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"Maldita Roma. La conquista del poder de Julio César”, de Santiago Posteguillo

Ediciones B. 2023
jueves 26 de septiembre de 2024, 17:16h
Maldita Roma
Maldita Roma
Mientras mis neuronas han ido absorbiendo lo histórico tramado, o la trama histórica que el profesor Santiago Posteguillo nos ofrece en la novela MALDITA ROMA, son estos algunos de los epítetos que se me han ido ocurriendo para tratar de adjetivar en lo adecuado a mi entendimiento cuánto y en qué medida valoro esta obra, subtitulada “La conquista del poder de Julio César” que, como es sabido, es el segundo volumen de la saga Julio César la cual, a decir del propio autor, estará completada con un total de 6 libros. Ya estamos esperándolos.

En la primera novela, Roma soy Yo, el autor nos desvela a un jovencísimo Julio, que por su carácter, edad y genética ya apuntaba maneras dado que su determinación, ambición y confianza en sí mismo, reflejaban su afán por “comerse el mundo” en pocos bocados y más bien pronto que tarde. Obviamente el “mundo” no estaba por la labor y Julio hubo de morder hacia dentro y “saborear” la amargura de la realidad no esperada.De incansable luchador por una Roma más justa, pugnando por ello desde su condición de abogado, vino a dar con sus huesos en el cumplimiento de un obligado exilio de Roma a la que habrá de volver, sin duda, pero cuando las circunstancias narradas en este segundo volumen lo indiquen.

Aventura no era precisamente lo que César buscaba, pero la encontró, vaya si la encontró. César fletó un barco acompañado del tribuno militar Labieno, su amigo personal. “Quiero completar mis estudios en oratoria. … Todos saben que en Rodas está Apolonio, el mejor profesor de retórica” (pág. 37), le diría César a su madre Aurelia y a su esposa Cornelia, antes de partir. Pero lo que soñaba estaba muy distante de lo que ocurrió: ¡Piratas! Bueno sí, no era extraño en el mar, aun cuando algunos años atrás se hizo una “limpieza” contra estas flotillas de malhechores y vividores, amigos de lo ajeno y aliados del infortunio de navegantes confiados. Cómo consigue César librarse del yugo de estos malnacidos corsarios, bucaneros y filibusteros, es algo que nos cuenta con pelos y señales el autor Santiago Posteguillo. Ah, sí, una cita para crear tensión. César dice al jefe de los piratas: “Sí, Labieno regresará, pagaré lo acordado, me liberarás, yo reclutaré hombres armados, volveré y os mataré a todos” (pág. 98). Si habría de ser así o no, todo se resuelve en el Liber primus “Un mar sin ley”.

Lapidaria frase, sin duda. Lacónica, concisa y unos cuantos sinónimos más. Lo cierto es que en este primer libro acontecen otros importantes hechos históricos que el autor va entretejiendo capítulo a capítulo, no muy largos todos ellos,donde se combinan espacios y escenarios distintos.Al lector se le crea el ávido interés de culminar un capítulo para saber lo que estaba contando en autor en el anterior que quedó en un punto álgido y lo mismo le sucederá con este capítulo de ahora. Es una técnica de ritmo dinámico que agiliza mucho la sucesión de las páginas, casi sin que el lector mueva los dedos. Y ello con una narrativa a borbotones que brota de lo histórico, de la gran cantidad de sucesos que se van dando en torno a la vida de Cayo Julio César. Y es que mientras el protagonista se encuentra secuestrado, Pompeyo (facción de los optimates) lucha contra Quinto Sertorio (de los populares, defensores del pueblo), en cruenta guerra civil que se desarrollaríaen la Hispania Citerior y que acabó como es histórico y notorio (no es spoiler), como habría de acabar. Esto es, con una conspiración, siempre por parte de alguien de los más allegados al traicionado y … Pompeyo se encumbraría por la obra de un traidor. Sertorio y su causa sucumbiría. ¿Y el traidor? Bueno, era solo una sombra. “Y la sombra se vio rodeada de otras sombras… y cuando las sombras se separaron de la que habían rodeado, ésta cayó al suelo de golpe” (pág. 253).

Drástico fin. Pero qué esperaba Marco Perpenna, el traidor. Igual no tenía conocimiento de que “Roma traditoribus non praemiat”, que, aunque no es el caso porque su intención era ponerse él al frente para atacar a Pompeyo, era una sentencia romana con mucha tradición, que se diera, según las fuentes precisamente en Hispania allá por el 139 a.C. Pero esta es otra historia no citada en la novela, obviamente. Vamos con Espartaco. Espartaco. ¿Nos suena, verdad? Pues este histórico personaje del que se da cuenta en el Liber secundus “La rebelión de Espartaco” va a dar mucho juego en la novela, pues, de alguna manera, será por su causa que a César se le pudiera ver el pelo por Roma, bueno, por su causa no, porque Espartaco lo que abanderaba era la revolución de los esclavos, lo que se conoce en la historia romana como la Tercera Guerra Servily además Julio ya había sido digamos “redimido” de su pena de exilio. Cornelia le escribe a César: “tu madre ha conseguido permiso del Senado para que puedas retornar a Roma, pero con severas limitaciones” (pág. 266). Total, que tenemos a nuestro protagonista en Roma, pero “atado de manos”. Más hete aquí que el esclavo Espartaco, el comandante rebelde tracio, dirigió sus tropas hacia Roma y Craso, cónsul y general al frente de las legiones romanas pide al Senado que sí, o sí, le conceda los mejores oficiales que haya en Roma. La lista que ofrece al Senado la cierra un nombre. Así es: Cayo Julio César. Aquí, comenzaría, incluso sin saberlo el propio protagonista, su “cursus honorum”. Sabido es que Espartaco cayó. Lo que quizá no se sepa es lo de la decimatio de Craso. En la novela el autor se recrea en su explicación y el lector contará.

