Somos seres de convenciones y por ello, de vez en cuando conviene desactivar nuestra interfaz, es aconsejable reconfigurar nuestra forma de pensar y de hacer las cosas, aunque solo sea para comprender las posturas y opiniones de otros, aunque solo sea momentáneamente y para descubrir otras parcelas de belleza que quedaban vetadas a nuestra mirada.
Es justo eso lo que nos propone Atilano en este libro. La tolerancia que la poesía provoca en el lector permite ese reajuste sin cuestionamientos. Esta es una de las grandezas del arte: no dogmatiza, muestra.
Mi presencia en este atrio se debe a la generosidad de Atilano, quien no solo me confió introducir a sus lectores a esta experiencia sensorial basada en —hoy ya conocidos— cánones japoneses, sino también me permitió opinar en privado sobre el aspecto formal de todas sus composiciones. Por tanto, si de algo ha servido, soy una persona afortunada, pues no siempre le brindan la posibilidad a uno de poner en práctica lo estudiado y compartir con los demás todos los conocimientos adquiridos durante años.
Ante todo, humildad y apertura de miras, devota entrega —como lectores— a la propuesta lírica de un filósofo y filólogo que transforma su decir al enfrentar su mirada a la más mínima belleza del mundo. El poeta, abstraído y conmocionado por sus espontáneos descubrimientos, trata de codificar en el signo lo incodificable. ¿Cómo extraer un pensamiento de nuestro cerebro (senryu) sin dañarlo con los fórceps de nuestro lenguaje? ¿Cómo hablar del azul (haiku) de una nube dedicándole a ese azul, tan solo, dos sílabas? Si las palabras son tan solo un acercamiento al mundo natural y al mundo de las ideas, un haiku escrito por un occidental es tan solo un acercamiento a otro haiku escrito por un oriental. Lenguaje, cultura y educación recibidas, pero sobre todo, esa forma de ver y entender el mundo que propone el taoísmo supone una distancia insalvable con respecto a otras mentalidades venidas de otros lenguajes y otras culturas.
Pero para dejarse traspasar por la esencia de las cosas, para vaciarse y llenarse de aquello que antes estaba fuera no es necesario saber escribir ni hablar. Es preciso tener la voluntad de que lo demás sea en uno, comprender que la conciencia humana ocupa un lugar en el mundo desde el que el mundo podría seguir siendo sin ella. Atilano hace un enorme ejercicio —sobre todo en sus haikus— de no solo la adecuación de su decir poético a una métrica y características estrictas, sino de huida y regreso al yo, de olvidar lo aprendido y ser emoción vagarosa, sed entregada a su misión de búsqueda.
Los haikus japoneses, los cuales Atilano ha tenido como referencia, exigen del poeta el completo abandono de su erudición, su vocación de abrazo. Hacen del poeta un fiel cronista de la conmoción, de su encuentro con aquello inesperado que contribuye a su transformación espiritual: y Atilano ha escuchado todos estos requerimientos, es precisamente en este formato donde el poeta ha sido más respetuoso con la tradición.
En la Poética de Aristóteles se nos dice que en la mímesis nos reconocemos y volvemos a comprender el mecanismo del mundo, y algo mimético reside en los tankas y senryus, pues en ellos se (re)produce lo intuido o pensado como en un ejercicio de imitación. Pero sin lugar a dudas la catarsis aristotélica puede producirse a través del haiku, compleja sencillez como camino espiritual, profunda intelección por la indirecta vía del arte.
En el primer apartado del libro, titulado “Susurros de tankas”, el talento creativo de Atilano se somete al corsé de la tanka, formato poético japonés por excelencia del que se extrajo después el haiku. Para quien no lo conozca, este formato poético exige ser escrito en dos estrofas de 5/7/5 y 7/7 sílabas. Como es sabido, este tipo de composiciones comenzó como breves notas llevadas por mensajeros en ramos de flores a mujeres que habían pasado la noche con su amante. Este acto de agradecimiento era correspondido por la mujer con otra breve nota dirigida a su enamorado y todas ellas debían estar escritas con gran sutileza para que cualquier fisgón que pudiese leerlas no detectara fácilmente su significado. Este hecho obligaba a centrar los mensajes en cosas verdaderamente significativas que solo los amantes conocían, razón por la cual, todavía hoy —y a pesar de su evolución— la tanka se dirige de lo general a lo particular como rasgo de identidad inequívoco.
