La novela comienza con un principio espectacular, donde Juan Francisco Ferrándiz narra una ordalía o juicio de Dios donde los protagonistas eran dos niños de apenas un año, para posteriormente centrarse en el florecimiento del derecho romano y una nueva forma de ejercer la justicia, que había estado en manos de esos señores feudales que sostenían que la justicia y el poder provenían de Dios. El autor, que ejerce la abogacía en Valencia, nos va descubriendo en la novela como el derecho sufre una gran transformación en busca de la justicia que durante muchos años habia permanecido ciega ante los abusos de los poderosos. “El juicio del agua” es su cuarta novela y la cuarta histórica. ¿Se ha afincado definitivamente en el género histórico? No renuncio a otros géneros, pero es cierto que cuando estás enfocado en algo, buscas, estudias y recorres lugares con la mirada puesta en hechos del pasado singulares, las semillas de inspiración te llevan en esa dirección. Como en otros oficios, creo que no es malo adentrarse más y más en un terreno específico si crees que puedes hacerlo mejor y te quedan cosas por aportar. De todas nunca se sabe qué nueva historia saldrá al paso. Y su segunda novela que se desarrolla en Barcelona y alrededores. ¿Qué le atrae de la Ciudad Condal y sus territorios cercanos? Esta vez es el escenario de una historia universal y tiene su explicación. Al documentarme para La tierra maldita, descubrí que de toda Europa acuden historiadores a Cataluña para estudiar el feudalismo de los siglos XI y XII, pues fue de los más duros y violentos. Elegí ambientar parte de la novela en Barcelona a finales del siglo XII pues el esfuerzo para dominar la violencia nobiliaria y mejorar la justicia del pueblo fue una verdadera gesta, pero no sólo ocurrió allí, el cambio histórico llegó a todos los reinos cristianos de Europa, por eso la novela también recorre lugares clave como Jaca, León o Bolonia. Cómo surgió la idea para escribir su nueva novela? Me puse a investigar la manera en que esa sociedad logró someter la violencia y los abusos de los nobles, y sin esperarlo regresé a mis estudios, al Derecho. Un puñado de estudiantes en el siglo XII trajo un auténtico Renacimiento a los reinos cristianos, allí llego cierta prosperidad y oportunidades a nuevas clases, como la burguesía o los que se marchaban de las tierras donde eran siervos. El juicio del agua cuenta hechos que el lector merece conocer. Fue un gran triunfo de la humanidad y el embrión de los Derechos Humanos. Mi labor era crear una trama interesante que reflejara ese hito. Creo que es una temática original y unida al presente, por eso llama la atención también a lectores que no son tan aficionados a la novela histórica. Comienza con un capítulo donde asistimos a una ordalía. No se puede empezar de una forma más explosiva. ¿Cómo decidió ese comienzo tan trágico? Una de las cosas que más aprecia el lector es un buen gancho, un estallido de emociones que arrastre, y es lo que hice. No es gratuito, pues el destino de los personajes queda sellado en ese momento y toda la novela gira en torno a ese instante crítico. Lo sorprendente es que no tuve que retorcer el argumento ni la Historia para crearlo, ese tipo de pruebas se hacían con frecuencia. ¿Qué es una ordalía? ¿Era común en la Edad Media esos juicios para solventar cuestiones legales? Eran pruebas de muchas clases usadas para dirimir disputas. Según la clase social de los litigantes, eran duelos, combates, sostener un hierro al rojo vivo, meter el brazo en agua hirviendo, lanzar dos niños al agua para ver cuál se hunde, etc. Todas tienen en común que dejan en manos de Dios el resultado, sin que interese la verdad de los hechos. La pregunta a hacerse es, si el derecho romano se basaba en la certeza, de “dar a cada uno lo suyo” ¿por qué en la edad media se sustituye por esas antiguas prácticas? La respuesta tiene que ver con la concepción medieval de la vida. En una sociedad dominada por nobles y caballeros, enfocada en la guerra, Dios decidía el destino de cada guerrero. Las ordalías simulan la batalla, confiando el resultado a la divinidad, no a la razón o a la verdad. Pero cuando la humanidad estuvo lista se produjo el resurgimiento del derecho romano, y llegó una nueva manera de tratar a las personas, más justa e igual. “En la Edad Media la formación estaba controlada por la Iglesia y se