Ironía dramática. Así le ha dado a llamar el autor en determinadas presentaciones de su novela, esta que nos ocupa, al hecho de que el lector tiene más información de lo que va a ocurrir que los propios personajes. Es con lo que el autor de novela histórica tiene que enfrentarse entre otras cruzadas y ello porque el novelista tiene que cautivar al lector a través del relato haciéndonos cómplices del mismo, contando lo desconocido de lo conocido para que saquemos al personaje de su coraza histórica y lo vayamos “zarandeando” de un espacio a otro, de un escenario a otro y lo revistamos de persona “de carne y hueso”. En definitiva, se trata de “humanizar” a los personajes hasta el punto de que el lector, más allá de que exista una iconografía pictórica o escultórica de los protagonistas, sea capaz de “ponerle cara” a través de las palabras vertidas en las páginas de la novela. ¡Por Júpiter! que Santiago Posteguillo lo consigue a las “mil maravillas” y, ¿saben cómo?: con un leguaje que conecta con el siglo XXI pero haciéndole saber al lector que estamos en el siglo I a.C.; salpicando el texto de la lengua vehicular, esto es, “latines por un tubo”; con saltos en el tiempo, con el uso del presente histórico.

Tenemos ya a nuestro protagonista de vuelta en Roma. Será Craso, en agradecimiento por “los servicios prestados” en la guerra servil, su prestamista y valedor para que iniciara su carrera política que habría de comenzar con su presentación a quaestor. Esta y todas las elecciones a las que hubo de someterse, según las leyes, estuvieron plagadas, de zancadillas, trucos, traiciones, mentiras, incluso amenazas de muerte pues en el Senado tenía a sus grandes enemigos Cicerón y Catón, siempre pendientes de la caída de César y, en todo caso de que nunca alcanzara poder militar. Tal es el miedo que le tenían y, ya se sabe, que quien teme, algo debe, y los dichos debían hasta de callarse, pero no, por demás eran grandes oradores. Y como ejemplo las conocidas “Catilinarias” de Cicerón, donde los rebuscamientos estilísticos tan al gusto de la época, reflejaban lo brillante y el ideal de la retórica antigua recogiendo las tres exigencias fundamentales: persuadir, conmover y deleitar. Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (pág. 531), reza al principio de la primera Catilinaria. Claro que César, “no era manco”, recordemos que fue a estudiar con Apolonio Molón, Apolonio de Rodas, quien también fue maestro de Cicerón. Aun así, a pesar de las trabas y dificultades, desarrollaría su carrera comenzando por Quaestor, Edil, Curator de la Vía Apia, “Pontifex maximus”, “Pretor”, “Propretor”, “Cónsul”y “Procónsul”habiendo de sortear con pericia y astucia todos los intentos de acabar con él. La narrativa de Posteguillo consigue que el lector casi se implique en las intrigas políticas que tienen un peso enorme en la historia y si pudiera incluso participaría en los procesos de elección a los distintos cargos, eso sí, después de evaluar y disfrutar de los interesantes discursos que la sagacidad y virtud del autor presenta de forma accesible e interesante.

Astucia truncada. Así podría decirse quees lo que le ocurrió a César en el curso de su carrera. Vista la sarta de intrigas y lealtades dudosa, fidelidades cambiantes y traicionesrecurrentes, insidias, conjeturas y alianzas débiles, así como las amenazas, las pujas, engaños, compra de votos y voluntades, adulaciones, malversaciones y retorcimientos jurídicos que hubo de padecer nuestro protagonista, idearía algo novedoso para la ostentación del poder, dentro del Senado, pero anulando al Senado, podría decirse. Por cierto, todo lo antedicho queda reflejado magistralmente en las páginas de MALDITA ROMA de manera encomiable. Todas las negociaciones, alianzas e intereses se encuentran exquisitamente detalladas de forma muy amena, clara y muy interesante por demás. “Yo no me vendo. No me vendí en el pasado cuando me jugaba la vida y no pienso hacerlo ahora por mucho dinero que me ofrezcan (pág. 505), habría de responder Cayo Julio César en determinada ocasión. El pulso político es retratado en toda su grandeza, y puede afirmarse sin temor a errar, más bien con toda seguridad, que el escritor impregna toda la narración de un muy apropiado carácter pedagógico y docente pues el lector al tiempo que disfruta de la lectura en plan “pasatiempo”, según como cada cual se la plantee, va adquiriendo conocimientos paulatinamente, pero al ritmo marcado por el novelista que está convirtiendo la novela en toda una magistral lección de política romana. Y es que Posteguillo se empeña en hacer cercano y comprensible el enrevesado y complejo imperio romano. Y, ¿saben qué?: lo consigue. Ah, sí, la astucia truncada. Lo que César ideó era la unión de intereses a modo de Triunvirato, o gobierno de los tres hombres, formado por Craso, Pompeyo y el propio César. Pero aquello con serle fructífero por un tiempo en lo político y militar le costó tragar la bilis amarga de un inesperado pacto impuesto a posteriori por Pompeyo.

