¿Como nace el “Abecedario de lector”?
Surgió como un divertimento, pero enseguida se convirtió en una especie de homenaje a los libros, escritores y escritoras con los que tenía la deuda de agradecimiento por todo lo que me han aportado con la lectura. Luego, cuando empecé a ver su dimensión, opté por publicar algunas entradas en el suplemento “La sombra del ciprés”, de El Norte de Castilla, donde colaboro hace años. La edición que publica ahora Paidós es la versión ampliada, completa, por así decir, ya que en los periódicos siempre hay que ajustarse a un especio y eso limita. Pero, en fin, el libro surgió como una manera de dejar constancia de mi relación con los libros como lector, que es mucha y prolongada.
En las primeras paginas de su libro afirma que este libro es una guía personal para lectores exigentes ¿A su parecer se exige poco al escritor?
Como bien advierto al principio, es un libro muy libre, muy subjetivo, y con una mirada muy particular, que me permite centrarme a mi capricho en algún aspecto aparentemente menor de algún gran escritor. Esa libertad también me da margen para ser asimétrico a la hora de escribir las distintas entradas del Abecedario. Hay algunas de una sola línea, y otras de un párrafo largo; hay escritores clásicos en los que me detengo poco y escritores contemporáneos sobre los que escribo más. De todos, además, hablo bien o destaco aspectos positivos que pueden interesar a los lectores. Creo que el único que no sale bien parado es Pynchon, pero él se lo buscó, con sus novelas insoportables y su tendencia a hacerse el pedante. Creo que hay en España escritores y escritoras muy buenos, muy exigidos y muy exigentes. Son minoritarios, pero, en conjunto, son la mayoría. El lector tiene dónde elegir. La exigencia es como hacer deporte: si uno quiere mantenerse en forma, puede dar un paseo a la manzana o estar dos horas en el gimnasio. Esto último creo que es más exigente.
¿Qué aporta la lectura de este libro?
Con reflexión, conocimiento y un toque de humor irónico, les aproximo a los lectores a una pluralidad de opciones para que profundicen. Es, en cierto, modo, un manual diferente, un poco borgiano, un libro para aprender y sonreír. No solo trato de escritores y de escritoras, también hablo de ideas, detalles, personajes literarios. En realidad, trato de dar a los lectores un libro que se puede leer de corrido como un ensayo en forma de mosaico sobre la literatura.
¿A quién va dirigido?
Pretendo haber escrito un libro para todo tipo de lectores curiosos o con interés por descubrir. En cuanto a lo de lectores exigentes, me refiero a un tipo de lector que profundiza en sus lecturas, que avanza de un libro a otro y no teme lo difícil, ya que logra dialogar con los libros y entenderlos. Es un lector culto, conocedor del medio literario, y al que mi libro le va a añadir aspectos o llamadas de atención para “refinar” su conocimiento y su placer por la lectura.
¿Cuánto tiempo le ha llevado escribir este libro?
Reunirlo y darle la forma que tiene me ha exigido buscar datos y releer obras ya leídas, o incluso, a veces, redescubrir nuevos matices o enfoques en los que no había reparado. Dado, además, que tenía que cumplir con mi compromiso con el periódico, todo ello me llevó unos dos años. Pero, en realidad, el libro recoge prácticamente un resumen amplio y comentado de mi papel como lector (todo un privilegio en la vida) y esta faceta o vicio está en mí desde muy joven.
¿Qué diferencia este abecedario de otros?
Bueno, supongo que, en algunos aspectos, mucho. Quiero creer que los lectores de este libro van a salir de sus páginas sabiendo más, pero como resultado de una conversación entre ellos y yo y no en plan erudito o académico. Hay aquí una provocación a la curiosidad para romper prejuicios y encontrar perspectivas nuevas. El libro, además, incorpora una lista de más de 320 títulos, que son los de las obras citadas, y que suponen una especie de guía o de biblioteca sustancial. Una biblioteca que está al alcance de cualquiera que desee tener una con criterio y amplitud literaria, pues todos esos títulos están en las librerías. Pero también he buscado que sea un abecedario cercano a los de otros escritores que admiro, que van desde Flaubert a Benítez Reyes, pasando por el italiano Savinio. Son abecedarios personales, por tanto, llenos de anécdotas, de gustos singulares y de humor, humor negro, irónico, inteligente. En mi caso, además, he procurado aportar un tipo de aviso respetuoso, algo así como si dijera: “¿Se ha fijado usted, lector, en tal o cual detalle…?”
Si tuviera que revisarlo ¿cambiaria algo?
Revisado está. No, no cambiaría nada, lo que está, está porque decidí que estuviera. Seguramente, al ser un libro tan subjetivo, muchas personas encontrarán excesos o comentarios que no compartan o que incluso les desagraden. Bueno, mi libro también busca el debate interior de los lectores, que hagan sus elecciones y se acerquen o se aparten de lo que yo les sugiero.
¿Añadiría algo nuevo?
Uf, pondría muchísimo más. En realidad, este tipo de libros son infinitos, siempre pueden -y deben- añadirse nuevas palabras, más títulos, más escritores, más detalles. Lo que el lector tiene en sus manos es una muestra de la gran enciclopedia que sería una biblioteca comentada. Los sabios de verdad, como Diderot o Feijoo, ya lo han hecho. Lo mío es una pequeña contribución a esa mega enciclopedia de la lectura.
Afirma en la contraportada que lo contemporáneo y lo clásico están unidos en un mismo tejido celular sin tiempo y sin espacio ¿no es todo lo mismo?
La literatura tiene tiempos y conexiones que le son propios. Esto se descubre cuando se lee y sobre todo cuando se lee variado y con regularidad. En algún momento inesperado de las lecturas, uno se descubre leyendo, por ejemplo, el Quijote. De ahí partirá hacia otras lecturas, como las Novelas ejemplares, o a Madame Bovary, o Jane Eyre, a Séneca, etc. Y mientras lee lo clásico mezclado con lo contemporáneo, descubrirá decenas de conexiones y cercanías, como si la lectura fuese un tiempo presente constante y fuera de la historia. El ejemplo es la Odisea de Homero y el Ulises de Joyce, dos extremos que se solapan y perviven en un mismo nivel de riqueza y pluralidad: el lector y la lectora que entra en esas obras se transforma al leerlas. Y lo sabe. Lo único que se requiere es perseverancia y curiosidad comparativa. Lo demás lo dan los libros.
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