impartía en monasterios y escuelas catedralicias”Después de ese episodio da un salto de 12 años y nos encontramos ya a los dos protagonistas de ese juicio de adolescentes con sus destinos muy marcados. Robert de Tramontana decide ir a Barcelona a estudiar Trivium. ¿Era común ese estudio en las postrimerías del siglo XII? La formación estaba controlada por la Iglesia y se impartía en monasterios y escuelas catedralicias. Asistimos a la aparición de los estudios generales, que acabarán llamándose universidades. En ese momento ya no sólo son clérigos los que estudian, aunque sí la mayoría. Los reyes y consejeros desean rodearse de gente formada, sobre todo en leyes. El conocimiento comienza a salir de los monasterios y es acogido en las ciudades. Es un momento claramente evolutivo de la humanidad gracias a la formación. ¿La injusticia de un juicio de ese tipo hizo que Robert se decantase por el estudio del derecho? Robert quiere comprender por qué es llamado el Condenado y por qué Dios decidió aquel resultado en la ordalía del agua. ¿Fue justo? Estoy seguro de que muchos en aquel tiempo se hicieron la misma pregunta, pero era desafiar una decisión de Dios. Impulsado por los acontecimientos inesperados, el muchacho irá en busca de la respuesta, pero lo que descubre con el tiempo y muchas aventuras, es mucho más importante y supera lo aprendido por sus primeros maestros. Su camino lo llevará convertirse en juez, con unos conocimientos novedosos que cambiarán el mundo. El oscurantismo reinó en la Alta Edad Media, ¿fueron los siglos XI y XII una vuelta al humanismo o seguía esa época oscura? La Edad Media tuvo luces y sombras, incluso avances y mejoras. Especialmente a finales del siglo XII se produce lo que algunos historiadores consideran un Renacimiento, con una serie de cambios profundos en la sociedad y en la manera de ver el mundo. Dentro de ese cambio es esencial el jurídico. Dicen que la civilización occidental se basa en tres grandes edificios del pensamiento: la Biblia, la filosofía griega y el Corpus Iuris Civilis, el derecho romano. Las dos primeras han sido muy tratadas en la literatura, pero no tanto la última, a pesar de que su influencia aún hoy es determinante. ¿Fue también un reencuentro con el Derecho Romano? Así es. El derecho del imperio estaba en las viejas legislaciones visigodas y carolingias, adulterado con nuevas leyes, costumbres, etc. En el siglo XII se produce un hallazgo teñido de leyenda, en un cofre se halla un viejo libro con la recopilación del derecho ordenada por el emperador Justiniano. En realidad, lo que se recuperó para la humanidad no fue sólo un conjunto de viejas leyes, fue una forma de juzgar distinta, con una base firme y cincelada durante siglos, sobre la que asentar una civilización. Eso es lo que quería contar en esta novela. Situaré a los personajes en tesituras y veremos esa novedosa forma de superarlas que supuso una oportunidad para la plebe, para los siervos y, en definitiva, para la mayor parte de la sociedad. Usted nos lleva hasta Jaca o Bolonia. ¿Se podría decir que eras las capitales del derecho? La escuela de foristas de Jaca aparece en documentos históricos como una institución a la que acudían embajadas de otros reinos para someter cuestiones y aprender de sus expertos. Allí nobles y ciudadanos eran iguales ante el fuero, sus testimonios valían lo mismo. Fue modelo para muchas leyes de otros lugares. El protagonista Robert de Tramontana sigue un camino iniciático en el que recala en varios lugares así y va descubriendo en cada etapa nuevos límites a la Justicia que creía imposibles. Lo hará superando obstáculos, dilemas y dejando huella por donde pasa. Representa a los verdaderos héroes olvidados por la historia que cambiaron el destino. Otra característica de su novela es que es muy viajera. Robert se mueve mucho. Los viajes eran peligrosos y largos. ¿Dan esos viajes pie para muchas peripecias? La novela está construida como una serie y en cada lugar Robert se enfrentará a diferentes vicisitudes, conspiraciones, hallazgos, amores, enemigos, etc. El viaje en la edad media era mucho más que desplazarse de un lugar a otro, era como la vida misma, lleno de experiencias e imprevistos, es decir, trasformador. El protagonista viaja y lo hacemos con él, viendo como crece a medida que el mundo a su alrededor lo hace, pues seremos testigos de hechos históricos.
