Durante el último siglo el mundo rural ha sobrevivido entre las grietas de la cultura urbana, estigmatizado y ridiculizado como un arte bruto en el sentido más puro del término artístico acuñado en los cuarenta. Formas de expresión artística desvinculadas de las modas y de la academia, han sobrevivido en los márgenes de la sociedad del espectáculo. Una nueva generación de poetas, músicos y artistas plásticos han vuelto su mirada a las fuentes milenarias para beber de la tradición oral y del saber que durante milenios había inspirado al ser humano. La poesía de Héctor Castrillejo, habitante de Tabanera del Cerrato (Palencia) y fundador de El Naán, grupo de referencia de la música folk contemporánea, llega al papel después de haber sido compartida, depurada y cantada colectivamente. Una poesía que es semilla y que contiene los ritmos puros castellanos, ibéricos y antiguos. Ritmos poéticos ancestrales que se convierten en el esqueleto capaz de soportar los naufragios y soledades contemporáneas. Una poesía que habita en el mundo rural y en los saberes tradicionales convertidos en semilla de vanguardia y de creación contemporánea. ¿Poesía nacida para ser declamada que ahora se convierte en papel? Llevo muchos años haciendo poesía, pero sobre todo para espectáculos. Vengo del mundo del teatro y la música. En los espectáculos y los conciertos del Naán siempre recito poesía, pero nunca había publicado. Nunca había sentido la necesidad, pero creo que ahora era un momento bueno, así que he juntado ahí muchas cosas: canciones, poemas, brindis… La historia comenzó en un espectáculo que hemos creado Carlos Herrero, compositor y cantante del Naán, y yo, que se llama “La desaparición de las luciérnagas”. Son temas de El Naán llevados a su mínima expresión, a lo más puro, solo un ravel o con unas cántaras, unas vasijas, o con unas tejoletas, tocado con unas piedras, con objetos de cocina… mezclados con poemas míos. Nos está encantando el concepto y cómo funciona y parece que también le está gustando mucho porque siempre cuando acabamos viene mucha gente y pregunta dónde están estos poemas… y no estaban en ningún sitio. Un poemario poblado por dioses antiguos, ¿dioses que ya murieron? La palabra dioses para mí es la metáfora de las metáforas. Es el demiurgo: lo que genera cosas. Yo soy un enamorado de la Prehistoria. Me dedico también a la arqueología experimental, a la prehistoria, y a todas las referencias a las deidades antiguas, las más ancestrales, es lo que me conecta con la poesía de manera automática y profunda. Entonces, las deidades antiguas son muchas cosas, pero acaban todas en la naturaleza misma. Son el rayo, los árboles, los ríos… Todo ese mundo de los dioses antiguos paganos son metáfora de muchas otras cosas. Ese hilo me encanta recorrerlo. Por ejemplo, en el libro hay muchos brindis, que son oraciones antiguas, más antiguas que la mayoría de las religiones. Antes de que hubiera religiones monoteístas ya orábamos alzando un cuenco para estos dioses del vino. Las ciudades se hicieron con la supremacía de la cultura contemporánea. Es difícil seguir el rastro de la poesía rural… La poesía, como la música popular, rural, no ha estado en las academias, y tiene mucho que ver con la tradición oral, y por eso es verdad que está poco puesta en valor y poco recogida. Yo en este libro pretendo, por lo menos, beber de la tradición oral, que da unos contenidos, unos resultados y unas formas que no tienen nada que ver con lo académico. Los brindis, por ejemplo, son una tradición oral clarísima. Yo tengo necesidad de esa poética. En los últimos 20 o 30 años lo urbano ha tenido tanta fuerza que todo tenía que pasar por ahí en muchos aspectos. En el literario y en el poético también. Entonces parecía que la poesía, la música y la pintura tenían que ser urbanas. De alguna manera se ha ido arrinconando al mundo rural, que en España tiene un cliché de algo zafio, a superar, aburrido. Lo que era guay era lo urbano y la poesía ha ido por ese mismo tobogán. Claramente ya estaba empezando a cambiar eso. Lo “no urbano”, por no decir lo rural, que parece estar relacionado con los oficios de la tierra y no necesariamente tiene que ser todo eso ni tampoco paisajismo, pueden ser muchas cosas. Lo no urbano ya estaba brotando, ya estaba germinando cuando ha llegado la pandemia y creo que lo va a acelerar bastante, porque creo que nuestra concepción de lo urbano y lo rural se va a ver modificada bastante a nivel colectivo. La poesía de Héctor Castrillejo tiene sabor a nuevo pero destila también la palabra masticada, lenta... La intención es recoger la tradición, pero no para ponerla en una vitrina como algo intocable, en un museo, donde se muere. La tradición lo es cuando está viva. Cuando rompe lo anterior, pero conservando la raíz, el ADN. Entonces, con la música, en el Naán hacemos eso. Intentar recoger ritmos, melodías o instrumentos, para hacer una composición contemporánea. Yo con las letras y la poesía intento hacer lo mismo. No es nada nuevo, Machado lo hacía. Lorca también, de manera evidentísima, siendo él mismo etnógrafo, recogiendo poemas y melodías de la tradición oral con La Barraca, yendo por los pueblos y convirtiéndolo en la vanguardia absoluta de su época. A mí eso es lo que me hace vibrar. Todos esos mundos cuando se mezclan, cuando