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“Todo cuanto es verdad”: celebración y crítica en la moderna soledad

sábado 12 de diciembre de 2020, 18:00h
El sexto poemario de Diego Medina Poveda (1985) mereció el accésit del Premio Adonáis 2019. Premio Manuel Alcántara 2018 por su poema “Contrapicado”, Poveda es filólogo por la Universidad Complutense de Madrid y en 2014 fue becario del Área de Publicaciones de la Biblioteca Nacional de España.
Todo cuanto es verdad
Todo cuanto es verdad

Todo cuanto es verdad (Ediciones Rialp, 2020) nos introduce de lleno en la lectura estoica de lo cotidiano, ya desde su título, los poemas del joven poeta malagueño aluden a esas 124 epístolas que Séneca redactó durante los últimos años de su vida para Lucilio, procurador romano en Sicilia. Pero si el filósofo cordobés trató de plasmar su vasta experiencia sobre el papel para tratar de enseñar a ser feliz a Lucilio, Medina Poveda no parece querer moralizar ni ser didáctico con su poemario, sino más bien, su intención es la de retratar con precisión la arritmia de una sociedad que encuentra enferma y de dicha exposición a la banalidad, sus poemas, de manera sencilla pero sin parquedad, trazan un sendero hacia la reflexión de la virtud.

“Mudanza” (6 poemas) y “Geografía del abandono” (9 poemas) son las partes en que se divide este poemario, quince poemas que se despliegan a lo largo de treinta y tres páginas en las que Benedetti, Bauman, fray Luis de León o Baudelaire serán invitados de excepción que enmarcarán algunos de los poemas por mediación de paratextos.

Ya en el primer poema, titulado “Ropa limpia”, advertimos que Medina Poveda es un hábil orfebre del verso, pues somete su inspiración a la preponderante arquitectura imparisílaba del heptasílabo, endecasílabo y alejandrino, formando equilibradas combinaciones que dotan al conjunto de una armónica prosodia de gusto clásico: «todo cuanto es verdad nos pertenece, / y ya se han hecho eco mis tabiques / de todas las verdades». Estas combinaciones versales se mantendrán constantes durante todo el libro. En un presente continuo en el que la voz en primera persona del hablante lírico irá relatando la actividad vecinal de un día cualquiera, Medina Poveda encuentra la excusa perfecta para reducir al absurdo lo complejo de nuestras aspiraciones, el poeta simplifica la percepción que tenemos de nosotros mismos y advierte que en las tareas cotidianas se igualan las conciencias, se desacraliza lo ideal y al descubrirnos seres de costumbres, nuestra propia rutina es cantada relacionando objetos banales y conceptos filosóficos: «El recuerdo es la mancha de tomate / que ensucia su camisa, y el olvido / —igual que un detergente malo— / siempre le deja mácula en el cuello».

Ya en el primer poema, el hablante lírico interpela al lector, algo que volverá a hacer más adelante: «Permitidme que os diga —es un secreto— / que, aparte de mi voz, escucho vuestras voces / y en esta soledad que habita mi cabeza / dialoga en la palabra un vecindario». Esta ruptura del pacto de ficción provoca la inmersión del lector, el poeta demanda su participación de diversas maneras: «Somo también nosotros peregrinos», esta afán inclusivo deviene en empatía, en identificación, algo que el poeta refuerza con versos irónicos, casi siempre, parentéticos: «Es cíclico el tambor de nuestra espera / —programa corto y mucho suavizante—».

Nada es permanente, nos dice el poeta en “Cambio de piso”, y es precisamente en la mudanza de una vivienda donde la analogía cobra vida y florece reflexiones sobre la necesaria renovación de lo externo y lo interno, el recuerdo, como acto de revelación de que lo perpetuo es en verdad efímero o los imprevisibles milagros que en lo frecuente aguardan sin ser advertidos: «porque mover un mueble —un simple acto— revela / un éxtasis doméstico».

