Tras ser uno de los escritores españoles invitados a la edición de 2020 del Festival Internacional de Poesía de Guayaquil “Ileana Espinel Cedeño”, que se cuenta entre los más relevantes de América Latina, Antonio Daganzo ve ahora publicado, en edición hispano-chilena, La sangre Música (RIL Editores, Barcelona – Santiago de Chile, 2021), el séptimo de sus poemarios y noveno de sus libros. Como nunca antes, y con buena parte de las constantes líricas que han venido sustentando su quehacer en la poesía por cimiento, Daganzo ha explorado las posibilidades expresivas del poema de gran extensión –seis tienen cabida en la nueva obra, estructurándola de principio a fin-. En primer lugar, darle la enhorabuena por su nuevo poemario. Dígame, ¿qué tema o temas ha querido abordar a través del discurso poético desarrollado en La sangre Música? Muchas gracias. Independientemente del reto en el plano formal, del esfuerzo grande que supuso configurar la obra en seis amplios poemas, la verdad es que veo este nuevo libro como mi más decidida apuesta por la recuperación de la memoria íntima. Desde la composición de Juventud todavía –mi poemario que vio la luz en 2015-, quizá mis inquietudes en torno al verso se han sustanciado en tres ejes vertebradores: los aprendizajes de la edad, la celebración y la memoria. En este sentido, La sangre Música representa mi más rotunda celebración de la memoria; celebración sólo alcanzable desde la atalaya en marcha de la edad que se va cumpliendo. Para poder cantar mejor el presente, claro está, y para aquilatar también los temas que me han venido acompañando por el camino del verso: el reconocimiento de la oscuridad, la victoria sobre el silencio, el anhelo de limpidez, los primeros años dolientes como matriz del futuro artista, la valoración de las raíces familiares, la conquista del amor, la posibilidad sorprendente de la plenitud a cada paso. ¿Cree que este poemario es fruto de una voz poética que ha encontrado su camino definitivo? Desde el punto de vista formal, probablemente no, puesto que sigo cultivando y cultivaré los poemas más concisos, en los que siempre me he sentido muy a gusto también. En lo que atañe a la emoción poética, sí me gustaría perseverar en esta vibración, en esta afinación profunda. Sabido es que yo, creativamente, no concibo la poesía como mero hecho lingüístico, y mucho menos como un artefacto verbal, sino primordialmente como emoción, a la que el lenguaje sirve a través de la música. Por lo demás, la indagación temática de mi creación no se detiene. La lectura atenta de su libro revela que estamos ante una obra bien acabada en toda su dimensión literaria. ¿Está usted satisfecho del resultado? Paul Valéry, cuyo legado siempre he tenido en cuenta, decía aquello de que un poema nunca se termina sino que se abandona. Ahora bien, junto al afán de maduración en la música igual son necesarios los puntos finales, sobre todo para seguir avanzando. Creo que, aquí, el punto final está puesto en el lugar debido. Y, paralelamente a lo mucho que he cuidado la unidad de todo el contenido de la obra, puedo afirmar que nunca le he permitido al prosaísmo sumar sus aguas a la corriente narrativa que corre por el fondo de cada uno de los cantos. De Neruda, principalmente, aprendí que el tono épico y el verbo lírico pueden fundirse muy bien, sin menoscabo de ninguno de los dos. Entre otras cuestiones en su libro hallamos nostalgia, pero también esperanza. ¿Cuánto hay de experiencia vital en este libro? Siempre he sido muy becqueriano en eso de “guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que se ha sentido”, que así más o menos lo escribió nuestro genial Gustavo Adolfo en las Cartas literarias a una mujer. Antes señalaba la importancia capital en La sangre Música de la recuperación de la memoria íntima para alcanzar la celebración; una celebración que apele al común corazón humano, y que sea capaz de transformar la individualidad de la nostalgia en la fraternidad de la esperanza. Más que en la experiencia, pues, creo en la memoria, porque la memoria es experiencia decantada. Antes me referí a Pablo Neruda: no extrañará a nadie, a tenor de lo que digo, que una de las obras que prefiero del chileno sea Memorial de Isla Negra. Y, siendo dos obras muy distintas entre sí, La sangre Música podría llegar a sentirse cómoda, en buena medida, bajo el epígrafe de “autobiografía lírica”. No es la primera vez que aúna en sus obras literatura y música, en este caso poesía y música. Este binomio aparece, por ejemplo, en su novela Carrión y en Los corazones recios, su anterior poemario. La sangre Música parece confirmar esta tendencia. ¿La música se ha convertido en un elemento esencial