El historiador ya realiza un acotamiento, necesario por la enorme amplitud medieval del Reyno de León, dirigido en esta obra a la Terra Legionis o Tierra de León, lo que algunos leonesistas definimos, sensu stricto, como el País Leonés o País Llionés (Salamanca+Zamora+León+Bierzo); aunque en un mapa de la página 23 aparece un esquema de dicha Corona de León, que incluye, lógicamente, las tierras galaico-portuguesas. La población del Alto Medioevo no tenía la misma percepción témporo-espacial que las gentes del siglo XXI. En el arte pictórico no se indica como era el paisaje, y el hecho se refiere a que una vez conseguida su reconquista, por medio de la presura, que era el territorio yermo o vacío reconquistado por los Reyes de León, para ser ocupado por estos campesinos-soldados que lo iban a defender y colonizar, no existía una preocupación por la ecología del paraje. Tanto la Galicia Lucense como la Asturia Transmontana eran parte esencial de la cuna histórica legionense; es más, Compostela será la ciudad religiosa del Imperio Leonés; pero en este momento histórico el centro de gravedad del Regnum Imperium Legionensis es ya el País Leonés= Zamora, Salamanca y León; hacia el sur está la Extremadura histórica legionense con la cacereña Coria como la joya de la corona leonesa. Uno de los centros religiosos ineluctables será el monasterio de Sahagún de Campos, fundado en el lugar en el que habían sido martirizados los santos hermanos Facundo y Primitivo, “Passi sunt Isti mártires Facundus et Primitiuus sub Marcho et Antonino Imperatoribus et sub Arito preside die quinto kalendas dec embris in era CCªLXª”. Serán estos poderosos monjes benedictinos los que conseguirán enmarcar las vidas y las haciendas de todos los sahaguninos. Así legitimaron los diezmos y las primicias relacionados con el abadengo. El gran rey Alfonso VI de León está enterrado en ese centro eclesiástico. Es más que esclarecedor el texto-documental nº 444, de dicho cenobio, cuando titula obviamente la inexistencia, siglo XI, del título regio de León-Castilla, indicando taxativamente la nómina real de rex domnus Adefonsus, y la condal-ducal inferior y dependiente de Fernandus Gunsaluiz, dux Castelle. En el capítulo 2, se realiza un pormenorizado estudio sobre dos ciudades leonesas, en relación con su imaginario urbano, Ciudad Rodrigo y Zamora. En ambas, algo patognomónico en las urbes medievales, las murallas son sus signos de identidad, representación metonímica en sus blasones y en los escudos de armas. En lo que se refiere a la leonesa Zamora, ya el prof. Menéndez Pidal dejó bien claro que el Romancero estaba equivocado y debería decir: “Allá en Tierra Leonesa un rincón se me olvidaba, Zamora había por nombre, Zamora la bien cercada; de parte la cerca Duero del otro peña tajada”. Asimismo no se denomina “postigo de la traición” sino “postigo de la dignidad” al lugar por el que un patriota legionense, Vellido Dolfos, retomó la entrada en la urbe de Zamora, tras haber eliminado al rey Sancho II de León y de Castilla, que pretendía conquistar, manu militari, dicha ciudad. Otro capítulo muy interesante es el relativo a la posible equiparación de Numancia con Zamora, “Numantia qui nunc uocatur Zamora”; desde el siglo IX con la Crónica del rey Alfonso III el Magno de León y de Oviedo se ha ido produciendo la polémica. Los zamoranos siempre han defendido que su urbe es el lugar donde nació el caudillo lusitano Viriato. Zamora, la gran ciudad del románico legionense, es la urbe de la infanta leonesa Doña Urraca, hija de Fernando I y Sancha I de León y hermana de Sancho II y Alfonso VI de León. El influjo de la Iglesia católica en la Edad Media es muy importante, y tratará de reducir con total regularidad los desenfrenos que se solían producir en las fiestas "calendarias”. Los clérigos leoneses reivindicaban y enaltecían a sus héroes, como por ejemplo hicieron con San Isidoro de Sevilla. Las representaciones materiales y escriturales del tiempo, representando los meses del año, y las faenas que se hacían en los campos leoneses, están en los excepcionales frescos del panteón de Reyes de León de San Isidoro, la denominada como la “Capilla Sixtina del Arte Románico”; también existieron otras representaciones calendarias en el Reyno de León, en las iglesias de San Claudio de Olivares en Zamora, y San Martín en Salamanca. Quien se encargó, con todo magisterio, de realizar la propaganda del Reino de León medieval, sería un canónigo isidoriano llamado Lucas de Tui, “el Tudense”, su mirada retrospectiva hacia la época visigoda fue el instrumento que le permitió recordar el pasado glorioso, el de los años en los que la Península no había sido todavía mancillada por los agarenos, un tiempo que apremiaba recuperar cuanto antes. En el viejo Reyno de León existe una copiosísima documentación, donde se realiza un acercamiento, prístino, a cuál era la vida social existente en aquella sociedad tan rica de contrastes; uno de los textos más eximios es el que se denomina como Crónicas anónimas de Sahagún, donde se defienden los intereses del monasterio frente a sus enemigos burgueses y aragoneses, estos últimos en los albores del siglo XII son los seguidores del rey Alfonso I el Batallador de León, de Aragón y de Pamplona. Estimo que, con todo lo que antecede, es necesario leer este fenomenal volumen, para poderse aproximar a todo lo genial que tiene la historia del Regnum Imperium Legionensis, que recomiendo prístinamente. Roma locuta, causa finita! Puedes comprar el libro en:
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