Tánger, Larache, Alhucemas, Alcazarquivir… son espacios instalados en su memoria o en la de sus progenitores, que vivieron en lo que se denominó el protectorado español, y de los cuales consigue atrapar lo esencial para colocar en los mismos, a personajes que parecieran imposibles, y en donde la luz, los olores, los sabores, los rezos, los cánticos, la vestimenta, la dureza de la vida, la miseria de muchos o la orfandad son los detonadores necesarios para generar unos cuentos de una extraordinaria aunque también a veces triste belleza.
“Últimas noticias de Larache”, “Paseando por el Zoco Chico”, “Larachensemente”, “En el jardín de las Hespérides”, “El libro de las palabras robadas”, “El laberinto de Max”, “La emperatriz de Tánger” o “Malabata” entre otros, conforman una forma de escribir y de entender el mundo y las relaciones entre diferentes, que merecen ser leídos para demostrar cómo en un momento dado, en determinados lugares como los citados, al igual que en otras épocas lo fueran Toledo, Granada, Mallorca, Sevilla o Córdoba, por poner solo unos ejemplos, se engendró el prodigio de una convivencia en paz y en libertad entre cristianos, hebreos, hindúes y musulmanes.
Algunos de los relatos contenidos en “Una puerta pintada de azul” me han recordado a unos de los grandes escritores marroquíes, tan olvidado en la España de hoy en día, verdad, como lo fuera Mohamed Chukri, especialmente en lo relativo a la vida de algunos infantes y jóvenes, abandonados en la calle, que se ganan el pan como buenamente pueden y que están más cerca de la animalidad, la miseria, las drogas, el alcohol y la prostitución: un círculo vicioso que tan de manera excelsa dibuja Chukri en “El pan a secas”, entre otras de sus obras.
Las historias de Sergio Barce que emanan de “Una puerta pintada de Azul”, impulsadas por la memoria propia o ajena, endulzadas con el aroma de azahar, el olor del jazmín, el agua de lavanda, los refritos, las calles, las balconadas, los bares, los sonidos de las mezquitas, las sinagogas y las iglesias convocando al unísono, cada cual a sus fieles, los bazares, los zocos, las estridulantes chicharras en el campo…, supone entrar en un mundo, que, aunque mejorable en muchos asuntos, suponía unos niveles de tolerancia y hermandad entre los seres humanos que componían esos círculos, que hoy se me antojan imposibles de reproducir, pero que existieron, y de ello es lo que da fe Sergio Barce, de esa cohabitación necesaria enfangada ahora por los radicalismos y fundamentalismos de unos y de otros.
El último de los relatos, y el más extenso, denominado “Cara de Luz”, supone un ejercicio literario digno de resaltar. Doce horas en la vida de un octogenario, el Hach Ahmed el Ouazzani, un carpintero que siempre fue querido por todos, que no sabe que ese día morirá de un infarto y quedará derrumbado, abandonado a su suerte, en las oscuras calles de Larache. Pero, Sergio Barce nos hace acompañarlo en un recorrido por la ciudad desde el amanecer hasta su fallecimiento, pero también, por la ejemplaridad de su vida, por el interior de sí mismo y sus cavilaciones y por todas las vidas que vivió con el paso de sus días, permitiéndonos con ello, ver las distintas aristas de Larache en ese casi centenar de años.
Un interesante libro de relatos “Una puerta pintada de azul”.
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