Los cuentos de “El esfuerzo de nacer” encuentran su espacio en los pueblos aledaños a la Sierra de Aracena y Picos de Aroche y tienen como ligazón las vicisitudes por las que transitaron unos habitantes, reales o ficticios -nada importa eso en lo literario-, durante la II República, la guerra civil española y la posguerra.
Aconsejo una lectura pausada del mismo, dejando tiempo a la meditación después del impacto que producen la gran mayoría de las treinta y siete “historias” que se cuentan. Porque, al igual que un poemario, un libro de estas características no debe leerse de corrido. Perderíamos la dulzura, el amargor, la grandeza o el cainismo, en su caso, que rasga la conciencia del lector si no lo degustamos… si no lo hacemos pasar con detenimiento por el pensamiento razonado.
La inutilidad de toda guerra, el dolor que causa en las entretelas de cada cual, la omnipresencia de los ausentes, las vidas que sesga, las familias que destroza y que se entierran en vida, el rencor que levanta, los cristales rotos de los sueños que esperaban cumplirse, la negra aparición de la guadaña de la venganza, la locura que desata, las adhesiones a desgana y con vergüenza a una causa u otra -solo por salvar la vida y la de los familiares cercanos-, la turba arremolinada, las sinergias, la pérdida por siempre de la calma, el miedo que florece en cualquier ruido a deshora, el silencioso clamor de los muertos todos, la tremenda orfandad que desata, el miedo en los ojos propios y ajenos, la ruleta vengativa del azar por estar en un lugar y a una hora inadecuada…, todo eso está en “El esfuerzo de nacer” de Mario Rodríguez García, que no es poco.
Debo reconocer que he terminado deprimido a veces, por la cruda rajadura de buena parte de estos cuentos no tan cuentos. Entre otras cosas porque soy consciente que nada hemos aprendido como sociedades y como pueblos a lo largo de la Historia. Y que la repetiremos, no sé cuándo ni por qué oscuras razones, tarde o temprano, volveremos a hacerlo. Reapareceremos con una bandera en la mano y en otro lugar se izará otra, y la contienda se servirá de nuevo, evadida de razonamientos y empujada por el viento de la venganza, de la sangre, del ojo por ojo…, y, cuando la inquina se enquiste lo suficiente, los que mueven los hilos del poder, nos llamarán de nuevo y lo justificarán con proclamas, con llamadas a la confrontación, con la única intencionalidad de acabar con el diferente, con el otro, con todo aquel que no piense como nosotros.
Algunas escenas de este libro podrían ser filmadas en blanco y negro; imágenes de una España que se vio zarandeada por los negros vientos de la guerra. Pero, Mario Rodríguez, al igual que hiciera con sus anteriores entregas en prosa o en verso: “El color del olvido”, “Prohibido arrojar escombros”, “Gafas de cerca” o “Amenaza de lluvia”, siempre deja un resquicio para la esperanza y sobre todo para la ternura, porque hasta en la guerra más sangrienta hay lugar para el amor, para el necesario calor de un abrazo o para una mirada que nos insufle fortaleza y nos devuelva la humanidad perdida.
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