Repugnante,execrable y de todo punto irredento. No, no, y no. O tal vez al final tuviera que ser que sí, porque, el pacto que Pompeyo le propone a César, la condición “sine qua non” que el “carnicero” impone más que propone, al César padre, era insufrible, artera, traicionera. La lex Vatinia de imperio Caesaris se llevaría a cabo tan solo si… De todo ello da cuenta el autor Santiago Posteguillo en el Liber quartus “Pacto de Sangre”, un título suficientemente esclarecedor de por dónde pueden ir los tiros: “Roma, hijo mío, lo exige todo. Roma, hijo mío, es así” (pág. 698), le dice Aurelia a su hijo César. Quizá, y sin quizá, hasta podemos hacernos una idea de qué exclamaría César tras aquella aseveración que su madre pronuncia.

Ofuscado pues tenemos a nuestro protagonista, pero a la vez resignado, tras comprobar que no había otra salida que la de consentir la imposición si quería, como quería, el “imperium” soñado. Y se lo dieron. La lex Vatina concedió a César el mando de las legiones de Iliria y la Galia Cisalpina, durante al menos cinco años. Más aún, por circunstancias, hubo de hacerse cargo también de un contingente mayor de lo esperado: el Senado le dio el mando de la legión de la Galia Transalpina. ¿Un caramelo envenenado? Tal vez, porque su verdadero sueño era la Dacia, pero antes tendría con bregar con los helvecios y sus aliados que se dirigían a la Galia no con buenas intenciones. Se le plantearon muchas dudas a César, muchos problemas tantos como soldados componían aquellas tribus aliadas que se disponían a la invasión. César pregunta: ¿Qué hago madre? Sólo tienes una opción hijo mío. Y lo sabes. Únicamente buscas oírlo de alguien que no sean tus propios pensamientos (págs. 729 y 730).Y lo sabía, claro que lo sabía: la conquista de la Galia no era su propósito. César cambió su plan de expansión militar.

Maestría, pundonor y cumplidor. Eran tres, por poner algunas de las virtudes que podía muy bien lucir el César que junto con Tito Labieno, su amigo, Lucio Cornelio Balbo, oficial hispano y Publio Licinio Craso, hijo del triunviro Craso, se encaminaron hacia el norte. Cumplidor, porque no podía renunciar a inmiscuirse en el conflicto dado que se daba en las provincias que le fueron asignadas; pundonor porque no actúa hasta que el Senado concede el “casus belli” solicitado. “El permiso para atacar es clave si queremos mantenernos bajo las leyes de Roma” (pág. 770), dijo César; y maestría porque…, bueno unas frases darán luz a esta afirmación: Labieno dice a César, “las legiones nunca han combatido en dos frentes a un tiempo”, “que algo no se haya hecho nunca no quiere decir que no se pueda hacer” (págs. 809 y 810), replicó César.

A modo de conclusión y a grandes rasgos resta comentar algunos aspectos propiamente de la narrativa de este gran autor, como que se goza de una prosa mágica. Por otra parte, dada la magnitud y los hechos narrados puede decirse que, por el manejo de los diálogos, por la capacidad de narrar las batallas, por la ambientación y puesta en escena, por cómo nos cuenta lo que nos cuenta con saltos atrás en el tiempo, con un torrente de acontecimientos cruzados, por la antedicha humanización de los personajes mostrando sus luchas internas y sus dilemas morales, porque se reconoce un vasto trabajo de investigación, por todo ello la novela es en sí misma un espectáculo narrativo. Sin olvidar, sino más bien remarcar y apreciar, la gran edición del libro con sus anexos, mapas, glosarios, esquemas de batallas e incluso la relación de una profusa bibliografía. ¿Qué decir de César para terminar? Pues que Posteguillo nos lo deja allá en la Galia guerreando y también deja determinados frentes abiertos, en espera del siguiente o siguientes volúmenes. Ahora sí, unos apuntes finales respecto a las mujeres que comparten páginas con César en MALDITA ROMA. Grandes personajes femeninos que jugarán determinados papeles de capital importancia en el periplo vital de Cayo Julio César: Su primera esposa Cornelia, su madre Aurelia, importantísima en la vida y “obra” del protagonista, su amada hija Julia, su amante Servilia, ah, incluso por algunas páginas de la novela aparece cierta niña egipcia que el día de mañana, sin duda, completará también algunas páginas de los sucesivos capítulos, al lado quizá de un César maduro.

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