Otra novela histórica, que se desarrolla en la época del Infante Don Juan Manuel (1282-1348), y como la mayor parte de ellas, suelen ser de importante calidad narrativa e, inclusive, historiográfica. Esta, no obstante, comienza regular, utilizando un cuadro de linaje erróneo al 50%. Fernando III el Santo es rey de Castilla, obvio, pero asimismo y en igualdad de condiciones DE LEÓN, es un infante leonés. El desideratum es el de su hijo Alfonso X el Sabio de Castilla, nadie lo duda, pero en igualdad de condiciones lo es DE LEÓN: cortes y legislaciones por separado, titulación regia idem, eadem, idem, reivindicación del Algarbe como territorio del Reino de León, Jiménez de Rada recordará al Papa la categoría imperial de los Reyes Leoneses, ergo: Alfonso X es rey de Castilla y de León; sin olvidar que el infante Juan se intituló como Rey de León, aunque tras el año 1300 apoyase a su sobrino Fernando IV. Idem titulaciones dúplices para Sancho IV (su esposa María de Molina se consideraba, desde la leonesa Toro, sobre todo reina de León), Fernando IV, y Alfonso XI (según su crónica que está en leonés o llingua llionesa: Crónica de Alfonso el Onceno de los Reyes de Castilla y de León). Aunque se escriba de novela-histórica, la documentación historiográfica debe ser rigurosa, al margen de que los personajes inventados realcen la obra. Los huesos del Infante Don Juan Manuel reposan en un arca de piedra de la iglesia del convento de San Pablo de Peñafiel: “Aquí yace el ilustre señor don Juan Manuel, hijo del muy ilustre señor infante don Manuel y de la muy esclarecida señora doña Beatriz de Saboya, duque de Peñafiel, marqués de Villena, abuelo del muy poderoso rey y señor de Castilla y de León don Juan I, de este nombre. Finó en la ciudad de Córdoba el año del nacimiento de Nuestro Salvador de 1362”, aunque su fecha real de muerte es la del año 1348. La obra comienza con la batalla por Murcia, 4 de junio de 1294, cuando los nazaríes han comenzado sus aceifas por la zona, causando una gran preocupación en la corte burgalesa de Sancho IV de León y de Castilla. Se nota la maestría del escritor en el arte del diálogo, agilidad importante, versatilidad, y descripción rigurosa de los personajes: “-Y porto conmigo mi espada Lobera, ¡la espada de Fernando III el Santo, mi ancestro!-exclamó el joven-. Me obliga mi linaje, ¡me obliga la honra!”. En este momento histórico ya ha sido nombrado Adelantado de Murcia, a pesar de que tiene solo doce años. El rey Sancho IV se muere en Alcalá de Henares, y reclama la presencia de su joven primo: “-¡Ah, primo, has llegado! Y en buena hora. No espero vivir mucho más. –Su voz sonaba rota, ronca y gastada, y en su mirada buscaba descargar su conciencia. El joven frente a él había crecido y lo miraba con ojos compasivos. El rey, haciendo un gran esfuerzo, lo tomó por un hombro y lo abrazó, y lo hizo levantarse para sentarlo junto a él a un lado de la cama-. A todos, tengo mucho que contaros y quiero que lo oigáis de mi propia boca. Primo, me ves morir y nada puede hacerse, porque no es muerte de enfermedad, sino que es muerte merecida por mis pecados y por la maldición que recibí de mis padres, por rebelarme contra mi padre Alfonso X el Sabio”. Tras la muerte del rey, se plantea, en el capítulo de la “Tercera Muerte”, la posibilidad de ascenso al trono del infante, pero su ayo el conde Gómez Fernández lo disuade sin ambages, en un diálogo claramente revisable en lo historiográfico, ya que León jamás ha pertenecido a Castilla, por lo tanto nada es cercenable: “Su madre la reina quiere la regencia en minoría, pero otros apoyan a los infantes de la Cerda, y algunos al infante don Juan, hermano del difunto y primo tuyo, que aspira a cercenar Castilla y gobernar como rey de León. Tu padre no era más que el último varón. Nunca alcanzarás el trono de Castilla”. Según el autor, la historia de los reyes de Castilla es trágica, por sus traiciones y baños de sangre. Indudablemente siempre la felonía contra los Reyes-Emperadores de León, fue la característica paradigmática de los condes de Burgos; aunque en este momento histórico los monarcas lo son de Castilla y de León. En el capítulo “El Último Hombre Justo”, todo se desliza hacia el final de la vida del infante. La infanta Constanza ha muerto (1345), y asimismo su suegro Jaime II de Aragón, con lo que don Juan Manuel ya no cuenta con apoyos suficientes para seguir plantando cara al rey Alfonso XI de León y de Castilla, este monarca ha decidido casarse con su prima María de Portugal: “-¡Nada puede hacerse, decís! ¿Nada? ¡No quiero oíros!-Juan Manuel, vestido completamente de luto, dio un puñetazo en la mesa de un castillo de Zafra, dentro del obispado de Cuenca. Sus principales castillos estaban rodeados de hombres y erizados de lanzas a su servicio. Nadie podría amenazarlo en aquella fortaleza, que a cada día que pasaba se hacía más y más inexpugnable. Los silos estaban llenos, los ganados a salvo. Pero nada de eso le devolvía la paz ni el honor ni el descanso, que huían de él-. ¡Mi hija no quedará en manos de ese perjuro que ni teme las palabras del Papa de Roma!”. En enero de 1328, el infante se encuentra en el castillo de Garcimuñoz; los emisarios que había enviado a Lorca, apresados por el rey fueron cegados. Cuando en sus largas madrugadas encuentra una frase de su secretario Rodrigo de Dios, que resume su idiosincrasia, donde su honra queda a salvo: “Y con la pluma convertida en puñal, reincidió en lo tachado por segunda y por tercera vez”. En suma, recomiendo su lectura, por la riqueza y el interés de su narración. “Pars melior humani generis, totius orbi flos”. ET “Extra historiam nulla salus Regno Legionis”. 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