Cómo abogado, le es familiar ese mundo. ¿Cómo consigue que el lector se interese por esas cuestiones sobre el derecho? Prescindo de las cuestiones técnicas y voy a los temas universales. No hay que saber de Derecho para entender qué es justo y qué no lo es. Precisamente esa capacidad que nos parece innata, es en realidad una compleja arquitectura mental heredada de nuestros ancestros. La humanidad aprendió lo que era justo con mucho esfuerzo y sufrimiento, luego lo olvidó y las espadas impusieron su orden, más tarde volvió a recordarlo y tuvimos una nueva oportunidad. Nada nos dice que no podamos volver a olvidarlo, por eso la novela contiene una reflexión al final. No es la primera vez en la historia que una sociedad muere de éxito. El juicio del agua habla del esfuerzo que ha costado poder defendernos del poderoso. ¿Le ha costado mucho documentarse para escribir “El juicio del agua”? ¿Por ser abogado le ha resultado más sencillo? La documentación en un proceso que a mí me encanta pues tiene algo de detectivesco. Esta vez a la Historia he sumado la Historia del Derecho y las leyes y fueros de la época. Mi formación me ha facilitado la labor de comprensión y lo que descubría me sorprendía cada vez más. Nos creemos superiores intelectualmente al hombre medieval y no era así; simplemente concebían el mundo de otra manera. Ellos no creían que actuaban de manera injusta, era el orden divino, cada uno ocupaba su lugar. Por ejemplo: existía algo llamado el “ius malectractandi” el derecho del señor a pegar y castigar a su siervo. Parece horrible, ¿no? Pues quizás ese siervo nos diría que no lo era, al contrario. Ese derecho limitaba el abuso al castigo corporal y eso le protegía por ejemplo de ser mutilado. En el fondo era un límite a la violencia caprichosa. Es fuerte, pero así era. No hay peor injusticia que la que se sufre sin saberlo y eso es lo que cambió y lo que cuenta esta novela. En pocas novelas he visto tanta rigurosidad histórica, cita a Alfonso IX como rey de León como reino independiente que casi siempre se suele poner Castilla y León. ¿Qué importancia da a la rigurosidad en una novela histórica? Así es. En esos años casa territorio tenía su rey, y se sentían pueblos diferentes. En una novela histórica hay que limitar la abundancia de datos para no ralentizar la trama, pero sean pocos o muchos, deben ser rigurosos hasta donde la documentación permita. Yo invierto mucha energía en ofrecer ese rigor histórico y dosificarlo para hacer ágil la lectura, y me reservo las licencias para otros aspectos de la novela. ¿Qué prima más en su nueva novela la historicidad o la ficción? La ficción, pues he tratado de concentrar en la vida de un personaje todo un cambio histórico. La vida de Robert podría ser la vida de mucha gente de verdad de la que sólo tenemos retazos. Pero la ficción se entreteje con la realidad de forma a veces extraordinaria. Lo explico con este ejemplo de la novela: en la primera sentencia de Robert a su regreso a Barcelona, invoca un principio romano para intentar salvar a unas familias pobres, pues bien, ese mismo principio es el que se ha invocado para salvar miles de negocios y arrendatarios durante esta pandemia. Yo estaba en las correcciones y se me ponía la carne de gallina al ver la conexión. Una solución pensada hace dos mil años, salía al paso en el siglo XXI para paliar una catástrofe. Esa es la idea de El juicio del agua: lo valioso que fue lo que trajeron estudiantes como Robert el Condenado. ¿Es difícil compaginar personajes históricos con otros ficticios? A mí me gusta mucho pues nos metemos en la vida real de aquel tiempo, en los problemas, crisis y dilemas. Hacerlo sin duda es una licencia que nos permitimos en este género pues, ¿quién puede saber cómo era en lo personal tal o cual personaje? Algunos datos pueden darte pistas pero nada más. Creo que los lectores, y yo me incluyo, lo aceptan