El caso es que hace ya cinco años que celebramos los funerales de la Mamá Grande y Barcelona continúa sin una calle dedicada a Carmen Balcells, a pesar -o tal vez por eso- de que fue clave de bóveda en la internacionalización de la literatura en español y en la conversión de Barcelona, durante el tardofranquismo, en la nueva París de las bellas letras, la ciudad donde tantos escritores deseaban estar…¿para qué? Para entre otras cosas, arrimarse al calor y al querer de la clueca de los huevos de oro, de la gran empresaria de la industria del libro, de la (omni)poderosa agente literaria que supo bordear la censura e impuso a los editores el respeto al oficio de escribir.
No fueron tiempos fáciles aquellos remotos comienzos de la joven Balcells. Trabajaba en la agencia de Vintila Horia y cuando este se marchó a Francia, quiso vendérsela por cien mil pesetas. Sin dinero para quedársela, no tuvo más opción que abrir una agencia nueva en el piso de alquiler donde vivía, nada que ver con la actual sede en la Diagonal de Barcelona, sanctasanctórum de la literatura iberoamericana y también portuguesa. Hoy la industria del libro se ha feminizado, pero entonces era un mundo masculino en el que la agente Balcells y las editoras Esther Tusquets, Beatriz de Moura y Elisenda Nadal, constituían una excepción. Las cuatro desplegaron unas capacidades empresariales extraordinarias y brindaron aire fresco a la cultura. Balcells, además, innovó el modo de hacer los negocios…Trastocó las relaciones editor-autor y fortaleció a este frente a aquel. “Cambié las reglas del juego. Creé por primera vez dos elementos nuevos en los contratos: límites geográficos y de tiempo. Antes, las novelas se vendían a un editor para toda la vida y en todo el mundo”(…)“Me atacaron por todos lados. Me consta que en una reunión en la sede del gremio de editores, se dijo textualmente: “Hay que acabar con esta señora”. En esa reunión, se plantearon hacerme el boicot, es decir, que todas las editoriales de España dejaran de tratar conmigo”.
Vazquez Montalbán -cliente y amigo (orden que para ella era fundamental en los negocios) la describió de la siguiente manera: “superagente literaria que pasará a la historia de la literatura universal por su empeño prometeico de robarles los autores a los editores para construirles la condición de escritores libres en el mercado libre. Hasta Carmen Balcells, los escritores firmaban contratos vitalicios con las editoriales, percibían liquidaciones agonizantes y a veces, como premio, recibían algunos regalos en especie, por ejemplo, un jersey o un queso Stilton. (…) Antes de que lo consiguieran los futbolistas, Balcells limitó el derecho de retención de los escritores y ayudó a los editores a descubrir las buenas intenciones, reprimidas por un mal entendido sentido del oficio”.
El desvelo de Balcells por sus escritores llegaba muy lejos. Es sabido que Onetti pudo ir a diario a la compra gracias a la probidad de la superagente, que se ocupaba de los derechos de autor, del bienestar material y hasta emocional de sus representados (acompañó, incluso, el duelo de Isabel Allende por su hija). Aseguran que les conseguía casa, colegio para sus críos y las mejores condiciones en sus contratos con los editores, quienes -con o sin razón- la temían y hasta detestaban.
Balcells era el demiurgo que “ordenaba” la carrera de sus clientes sus niños mimados -en palabras de Eduardo Mendoza- una prole de dos orillas atlánticas, criada a sus pechos matriarcales: Marsé, Vázquez Montalbán, los Goytisolo, Ana María Matute, Gil de Biedma, Cabrera Infante, Nélida Piñón (su amiga del alma), Torrente Ballester, Bryce Echenique, Delibes, Cortázar, José Luis Sampedro, Rosa Montero…La lista es tan larga como el hilo de una cometa, así que fingiré terminarla con el nombre de seis premios Nobel: Miguel Angel Asturias, Neruda, Aleixandre, García Márquez, Cela y Vargas Llosa. La dama de los Nobel llamaban a Balcells en la Academia Sueca. Más que a epíteto, suena a título nobiliario, a merecido colofón curricular de una trayectoria ascendente, a medalla de orden caballeresca, a toisón de oro.
