Estamos ante una biografía definitiva del rey que ocupó, con su marcada personalidad, para bien o para mal, la mayor parte del siglo XVI. Ser humano de personalidad complicada, retorcida, con ciertos complejos e inseguridades, que tanto daño hicieron, según mi conocimiento de historiador, a la ancestral Iberia. Por cuestiones de espacio, y por interés personal, me dedicaré exclusivamente al hombre, ya que su idiosincrasia influyó absolutamente en sus otros dos comportamientos, el de monarca y el de mito. El calificativo de “figura abismal” que le dedicó el profesor Martínez Ruiz, en un momento determinado, al monarca por antonomasia de la dinastía de los Habsburgo es definitorio, ya que está magníficamente caracterizado el que diversos de sus actos separados por muchos años tenían un comportamiento o un referente abismal. La definición de Lucien Febvre sobre cuál debe ser el comportamiento del historiador, se define en una frase que asumo: “Comprender y hacer comprender”. Se deben considerar siempre el a posteriori y el a priori de la HISTORIA. Es muy significativa la opinión del embajador veneciano Michele Soriano: “El hijo del emperador fue poco grato a los italianos, ingratísimo a los flamencos y odioso a los alemanes”. John Elliott en el año 2001, tras el congreso internacional de Zacatecas, escribía: “Este es el Felipe de la tradición liberal, protestante y anglosajona, y, como era inevitable, provocó en los defensores españoles y católicos del rey una contraimagen no menos extrema de Felipe como supremo defensor de los valores transcendentales a los que solo España permaneció leal en un mundo devorado por la herejía, el secularismo y la modernidad”. Con estos análisis y algunos más, no puede existir un consenso ponderado sobre este monarca español, que ya era muy polémico en su propia época. “Felipe II en cuanto ser humano, biológico, era el producto de una mezcla increíble de sangres; la española, minoritaria, se impuso, como si el ambiente fuese más fuerte que la herencia”. Vista desde fuera, la Península Ibérica-España españolizada o, más bien, transformada a la imagen y semejanza de Felipe II, era contemplada por los europeos como intransigente, ortodoxa, ambiciosa desmesurada, de rígida etiqueta, de imperturbable orgullo, y de todo ello el responsable absoluto era su monarca Habsburgo, el autocalificado como Rey Prudente. Hoy no se aceptan esos negativos y maximalistas calificativos, ya que: “La España de Felipe II era mucho más vital y regocijada de lo que se suponía”. Entre 1549 y 1559 el Príncipe de Asturias viaja por Europa, y llega a la convicción de que existe algo más que lo que él conoce en sus reinos de León, de Aragón, de Navarra y de Castilla. Felipe II nace el 21 de mayo de 1527, en el Palacio Pimentel de Valladolid, y pasaría a mejor vida el 13 de septiembre de 1598, en El Escorial. Tuvo una longevidad de setenta y un años. Curiosamente fue rey de Inglaterra e Irlanda, por su matrimonio con María I Tudor, entre 1554 y 1558 IURE UXORIS. Sus padres fueron los emperadores Carlos V e Isabel de Portugal. Se matrimonió en cuatro ocasiones, con María Manuela de Portugal (1543-1545. Carlos de Austria, 1545-1568), María I Tudor (1554-1558.), Isabel de Valois (1559-1568. Isabel-Clara-Eugenia, 1566-1633. Catalina-Micaela, 1567-1597. Juana 1568) y Ana de Austria (1570-1580. Fernando, 1571-1578. Carlos-Lorenzo, 1573-1575. Diego-Félix, 1575-1582. Felipe, 1578-1621. María, 1580-1583). Tuvo dos amantes oficiales: Isabel Osorio (1522-1589. Bernardino y Pedro, nunca reconocidos) y Eufrasia de Guzmán (c. 1540-c. 1599). En todo el devenir vivencial de Felipe II aparece la parca de la muerte. Crecería bajo la habitual ausencia de su imperial progenitor, y será su madre la que supervise su educación. Magistral el estudio que realiza el autor sobre todos los antecesores del monarca, de lo mejor que he leído nunca. En 1542, es jurado como heredero por las Cortes de los Reinos de Aragón, siendo muy loado y celebrado en Barcelona. Su primera mujer fallecería de sobreparto, es decir de infección puerperal, dejando a su hijo, Carlos de Austria, total y absolutamente desamparado, este niño tendría importante desequilibrios mentales; y, siguiendo las directrices del emperador Carlos V, sería educado con etiqueta y sin afectos. “El 21 de octubre de 1556, cuando iba camino de Yuste, Carlos V vio por primera vez a su nieto y la impresión que este le causó no fue muy positiva”, es obvio que el abuelo no quiso saber nada de su nieto. El proyecto de casarle con la reina María Estuardo de Escocia tampoco se llevó a cabo. “El príncipe mostraba claras muestras de locura y desequilibrio”. Bodas entre parientes consanguíneos, primos-hermanos entre sí y tíos-tías con sobrinos fueron creando una genética endogámica, cuyo final desdichado sería Carlos II el Hechizado. De todos sus vástagos sería su heredero el varón benjamín tenido con su cuarta esposa, sería conocido como Felipe III (jurado en 1584, en Madrid para los Reinos de León y de Castilla). Con estos mimbres tan atrabiliarios se intentó construir una monarquía duradera, que pudiese plantar cara a los múltiples enemigos europeos, lo que, a la larga, sería imposible. Geoffrey Parker escribe: “Aunque esas uniones incestuosas produjeron un vasto imperio como se pretendía, también generaron una descendencia con defectos notables: no solo mala salud, baja estatura, deformaciones físicas y debilidad general, sino también relativa esterilidad. La consanguinidad puede explicar por qué, aunque Felipe engendró unos quince niños con cuatro esposas, solo cuatro sobrevivieron a la niñez´”. En suma, obra extraordinaria, sobresaliente, que recomiendo vivamente, y que merece lo mejor de los plácemes. “Reformare homines per sacra, non sacra per homines”. Puedes comprar el libro en:
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