de buen grado, siempre que el encaje sea coherente y esté bien engarzado. “La novela histórica a menudo resulta previsible porque la propia temática obliga a recorrer una senda fijada por la Historia”En “El juicio del agua” suceden tantos sucesos que se convierte en un thriller medieval vertiginoso. ¿Se siente cómodo en este formato de capítulos cortos y cambios continuos de escenarios? Sí, la novela histórica o ficción histórica a menudo resulta previsible porque la propia temática obliga a recorrer una senda fijada por la Historia, por eso nos llama la atención cuando el tema es original y desconocido. La estructura y argumento de El juicio del agua permitía colocar numerosos giros y sorpresas en la trama. Tenía claro qué quería contar, pero me planteé muchas maneras de contarlo y opté por un formato moderno, de capítulos cortos y escenarios encadenados, como una serie, para hacerla más atractiva. Creo que funciona, a raíz de las opiniones que recibo, pero eso el lector lo dirá.
Pese a los tiempos que corrían a los protagonistas le da tiempo a vivir historias de amor. ¿Cómo eran en esa época? ¿Los matrimonios eran por amor o por conveniencias de los padres? ¡Estás son las preguntas que me hacen amar tanto la historia, pues te llevan a intentar pensar como ellos! ¿Te acuerdas de esa canción que decía “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”? Pues bien, en la edad media no hubieran entendido la letra. Todo estaba unido y relacionado, cada persona tenía sólo una fuente de sustento, la tierra familiar, el taller, la corona real, y podía subsistir si continuaba el linaje con un marido o esposa conveniente, a menudo concertado. Concertar un matrimonio era tan lógico como hacer una reserva si quieres mesa en un buen restaurante. El amor no tenía nada que ver y creo que los hombres y mujeres de entonces no se angustiaban por ello; lo tenían mucho más claro de lo que aparece en las historias actuales. Otra cosa eran los sentimientos y el deseo, eso sí era libre, como vemos en los poemas, y además hay un detalle interesante: en su mayoría eran jóvenes, la esperanza de vida estaba en unos 30/40 años. En los festejos y banquetes la media de edad serían 20 o 25 años… Estoy seguro de que los romances y la sexualidad se vivían con una intensidad y desinhibición mayor de la que creemos. De hecho, la Iglesia tomará cartas en el asunto y los siglos XV y XVI serán mucho más reprimidos. Hay sexo en El juicio del agua, nacido del amor y otras veces del deseo. Quizás algunos amantes se casaban, pero serían los más afortunados. Para finalizar, hay tanto suspense en su novela y tantos misterios que su novela parece una epopeya histórica donde no sabemos qué va a ocurrir en el siguiente capítulo. ¿Ese es el secreto para mantener la atención del lector durante 700 páginas? Sí, es lo que os comentaba antes. La construí como si fuera un caso a ganar y los lectores el tribunal. Tenía que hacer la historia emocionante, creíble y mantener el interés hasta el final. Por otro lado, toda la trama sugiere que es el periplo de nuestra sociedad occidental, de Europa, en un momento clave de su historia; un tránsito hacia la dignidad de sus habitantes. Salvando las distancias, como referentes para la estructura miraba novelas como “El médico”, “La catedral del mar”, “Te daré la tierra”, incluso “La historia interminable”, pues buscaba esa transformación interior del personaje. ¿Es la búsqueda de la justicia la esencia de “El juicio del agua”? Así es. Muchas novelas parten de un personaje que busca justicia, pero en este caso quiero contar el paso de la justicia individual del protagonista a la colectiva de toda la sociedad que le rodea, especialmente de aquellos a los que nadie escuchaba. Históricamente alguien lo hizo, se llamara o no Robert, Novella o Giovanni. Puedes comprar el libro en:
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