Los capítulos, que son sumamente esclarecedores sobre la personalidad de la reina Juana I de León y de Castilla, están todos subtitulados en función del tiempo y del espacio que narran. Está claro que todo se desarrolla en Tordesillas, desde los atisbos de esperanza, en marzo de 1517, hasta el final en la propia Tordesillas en 1555; donde la incomprendida reina llega a la convicción de que su desdichada vida se acaba, y el telón se cerrará en silencio y sin alharacas. Esta mujer es creyente, pero racionalmente católica, y lo demostró ya en múltiples ocasiones. Tiene un dolor insoportable físico y moral, que cree que no merece, y que no la abandona en ninguna circunstancia. Dios debe ayudarla y así lo hará. “Solo el insoportable dolor que no la abandona ni un momento le hace ser consciente de que aún está viva. No tiene miedo a la muerte. La otra vida no puede ser peor que esta. Ella cree en Dios y aunque muchas veces ha despotricado contra Él por considerar que la ha abandonado, otras solo el pensar en su existencia le ha dado fuerzas, como ahora que reza fervientemente para que la reciba en sus brazos”.
La reina de León y de Castilla está muriéndose de un problema vascular e infeccioso que le gangrena sus miembros inferiores. La fiebre alta y los vómitos la martirizan todos los días. Se cita en el capítulo la estrecha relación espiritual con el que será el Tercer Prepósito General de la Societas Iesu o Compañía de Jesús, es decir los jesuitas, que es Francisco de Borja, quien renunció a su ducado de Gandía para “para no servir a Señor o Señora que se me pueda morir”. La presencia de San Francisco de Borja en la obra está muy bien delineada y subrayada. No obstante al no ser teólogo, necesita el placet de uno de prestigio, y acude a Domingo de Soto profesor de la Universidad leonesa de Salamanca, confesor del Emperador Carlos V y de la Orden de Predicadores, es decir un dominico; orden religiosa que siempre ha competido con la de los jesuitas por el blasón dentro del catolicismo. La entrevista entre reina y teólogo no es muy satisfactoria, por lo que la recomendación es que reciba la extremaunción pero no la comunión. “Amanece un nuevo día. Es el 12 de abril de 1555. El final de su vida se acerca. Doña Juana I de Castilla pronuncia las que serán sus últimas palabras: ‘Jesucristo crucificado, sea conmigo’. Así lo cuenta don Francisco de Borja en carta escrita al emperador. Aquel año, el 12 de abril, era el día de Viernes Santo”. Así muere una de las reinas más infelices de la historia, vivió muchos años antes de que las ciencias psiquiátricas tuviesen carta de naturaleza, considerasen que los problemas de la psique o del alma no es posesión demoniaca.
La reina León y de Castilla pasó a mejor vida sola y abandonada de todas. Párrafos cortos, con un léxico rico en matices nos conducen con gran agilidad al desarrollo de las continuas peripecias de esta regia mujer, que fue maltratada por la vida y, en ocasiones, por quienes deberían haberla cuidado y protegido. La dignidad de la reina Juana I es enorme, lo será en Flandes con aquel engreído que fue Felipe el Hermoso, y la mantendrá en su reclusión de Tordesillas. Iba a cumplir setenta y seis años, y ha estado encerrada cuarenta y seis años. En 1574, Felipe II la trasladará a la Capilla Real de la catedral de Granada, donde están sus padres: Fernando V de León y de Castilla, II de Aragón y I de Navarra, e Isabel I de León y de Castilla, los Reyes Católicos. Su nieta Juana ordena celebrar funerales por su regia abuela en la iglesia de San Benito el Real de Valladolid. Destacar algún otro capítulo es algo absurdo, ya que el libro está muy trabajado, y si non é vero é ben trovato.“.
En agosto de 1520 llegan a Tordesillas los comuneros de Castilla y de León, que es como se les debe calificar, ya que Burgos estuvo por el vil metal en el bando imperial. Los comuneros pretenden que ella sea la reina titular, y no creo que hubiese mala fe en ello. Desde el punto de vista histórica en aquella degollina de Carlos V se perdieron muchas de las mejores cabezas pensantes existentes en León y en Castilla; y una ocasión única de poder dar un giro a la desastrosa evolución del reino de las Españas; pero como en otras muchas ocasiones los hispanos perdieron el tren. El primero que se presenta ante la reina es el toledano Juan de Padilla. “La vida de la reina cambia con la presencia de la junta comunera en Tordesillas. Doña Juana ya puede salir a pasear, recibir visitas…Parece otra persona. Se arregla, come bien y se muestra amable con todos”. Poco más se puede decir de este libro, novela histórica, sobre la reina Juana I, que demuestra el magisterio de la autora, con un estilo tan directo e inteligentemente comprensible, que merece un sobresaliente. Creo que comulgo con ella en navegar, rigurosamente, contracorriente en el proceloso mundo de la historia, y, aunque sea en una novela, la historia es lo que es y no se puede cambiar. Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”.
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