fermentan, sale algo parecido a lo que me sale a mi. Tampoco tengo un sistema muy claro de construcción, sino que es muy impulsivo e intuitivo. Lo popular tiene sus ritmos. Por ejemplo, el Naán, tiene a veces, como representación más pura, los ritmos castellanos, ibéricos, antiguos. Sobre ese ritmo, que es como un “esqueleto”, se coloca la carne que tú quieras poner. El ritmo antiguo, ese esqueleto, soporta cualquier contenido contemporáneo. Al revés igual era más complicado. La despoblación es la ruina de una cultura... Toda la ruina que hay en este pueblo y en otros tantos tiene que ver con la despoblación. Somos tierra de emigrantes, no deberíamos olvidarlo. La migración tiene que ver con dónde están los recursos y dónde se ponen. Observar las migraciones a nivel global y ver cómo la gente que está viniendo a España o al resto de países ricos están viviendo lo que vivimos nosotros cien años atrás. Amigos saharauis, de Senegal o de Mauritania que nos han visitado en nuestro pueblo de Palencia ven como en su país ha empezado a pasar lo que pasó aquí. En sus pueblos construidos también en adobe, ha empezado hace no mucho el vaciamiento, por eso se sorprendían al observar qué sucede con las ruinas de adobe cuando se deshacen. Nuestros abuelos y abuelas se fueron a Cuba, Argentina y Venezuela. Nuestros padres se fueron a Alemania. Nuestros hijos y nosotros nos estamos yendo a Londres. Realmente, las ruinas tienen que ver con eso: con el reparto de la riqueza y la inmigración. Conectar eso es muy poderoso para la mirada de aquí, porque es algo que no te da tiempo a ver desde dentro. En muy pocos años hemos perdido una cultura milenaria, como si se nos hubiera deshecho entre las manos. En tu música y en tu poesía hablas con frecuencia de lo irrecuperable, de una cultura que ya es pasado. La cultura tradicional, la campesina, es un continuo desde el Neolítico. Hace 10000 años que estamos aprendiendo, mejorando fórmulas, generación tras generación, para llegar a sitios muy interesantes. Estamos a punto de perder una cantidad de conocimiento y sabiduría incalculable que va a ser imposible recuperar, porque hemos tardado 10000 años en juntarla. Yo creo que el futuro pasa por dejar de perder toda esa sabiduría que se va a borbotones y recuperar lo que se ha perdido. El tema del coronavirus nos ha puesto en nuestro sitio. Nos hemos creído invencibles, con una soberbia tremenda. Creíamos que no necesitábamos conocer nada de lo que es más importante: los ciclos, la naturaleza, y sin eso estamos perdidos. Si vienen malos tiempos, todo ese conocimiento es lo que nos podría salvar. En los pueblos se ha vivido de modo menos estresante el confinamiento, porque hay un conocimiento que tiene que ver con los ciclos, con el tiempo, que hace que no tengas una presión tan enorme con el concepto de la dependencia. El mundo tecnológico nos hace ir muy rápido, así que no vemos aquello que va despacio, y sobre todo nos hace dependientes. Hemos cambiado el saber de todo: recolectar alimentos, construir nuestra casa, criar a nuestros hijos (como nuestros abuelos), todo lo que era necesario para estar bien, por ganar dinero y que nos lo hagan. Cuando vienen malas rachas, la gente que tiene un poco de ese conocimiento no tiene tanto miedo. ¿Qué podemos encontrar del próximo disco de El Naán en las páginas de Dioses, ruinas, semillas y canciones? No sé si habrá mucho o todo. Los poemas son semillas. Están todos los poemas y las canciones de los discos anteriores de El Naán, aunque no están todas las letras tal cual, porque al hacer la canción se han ido cambiando trozos, modificándose, pero aquí están tal y como fueron concebidas en el origen. En principio no hay ningún poema nuevo, ni siquiera el poema del último tema que hemos hecho, “Cuando el ruido regrese”, está ahí. Pero como semilla hay muchas cosas que en algún momento usaré. Es mi almacén de metáforas. ¿Nos está sirviendo la pandemia para mejorar como humanos? Siempre estábamos diciendo que lo importante no nos dejaba hacer lo urgente; que no había tiempo para nada, que pararan el mundo un momento y se ha parado y no lo hemos sabido aprovechar, pues tenemos mal remedio. Entonces no lo sé, yo creo que sí que en este estado de ansiedad en el que vive el mundo occidental sobre todo, los países ricos, esa velocidad, hace que a mucha gente le entre el pánico, el horror vacui, el pánico al silencio, el pánico a que las cosas vayan despacio, pero yo creo que a mucha gente nos ha servido también para lo contrario: para parar más aún y volver a cerciorarnos de lo que de verdad es importante: lo esencial y lo superfluo. En el medio rural se ha vivido de una manera absolutamente diferente a las ciudades. Realmente, más allá de ideologías, de formas de concebir el mundo, ya solo el hecho de estar en el medio rural y cerca de la naturaleza hace que lo asimiles de otra manera. Yo he visto aquí a la gente en el pueblo con mucha tranquilidad, aquí vivimos en estado de alarma desde hace muchas décadas. Yo cuando me asomo por la ventana aquí, en medio del barrio de abajo de Tabanera de Cerrato, que es una zona de casas de adobe, que se van deshaciendo, veía la misma gente más o menos en el estado de alarma que antes. Puedes comprar el poemario en:
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