Cuando el tren en el que viaja Pablo Hernando, camino de una conferencia que tiene que impartir en Málaga, se para unos minutos en un pueblo en la más absoluta decadencia y divisa un cartón en el que han escrito Se vende y colgado en el balcón de un piso diminuto frente a las vías, un resorte en su interior le hará comprarlo a tocateja y brindarse un nuevo comienzo en un lugar que constituye el símbolo de la fealdad más absoluta. Sin embargo, la vida no se para por mucho que lo intentemos, es como un mar y nosotros barquitos. Subimos y bajamos con las olas y a veces hay tormentas espantosas. Tormentas de las que no puedes librarte.
De esta manera, Pablo irá, poco a poco, y a pesar de que su intención era escapar de la propia vida, destruir lo hecho, lo mal hecho, interactuando con los vecinos: el anciano y enfermo Felipe, que tenía pensado suicidarse pero no encuentra el momento, o la inocente Raluca, un personaje entrañable con el que uno se reconcilia con la vida; pero también con el avaricioso Benito, el sinvergüenza del Moka o Anabel, ejemplo viviente de que los monstruos se ocultan en el lóbrego vientre del silencio doméstico, mientras el pasado llama una y otra vez a su puerta hasta que la abre de una patada.
La consagrada periodista y escritora Rosa Montero, Premio Nacional de las Letras, vuelve a demostrar que la sencillez, la ausencia de artificios literarios rocambolescos, constituye la prosa más eficaz a la hora de llegar como una bala directamente al corazón de un lector que se sentirá irremediablemente retratado en alguno o algunos de los personajes de esta historia inolvidable o, como mínimo, logrará entender cada uno de los pliegues y rugosidades de sus almas, porque por las venas de Pablo, Raluca o Felipe corre la misma sangre que por las de todos nosotros.
Una novela que trata del Bien y del Mal, de las segundas oportunidades y de la necesidad de, aunque el viento sople de cara, seguir luchando y no perder la fe en la vida y en el amor, porque la alegría es un hábito y a veces a Pablo le parece que la felicidad es sencilla y desnuda, y tan fácil que le entran ganas de llorar.
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