Poesía de la nostalgia y de la luz. La poesía como estallido y quietud, ley de contrarios, como la vida, vida en sí misma, como lo es el libro objeto de este comentario, Felizidad, que merecidamente ha sido galardonado recientemente con el Premio Nacional de la Crítica de poesía en gallego, autoría de Olga Novo (A Pobra do Brollón, Lugo, 1975), publicado por uno de los sellos editoriales españoles más singulares del momento actual, Olifante, con traducción y notas de Xoán Abeleira, quien nos aclara que «el título original del libro es un calambur creado a partir de la división en dos partes de las sílabas del vocablo gallego felic-idade: Feliz Idade (Feliz Edad). Un juego semántico que, por desgracia no es posible mantener en castellano».
Desde sus primeras páginas el lector puede comprobar que se trata de un poemario lúcido, nacido de una experiencia vital que trasciende lo puramente cotidiano y donde el tiempo marca la expresividad del yo poético, que se debate entre el nacimiento a la vida de su hija Lúa y la muerte del padre. Principio y fin de un tiempo que no puede detenerse y en el que Novo proclama el amor y la belleza como razón existencial. Todo se sucede de forma natural, y entre el crecer de la hija y el decrecer del padre, queda al descubierto un poderoso vínculo con la palabra, con la poesía. La poesía entonces toma el vuelo hacia lo más secreto y lo más hondo hasta sentir que el oxígeno se acomoda muy adentro del cuerpo, muy adentro del alma, en el centro mismo del corazón, y fluye y fluye sin parar.
Felizidad es un libro mágico, doloroso y tierno al mismo tiempo, porque bebe de una experiencia vital única, pero también un canto extraordinariamente bello. Olga Novo afirma que “la belleza salva”, como también la poesía, añado yo. Y así, con estas mimbres, Novo construye un universo personal de una grandeza inequívoca: «porque un milímetro de vida / basta / para saber / que un milímetro de vida basta / para que persista la vida». Esta es la poesía honda e introspectiva de quien se ha dejado embaucar por el sonido de una rama, el rugido de un bosque o el silencio de la piedra, una poesía directa al corazón. Como dice la poeta en la Carta proemio, “la poesía es un acto radical de vida”, y, ciertamente, indiscutible parece esta aseveración cuando nos adentramos poco a poco en Felizidad, cuando nos dejamos llevar por la música de sus versos en nombre del amor paterno: «Estabas allí / sentado / yo admiraba tu potencia de bicho sin domesticar / que hozaba en el aire y me había concebido a mí / que lloro leyendo los versos de Derek Walcott / como si entre nosotros mediasen tres siglos o más / y era una victoria sobre el mundo que tu hija escribiese libros / que tú no leerás nunca». Pero la palabra viene a la vida y se va también hasta oscurecer el mundo en el más aterrador de los silencios y olvidos: «Porque al fin / papá / te diriges a mí sin orden en tus órdenes / y deshaces la sintaxis igual que desgranabas habas / y todo cobra el sentido profundo de cuanto no tiene lógica / ni está sometido a nada. // Igual ves cómo se me encoge el alma / cuando se te encoge la tuya». Es la poesía de Olga Novo vital, amorosa, indómita en su belleza, y la emoción, el instrumento que la crea y la define: «Y yo aún no sabía / que la poesía tiene ojos / como el pan / esas burbujas de dióxido de carbono / que contienen los secretos del Universo / y calman el hambre / y ven / más allá de lo invisible».
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