El poeta continúa articulando su discurso criticando frontalmente la vigorexia, ese adictivo culto al cuerpo que en la sociedad moderna es otro de los factores que contribuyen a su deshumanización. La dismorfia muscular aleja al enfermo mental del contacto social y lo sume en una absurda espiral de ejercicio físico que no hace más que producirle insatisfacción: la soledad no es ajena a ese proceso de autodestrucción, un nivel patológico de enajenación que Diego Medina Poveda compara con su aspiración a la virtud: «también yo, huyendo a no sé dónde, / si de mí mismo o en ese huir pretendo / encontrar el paisaje de mi ermita».

La prospección interior sigue buscando en el exterior objetos en los que representar su correspondencia, de esta manera, la afectación de chinches en los hogares o la tediosa tarea de montar un mueble comprado en unos grandes almacenes prolongan esa descripción de un mundo preocupado por el consumismo y el confort, acotan la mirada a un estrato social de clase proletaria al que supuestamente el hablante lírico pertenece, sin embargo, una parte de él escapa a la vorágine de ese mundo al que se siente encadenado y reflexiona y critica su futilidad y funcionamiento desde una perspectiva que podría interpretarse como burguesa: «me da alergia el periplo del turista / que baja del low cost malhumorado / y cree que en tierra extraña / se va a encontrar consigo mismo / en un selfie de amor a su persona».

El poema titulado “Metempsicosis”, ya en la segunda parte, es un buen ejemplo de cómo el ser humano es afectado por su entorno. Las ciudades modernas, gobernadas por élites neoliberales, implantan un sistema capitalista que aliena la conducta del individuo con el fin de configurar en él hábitos consumistas: «De comprar vengo un trozo de conciencia: // ya ni siquiera nuestra muerte / nos salva del comercio». Y algo parecido ocurre en el poema que lleva por título “Deshaucio”, donde el hablante lírico problematiza una noción de propiedad privada que no satisface a su código moral.

“Reciclaje” nos habla de la hipocresía, pone re relieve las mentiras que el Estado puede articular para controlar a sus ciudadanos o para deformar su propia imagen, algo que de manera comprensible invita a la desesperanza. Pero el poeta recupera la idea de adaptarse en “Amor líquido” a la manera de Bauman, convertirse en un anatómico cauce para ese caudal informe que nos rodea y así lo demanda, y renueva la esperanza en el ser humano a través del amor. El poemario se clausura con un poema titulado “Diario de a bordo”, en el que el poeta confiesa su incómoda deriva de espíritu, el desconcierto y la duda como corolario de todo su periplo.

La poesía de Medina Poveda se deja atravesar por su contemporaneidad, sus actores y motivos poéticos se encuentran en la urbanidad, en la problemática cotidiana de las relaciones sociales y del ser con el entorno, un ecosistema artificial que influye negativamente en su subconsciente y le empuja a disentir del aleccionamiento de masas, por ejemplo. El léxico empleado en este libro, así como su tono, transitan de lo coloquial a lo solemne, de lo privado a lo público, aducen una persuasión cabalgante que enuncia sus presupuestos de manera limpia y eficaz.

Cercano al Pablo Casado de Las afueras y al Antonio Praena de Historia de un alma, Medina Poveda se convierte en un cronista de su tiempo que aúna la auscultación de su alma a la crítica directa del mundo en el que vive. No en vano, la frivolidad, el escarnio, la burla y el sentimiento absurdo son diferentes registros de los que el hablante lírico hace gala cuando manifiesta sus descripciones y valoraciones.

Todo cuanto es verdad incardina la solvencia de un saber decir a la pertinencia de un oportuno pensar, algunas de sus metáforas fusionan a la perfección ciencia y humanismo, filosofía y cultura basura, religión y ficción. En definitiva, su discurso es policromado y fresco, no exento de guiños a la cultura clásica, pero siempre pendiente de un existencialismo actual.

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