Los “Diarios” no solo suponen recopilar, a saltos, las impresiones, las reflexiones, los pensamientos si lo desean, de un autor determinado, sobre la vida que transita en un momento dado a su alrededor, sino también, una constatación de hechos relevantes que nos permiten dilucidar el hilo de la tragedia que supone la existencia para los seres humanos, en momentos puntuales, y que, las más de las veces, queda difuminado, velado, por los encargados de mover los hilos del poder y la opinión circulante, en una sociedad determinada. De ahí su valor, no solo por la explicación de unos hechos desde la subjetividad de quien los narra, sino lo que es más importante, la verdad que se nos destapa sobre acontecimientos que las más de las veces desconocemos.
Dice Ismael Diadié al comienzo de este texto: “No existiría Troya sin un poeta ciego que cantara su destrucción. El destino encamina Tombuctú a esperar días funestos (…).”
A partir del 24 de enero de 2.012 en Malí, sucede un terremoto, no precisamente por movimientos de falla geológica alguna, sino por la ambición de los hombres, con réplicas sucesivas que se mantienen hasta nuestros días, cada una de ellas capitaneada por una facción radicalizada que impone sus tesis religiosas, ideológicas e interesadas, por la fuerza de las armas y por la implantación del miedo, del terror, en cada una de las células de los habitantes de esta país africano, llevando a la miseria y al caos más absolutos a sus pobladores, y arrasando, al paso, todos los derechos inalienables que están consagrados en los Tratados Internacionales y que deben ser aplicados a todo ser humano por el mero hecho de haber nacido.
Dice Diadié en “Diario de un bibliotecario de Tombuctú”: “…los peores crímenes contra la Humanidad han sido cometidos por gente que creen tener razón, bajo la mirada de personas que piensan que lo que hacen no es asunto suyo.”
Pero, iniciemos la Historia por donde se debe: “En el año 1467, un 22 de julio, Toledo ardió. Judíos, musulmanes, conversos de las dos religiones y cristianos viejos se masacraron en una contienda que dejó la ciudad de los 70 reyes con 1.600 casas quemadas. Mi antepasado Ali b. Ziyad tuvo que coger lo que pudo de su biblioteca e irse al exilio. Siglos más tarde, arde Tombuctú y me encuentro en la obligación de coger de la biblioteca lo que puedo llevarme y salir al exilio.”
Esa biblioteca, que ha ido ampliándose con el paso de los siglos y reunificada finalmente por Ismael Diadié Haidara en 1998, se compone en la actualidad de 12.714 valiosos manuscritos: el llamado Fondo Kati.
Desde esta revista dedicada a la literatura, hago un llamamiento expreso a los responsables de las Consejerías de Cultura de las Juntas de Castilla-La Mancha y de Andalucía, así como al Ministerio de Cultura de España, para que contacten con Ismael Diadié Haidara, que, desde que huyó de Tombuctú por la revuelta de los militares fundamentalistas islámicos en 2.012, se encuentra en España, para que se proceda a reordenar la misma en un lugar digno, en donde el Fondo Kati pueda ser admirado como lo que es, un valioso tesoro bibliográfico que debe ser conservado para la posteridad.
A aquellos que posan sus ojos por esta reseña y no conozcan en profundidad de lo que hablamos, les aconsejaría que lean este “Diario de un bibliotecario en Tombuctú”, para saber de buena tinta la lucha, las vicisitudes por las que ha tenido que transitar un hombre que lo ha dado todo por la conservación de este patrimonio, que debe ser catalogado como de interés para la humanidad.
Por el “Diario de un bibliotecario de Tombuctú” escrito por Diadié, y al hilo de sus reflexiones -aparte de la catástrofe humanitaria que vive Malí por la intolerancia religiosa, por el delirio impuesto por el islamismo fundamentalista-, transitan Platón, Diógenes, Marco Aurelio, Spinoza, Montaigne, Nietzche, Omar Khayyam, Ray Bradbury, Klaus Mann, Lamartine, Musset, Thoreau, José Ángel Valente, Carmen Martín Gaite, Ángel González, Manuel Pimentel, Juan Goytisolo, Amin Maalouf, Saramago y un sinfín de pensadores, que nos debería hacer reflexionar a todos sobre la importancia que debiera dársele a la preservación de la Historia y, sobre todo, a la conservación de los documentos que nos han hecho como somos, con nuestras virtudes y nuestras miserias.
Finaliza Ismael Diadié, en un tono de tristeza que debe llegarle a las entrañas: “La luz de ahora es la más bella de mi vida, la oscuridad de ahora, la más profunda. No añoro nada, no vivo de esperanzas, el presente me basta.”
Lean el libro.
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