. Y siguen vivos.
Para finalizar, ¿seguirá trabajando para la Casita? Nunca se sabe qué ocurrirá. Supongo que se tomará un respiro. Pero creo que nunca abandonará la Casita. La realidad trabaja para Remil. Yo recorto todos los días artículos o reportajes o sueltos o noticias de los periódicos. Me digo: esto es para Remil. Al cabo de dos meses, hay una montaña de recortes y arrojo todo a la basura. Pero me quedan en la memoria temas que no mueren. Y es así como más temprano que tarde las tramas reaparecen y tocan a mi puerta, y Remil me exige que lo devuelva a la acción. Creo que Jorge Fernández Díaz ha dado en la entrevista toda una lección de literatura y de política y de buen hacer. Al final, Remil no es tan boludo como el propio entrevistador. Disfruten de la novela. Puedes comprar el libro en:+ 0 comentarios
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