El romanticismo que Atilano ha inoculado en sus tankas es notable, el amor es casi el único tema en ellos en la primera parte y la sensibilidad aflora a través de hermosas imágenes. No recurriré a citar sus textos en este prólogo para no restar un ápice de sorpresa al lector.
Muy diferentes son las tankas correspondientes a la segunda parte de ese primer bloque. En ella, lo metaliterario prima en un discurso poético que emplea todo recurso literario a su alcance para innovar a su manera. El pensamiento juega a vueltas con un lenguaje que nos habla de sí mismo y a la vez, del mundo interior del poeta.
En la tercera y última parte de las tankas es el tiempo y sus estragos el eje temático principal. Lo descriptivo, lo metafórico y dramático se desenvuelven en un equilibrio retórico sugerente y evocador. Este formato, dentro de las exigencias que conlleva, permite al poeta crear partiendo de experiencias propias, permite inundar el texto de recursos literarios incluso con apreciaciones del hablante lírico.
Esto no ocurrirá en el apartado titulado “Instantes” dedicado al haiku. Aquí reside la máxima complicación formal que como creador literario aborda Sevillano Bermúdez. La precisión y hondura de un buen haiku no depende únicamente de un factor o dos, sino del equilibrio de varios y la ausencia o presencia de los mismos. Saber conjugar los recursos del haijin (poeta que escribe haikus) no es nada fácil como occidentales pues estamos educados en la urgencia de decir y exponemos en el lenguaje la completa biografía del yo, incluso cuando ficcionamos.
El desafío que se autoimpone Atilano en este libro es mayúsculo, ya que decide abordar la tanka, el haiku y el senryu como únicos formatos para expresarse, lo cual es de agradecer y valorar dada la dificultad cultural e ideológica ya comentada. Si no podemos afirmar que el poeta salga ileso de este desafío, sí podemos decir que lo enfrenta con esfuerzo y humildad y lo supera con mucha dignidad.
Uno de los rasgos característicos del haiku clásico es su vinculación con las estaciones del año. Este hecho hace que los japoneses utilicen el kigo o palabra estacional para hacer referencia a la estación del año en la que su haiku sucede. Sevillano Bermúdez recoge la importancia de este anclaje temporal y ordena y distribuye todos sus haikus en cuatro apartados, cada uno de ellos correspondiente a las estaciones del año.
De esta forma encontramos que en la genésica primavera abunda un cromatismo cincelador de la armonía floral y paisajística. En el estío, el movimiento de las flores y los pájaros, los zumbidos de los insectos nos sumergen por completo en una atmosfera que es transmitida a través de los sentidos. Lo mismo ocurre con la autumnal lluvia y hojas secas o la nieve y el frío. El simbólico mundo de las sensaciones vinculadas a cada estación se despliega ante nuestros ojos formando un hermoso mosaico de texturas y colores. Pero no es su hermosura superficial aquello que nos consterna internamente y queda en nosotros tras su lectura, sino el poder transformador que ese pequeño rastro de belleza imprevista que nos ha sido mostrada tiene en nosotros.
Es aconsejable leer los haikus varias veces, imaginar la acción que describen como un destello que irrumpe en las tinieblas de nuestra mente y completar ese suceso, hacerlo nuestro, sin prejuicios ni obstáculos que medien o imposibiliten una sorpresa desnuda.
Por su parte, el senryu protagoniza la última parte del libro. Tres apartados estructuran su discurso, donde a lo urbano y la exquisitez de la apreciación amorosa se une quizás la síntesis de ambas. En esta última latitud el poeta se permite ser más filosófico y existencialista, se acerca incluso a la convención occidental, y demuestra con su variedad de temas y ocurrentes afirmaciones sus inquietudes intelectuales, así como su vasto campo cultural.
En los senryus de Sevillano Bermúdez conviven el humor y la ironía, la crítica, la reflexión, y lo hacen en un equilibrio ponderado por la inteligencia de una voz poética que sabe combinar sus recursos, no solo para expresar, sino para caracterizar y personificar cada expresión. Resonancias de varias culturas se hibridan en unos poemas que reverberan en su métrica precisa.
Libro arriesgado, de repentes y subterráneas corrientes, estos policromados trazos develan —cual signatura manuscrita— la inquieta psicología de un autor fascinado por la vida y la belleza del mundo. Nada de lo dicho queda fuera de la sensación, toda brizna observada es significativa. Para el lector profano esta lectura será una ampliación en su registro poético; para el lector curtido, la constatación de la madurez poética de su autor.
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