No bastaba una sola voz, por dolida y sincera que fuese, para ofrecer el sonido, la significación, la dimensión misma de los trágicos días vividos por muchos mexicanos en octubre de 1968. Elena Poniatowska se dedicó, pues, a oír las múltiples voces de los protagonistas –indiferentes, solidarias, quejumbrosas o airadas– y compuso este enorme testimonio colectivo que, a la manera de un coro plural, da la relación de los hechos.
Desde cualquier punto de vista o posición que adopte ante lo sucedido en esos días, el lector sentirá que esta obra de algún modo le concierne y reclama. Estudiantes, obreros, padres y madres de familia, profesores, empleados, soldados y hombres de Estado, en fin, diversos componentes de la sociedad mexicana aportan su modo de ver, sentir y considerar los acontecimientos. No se trata de emitir un juicio general, sino de recoger la experiencia misma y su reflejo en la memoria de muchos. Los testimonios fueron fielmente transcritos: las palabras vibran en la página con su textura y su tono oral. Este es un libro que será oído más que leído.
Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan, niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click, click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego!, y se doblan para atrás rozando la cortina de satín rojo.
El dueño de la barraca les dio los fusiles a los cuicos, a los del ejército, y les ordenó que dispararan, que dieran en el blanco y allí estaban los monitos plateados con el azoro en los ojos, boquiabiertos ante el cañón de los fusiles. ¡Fuego! El relámpago verde de una luz de bengala. ¡Fuego! Cayeron pero ya no se levantaban de golpe impulsados por un resorte para que los volvieran a tirar al turno siguiente; la mecánica de la feria era otra; los resortes no eran de alambre sino de sangre; una sangre lenta y espesa que se encharcaba, sangre joven pisoteada en este reventar de vidas por toda la Plaza de las Tres Culturas.
Elena Poniatowska Amor nació en París el 19 de mayo de 1932. Vive en México desde 1942. Entre sus obras destacan –amén de La noche de Tlatelolco, por la que se le otorgó el Premio Xavier Villaurrutia, que rechazó preguntando quién iba a premiar a los muertos– Hasta no verte Jesús mío (1969), Querido Diego, te abraza Quiela (1978), La flor de lis (1988), Tinísima (1992), ganadora del Premio Mazatlán y La piel del cielo, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2001. Por El tren pasa primero (2006), relato sobre la vida de los ferrocarrileros mexicanos, recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (2007), y por Leonora el Premio Biblioteca Breve Seix Barral (2011). La obra de Poniatowska ha sido traducida a diecisiete idiomas. Su trayectoria literaria ha sido reconocida, a ambos lados del Atlántico, por numerosos premios y menciones honoríficas, entre los que destacan el premio Mary Moors Cabot de Periodismo de la Universidad de Columbia, la Legión de Honor Francesa a título oficial, el “Gabriela Mistral” de Chile o el “Courage Award” de la International Women’s Media Foundation.
En 2013 le fue otorgado el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, considerado el Premio Nobel de las letras hispanas.
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