Con semejantes mimbres, ¿cómo no iba el imaginario colectivo a trenzar la ascensión de Balcells al altar de los prodigios, si hasta en su sentido más literal, había materializado la parábola de los talentos? “Me encontré de la noche a la mañana descubriendo que estaba rodeada de genios. Los genios son ellos, pero yo he sacado un partido de ellos fantástico, en todo”, dijo en una de las pocas entrevistas que concedió. Intuitiva y resolutiva, hizo de su buen olfato un negocio áureo que multiplicó panes y peces y que fraguó eso que vino en llamarse el boom de la literatura hispanoamericana. Vargas Llosa la adoraba y aunque asegura que el boom no habría existido sin críticos como Ángel Rama, Rodríguez Monegal y Miguel Oviedo, siempre sostuvo que fue la inteligencia operativa de Carmen Balcells la que lo hizo nacer. Los críticos fueron los bautistas del fenómeno, pero Balcells -con su apuesta empresarial y por tanto económica (ella sí se jugaba los denarios)- fue la comadrona y la madrina generosa de esas semillas que sembró en buena tierra y dieron -como dice el Evangelio- “fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno”.
Aquellos años del boom nos fueron contados detalladamente en el libro homónimo de Xavi Ayén, un ensayo precioso que condensa diez años de investigación y que es una biografía colectiva, cuajada de curiosidades que la discretísima agente siempre calló. Su silencio protegía a los autores y aumentaba la mitología en torno a ellos, pero también en torno a sí misma. Laura Palomares Güells -su nieta- asegura en Los milagros de la Mamá Grande, que su abuela siempre fue consciente de su propia leyenda y sugiere que si no escribió sus memorias fue por darle aura y holgura fabulosas al “personaje Balcells”. Ese personaje era, en sí mismo, toda una personalidad novelable: empática, llorona, intensa, enérgica, de genio endemoniado cuando se enfadaba, mandona y generosa en extremo (circulan historias canónicas y apócrifas sobre los cuidados que procuraba, los regalos que hacía y los almuerzos y fiestas que daba). Era una empresaria audaz, perspicaz, inteligente y de un sentido común aplastante, aunque la fecha de los contratos la decidiera conforme a una astro-lógica, es decir, según la influencia de las esferas celestes, para lo cual recurría a su astróloga de cabecera. A Balcells le gustaba tenerlo todo bajo control y eso incluía a los planetas.
Otra cosa que le gustaba era el dinero y lo declaraba abiertamente, sin hipocresías: “El sueño de mi vida ha sido ser rica. Ha sido una obsesión: tener suficiente dinero como para no tener que pensar más en él. (…) Es un milagro que una cosa tan absolutamente deprimida como el mundo de los derechos de autor me haya permitido vivir como he vivido. A mí, parafraseando a un amigo, me gustaría vivir como vivo, pero pudiendo. Siempre he estado por encima de mis posibilidades”.
A lo largo de su libresca existencia cosechó reconocimientos y honores múltiples: en 1999, la medalla al mérito cultural que concede el Ayuntamiento de Barcelona; en 2000, la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes. En 2005 la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) la invistió doctora honoris causa y al año siguiente, le fueron otorgados la Cruz de San Jorge y el premio Montblanc a la Mujer. También tuvo, como cualquiera, sus anhelos irrealizados. Uno fue la Fundación Barcelona Latinitatis Patria, un proyecto cuyo objetivo final era convertir a Barcelona en la ciudad del libro. Y otro, personal y caprichoso, construir un hotel de lujo en su pueblo.
Es cierto que no escribió sus memorias, pero a cambio dejó un formidable archivo codiciado por el ministerio de cultura de varios países. Ni más ni menos que el de la agencia literaria más importante de España y una de las tres más importantes del mundo desde la segunda mitad del siglo XX. El Gobierno de España compró parte de ese archivo magnífico, hoy integrado en el Archivo General de la Administración.
Miquel Palomares firmó en 2016 un convenio con la Universidad de Guadalajara (México) y en el contexto de la feria del libro, se inauguró el Centro Documental de Literatura Iberoamericana Carmen Balcells (CDCB), cuya misión es gestionar, preservar y difundir el acervo más completo de literatura iberoamericana de los siglos XX y XXI, con especial énfasis en los autores representados por la Agencia Balcells, así como de textos críticos y académicos relacionados. A pesar de la buena disposición de Palomares para que en Barcelona el archivo cuente con un espacio público similar, conflictos político-identitarios han impedido que la ciudad declarada ‘literaria’ por la UNESCO, en virtud de su capitalidad editorial y la huella de tantos escritores, continúe de espaldas a la herencia de la Mamá Grande. Triste es que no tengan su justo sitio las cosas importantes. Desde el Macondo que todos los lectores llevamos dentro, acabo este artículo con una oportuna frase de Carmen Balcells: La lectura debería ser la necesidad mayor del hombre. La curiosidad, la capacidad de descubrimiento, la altura moral e intelectual de un hombre viene por los libros.
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