e inseparable de su escritura? Es un elemento esencial e inseparable de mi vida, en realidad. También de mi trabajo periodístico, porque mucho de lo que escribo para los medios versa abiertamente sobre música, en la línea de lo que fue mi programa radiofónico Clásicos a contratiempo, que transformé más tarde en el amplio ensayo divulgativo del mismo título. De forma más o menos explícita, la música, en todo momento, está presente en mi impulso creador. Y, en los prolegómenos del proceso creativo, a veces soy más consciente incluso de un color tímbrico, de una posible modulación, de una figura rítmica o de la amplitud de significados que cierta armonía puede comportar, que de una agrupación verbal en sí misma. De hecho, el poemario está estructurado como una composición musical. Un preludio y cinco cantos. ¿Adrede, cabe suponer? Sí, y en este caso no deja de resultar curioso. Poemarios anteriores como Que en limpidez se encuentre, Mientras viva el doliente y Llamarse por encima de la noche podían evocar las sinfonías de Gustav Mahler, con sus contrastados movimientos en efusiva reunión. Juventud todavía está más cerca de la fluencia de un ciclo de “lieder”, mientras que en Los corazones recios un extenso poema, ubicado en el corazón del libro, da la tonalidad de referencia para las composiciones más breves que orbitan a su alrededor. Y mi novela Carrión tiene mucho, muchísimo, de ópera, de zarzuela grande, de teatro musical en definitiva. Complementariamente a todo esto, veo La sangre Música más en la línea de una cantata moderna, con sus amplios segmentos que van trazando arcos al servicio de una nave central. ‘Pero no hay que callar. / Nunca será el silencio la respuesta. / Comprendamos al fin: / sobre el silencio clama / un lenguaje más sabio.’ ¿Ese ‘lenguaje más sabio’ del que usted habla en estos espléndidos versos es la poesía? En tanto en cuanto la poesía participa de la música, porque aquí la Música –así, con la mayúscula inicial, tal como aparece en las páginas del libro- sería el símbolo de una realidad secreta capaz de trascendernos. La emoción lírica y el trabajo con la palabra nos pueden ayudar a descubrirla. Mi invitación a los lectores consiste precisamente en eso, en que podamos descubrirla juntos. En habitar más conscientemente lo inefable. ¿Cree usted que de algún modo el poeta se ‘desangra’ con el esfuerzo creador en cada poemario que consigue culminar? No tengo ninguna duda de que el poeta escribe con la vida; o sea, con su vida, porque ése es el vivir que más conoce. El que le forja y explica su sensibilidad, en última instancia. La vida es caprichosa; la escritura poética, también. En realidad, es un don. Hay que aprender a esperarlo para que la sangre nos entregue su sabiduría profunda, y se agite y cante, y no se pierda. Éste es el séptimo libro de su itinerario como poeta. En el marco de su producción poética, ¿qué significado tiene para usted la publicación de este nuevo poemario? Siento La sangre Música como una creación muy especial. Abordarla y culminarla supuso todo un desafío, que hubo de prolongarse por espacio de varios años. Si bien el canto o el poema-río no resultaban para mí “terra incognita” –poemas de tal naturaleza figuran en Que en limpidez se encuentre, Mientras viva el doliente, sobre todo en Llamarse por encima de la noche, y también en Los corazones recios-, nunca antes había basado todo un libro exclusivamente en poemas de gran longitud. Además, el hecho de que en esta nueva obra se hayan reunido muchos de los hilos conductores de mi personalidad poética, con la música por delante, hace que sienta sus páginas muy ligadas a mi corazón. La sangre Música se publica en España, aunque también tendrá su reflejo en Chile. No es la primera vez que su poesía se edita en Latinoamérica. En este sentido, ¿qué supone para usted que su poesía esté presente también en la otra orilla del Atlántico? Algo precioso, verdaderamente. La sangre Música es la tercera de mis obras que, de un modo u otro, han cruzado el océano, y el segundo de mis libros aparecido bajo el sello de RIL Editores, de matriz chilena, y ahora también asentado en España. En buena medida estoy reviviendo el hermoso proceso que condujo a la publicación de Llamarse por encima de la noche, en 2012. Creo que la palabra del poeta debe expandirse hasta los confines de su idioma; eso, en el caso de un escritor en lengua castellana, pone a Iberoamérica en un lugar muy principal. Y de Iberoamérica, además de muchas otras cosas, me encanta cómo ha sabido conservar una suerte de poder fundacional en torno a la palabra. He podido constatarlo. Puedes comprar el libro en:
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