Fue William Marshal mariscal del rey Enrique Plantagenêt el Joven de Inglaterra [Surrey, 28 de febrero de 1155-REY DE INGLATERRA desde 1170, hasta Martel, 11 de junio de 1183], y sirvió a otros reyes de Inglaterra como Enrique II Plantagenêt [Le Mans, 5 de marzo de 1133-REY DE INGLATERRA entre 1154 y, Chinón, 6 de julio de 1189], Ricardo I Plantagenêt Corazón de León [Oxford, 8 de septiembre de 1157-REY DE INGLATERRA entre 1189 y, Châlus, 6 de abril de 1199], Juan I Plantagenêt Sin Tierra [24 de diciembre de 1166-REY DE INGLATERRA entre 1199 y, Nottinghamshire, 18/19 de octubre de 1216], y Enrique III Plantagenêt de Winchester [1 de octubre de 1207-REY DE INGLATERRA desde 1216, hasta 16 de noviembre de 1272], de este último sería su todopoderoso regente. Guillermo otorgaría carta de naturaleza al título del jefe de seguridad de los reyes de Inglaterra, ya que cuando murió, ya toda Europa lo denominaba como “EL MARISCAL”.
Una idea rigurosa sobre la época, una narración de una agilidad paradigmática, y una trama de una riqueza fuera de toda duda. La obra comienza en abril de 1219, en el Señorío de Caversham, cerca de Reading, hogar de Guillermo el Mariscal, que se está muriendo, y este capítulo define todo el global de la obra. Toda su vida pasa por su mente, ha tenido todo el poder, hasta el de ser regente de Inglaterra, y ahora depende de la voluntad de Dios. Cierra los ojos y comienza a repasar su vida. “Todo había empezado en un santuario del Lemosín, donde se disponía a cometer un robo”. Estamos en junio de 1183, en la ciudad lemusina de Martel. En ese momento se encarga de la educación y cuidado del joven monarca inglés, Enrique el Joven, al que la autora llena de licencia, ya que no consta en ningún sitio, le llama Harry. El joven Plantagenêt está en guerra con su padre, el rey Enrique II de Inglaterra, y necesita dinero para poder plantar cara a su poderoso progenitor.
Pero, así es la dinastía pelirroja de los hijos de Enrique II y Leonor de Aquitania, “hemos salido del diablo y al diablo volveremos, nuestro pelo rojo lo delata”. Enrique el Joven depende total y absolutamente de la voluntad política y económica de su regio padre. Es un rey de Inglaterra de pacotilla, que está supeditado al dominus tecum de su imperial padre. El robo y el expolio se realizará en el santuario de Nuestra Señora de Rocamadour: “-¡Ese documento no tiene validez cuando robáis las pertenencias de Dios para pagar la guerra y con vuestros sacrílegos mercenarios arrastráis a la miseria a las buenas gentes!- exclamó el abad, mientras lanzaba una desdeñosa mirada a los caballeros allí congregados-. Jamás podréis restituir el equivalente de lo que habéis robado, pues lo esparciréis a los cuatro vientos”. En el capítulo-5º, de julio de 1183, la trama se desarrolla en la iglesia templaria de Holborn, donde se produce todo un diálogo con el templario Aimery de Saint Maur, riqueza descriptiva sin parangón. El templario no recomienda a William Marshal que se dirija a Constantinopla, ya que desde la muerte del emperador Manuel I Comneno el Grande [28 de noviembre de 1118-EMPERADOR DE BIZANCIO desde 1143 y 24 de septiembre de 1180], la hostilidad hacia los cristianos de rito latino es manifiesta. En agosto de 1183, fecha siempre total y absolutamente documentada, William está en Roma, pero el papa Lucio III [Lucca, 1097-HABEMUS PAPAM, entre 1 de septiembre de 1181 y, Verona, 25 de septiembre de 1185] está retirado en Verona, “incapaz de lidiar con los afilados cuchillos de la política romana”.
Los capítulos van alternando los recuerdos del moribundo con su pasado bélico y político. En los estertores de enero de 1184 ya está en Jerusalén, por su relato desfilan todos los personajes históricos del momento: BOHEMUNDO DE ANTIOQUÍA; GUIDO DE LUSSIGNAN; SALADINO, el sultán kurdo; EL REY BALDUINO IV DE JERUSALÉN, y tantos otros. “Tras poner los pies en el suelo, trató de mantenerse erguido. El velo que le ocultaba el rostro ondeaba de un lado a otro, mecido por la fresca brisa, y de vez en cuando dejaba a la vista sus facciones deformadas. El patriarca Heraclio desmontó de su gran alazán y se les acercó con una expresión decidida y adusta”. Diálogo delicioso en mayo de 1184, en el Palacio Real del Rey de Jerusalén: “El rey hablaba con voz ronca y arrastraba un poco las palabras, como resultado de su cada vez más avanzada lepra. Estaba sentado en su sillón tapizado, con el acostumbrado velo que le cubría la cara”. En el 37º capítulo se acerca la muerte: “En un momento determinado, notó un beso en la frente y oyó un ruido que tal vez fuera un llanto contenido. Comprendió vagamente que Isabel había abandonado la cama y se alejaba de puntillas para ir a rezar”.
En el último capítulo, número 40, mayo de 1219, la muerte ya lo ha atrapado como su pertenencia: “El atardecer se fue apagando y el cielo adoptó el luminoso color azul cerceta de la noche. Todo tenía un principio y un fin y luego otro principio. Y, sintiéndose completo y satisfecho, aferró el sello con la mano y notó en el rostro el delicadísimo roce de la seda”. Vanitas vanitatum et omnia vanitas.
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