En este libro nos encontramos con cuatro historias, donde una destaca por encima de las demás; y es, cómo no, la que da título al conjunto: El quepis. En ella nos encontramos con la propia Colette, que nos habla de la señora Marco V., que se ha separado, que vive de hacer folletines y que inicia una temporada de amistad con ella. Colette se va fijando cada vez más en Marco, y nosotros igual, y entonces nos vamos con ambas a pasar el verano a un pueblo de montaña del Franco Condado. Y entre las magistrales descripciones tanto físicas como del paisaje de Colette, sabemos que Marco se ha empezado a cartear con cierto soldado, fruto de un anuncio del soldado en el periódico. Esas cartas van creciendo, en asiduidad e intensidad, hasta que del papel se pasa a la persona. Y ese estrechamiento de la relación, y ese por fin conocerse y encontrarse y saberse el uno del otro nosotros lo viviremos desde la perspectiva de una Colette consciente de que lo mejor que sabe hacer es describirnos magistralmente la cosas. Entonces Marco cogerá el quepis del soldado, se lo pondrá estando aún en la cama, y él la mirará, y ella reirá y él no. Y entonces ya no. Ya nada no.
Por otro lado, los otros tres relatos. En La mocita feliz, Colette nos presenta a Albin Chaveriat, que se podría resumir en una frase que él mismo dice: «nosotros, los enamorados de las jovencitas». Porque de eso trata el relato, de un hombre mayor con una gran (nótese la ironía) afición, la de coquetear con jovencitas, acercarse a ellas, tocarlas, besarlas… En este caso, la historia se centra en Louisette, joven campesina de 15 años y medio que él conoce durante unos días en el campo y con la cual se obsesiona. Y se acerca, y le insiste, y la toca, y la besa. Pero aparece la madre, y entonces todo se trunca. Y de fondo, una Colette que está escuchando a Albin contarle esta historia, y que nos da la sensación de que lo juzga, pero nosotros no lo veremos. Esa mirada alejada de Colette que tanto efecto da mientras lees las tonterías que dice Albin es también gran literatura.
Y para terminar, los dos relatos más breves. Otra vez Colette en El lacre verde, contándonos la historia del testamento perdido de Hërvouet, con un timo, una estafa detrás. Y el lacre como protagonista revelador de la trama. Y termina el libro con dos hermanos hablando de Armande, de la dificultad en una relación que nunca acaba de empezar, de cómo un punto de inflexión, en este caso trágico, es por fin el desencadenante de unos sentimientos atenazados durante largo tiempo. El golpe que hace derramar.
En definitiva, Colette sin más. Y Colette sin más ya es mucho. Recomiendo leerla porque en sus palabras estamos todos nosotros. Y acabas algún escrito suyo y te sientes un poco Albin, alguien que vive su vida sabiendo que siempre tendrá esa mirada inquisitoria detrás, la de una narradora de lo universal. Porque qué hay más universal que los sentimientos.
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