Enfundado en su traje oscuro, Saramago (Azhinhaga, 16 de noviembre 1922- Tía, 18 de Junio 2010) parecía un tipo plomizo, seco y antipático (durante mucho tiempo en Portugal pasó por serlo y hasta hubo una etapa en la que lo detestaron), pero apenas abría la boca se revelaba el sabio entrañable que nos regala la memoria: humano, sensible, cercano, divertido, agudo y profundo. Un escritor que no hacía de su oficio un mito y a quien el premio de los premios no envaró. Aseguraba que el galardón le sobrevino sin ambicionarlo. “Me han dado el Nobel, ¿y qué? -confesó decirse-. ¿Qué es en realidad esto?, nada”. Tenía setenta y seis años y el ego atado en corto, de manera que el año del Nobel -1998- no fue “el año de la muerte de Saramago” porque con el premio no enterró al hombre de siempre. Él no era un personaje, sino toda “una personalidad”; una personalidad orgullosa, que no vanidosa, y sí muy alejada del personaje narcisista en el que devienen algunos escritores de éxito.
Que la vida nos ofrece sorpresas es algo que sabemos, aunque no confiemos en su bondad. Creo que al escéptico Saramago no debió siquiera ocurrírsele, cuando era un mozalbete y trabajaba de cerrajero en Lisboa que ganaría primero el Premio Camöes (1995) y luego terminaría dando un discurso en las Academia de Estocolmo Menos aun, si me apura, debió soñarlo durante esos veinte años de sequía de letras que siguieron a la publicación de Tierra de pecado (1947), su primera novela. “Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir lo mejor es callar ”, nos contó dicharachero en más de una entrevista.
Nieto de campesinos e hijo de un matrimonio humilde de Ribatejo emigrado a Lisboa, la vida de Saramago estuvo hecha de esfuerzo y trabajo (y de amor por la lectura. Antes de abandonar la adolescencia ya había devorado los clásicos). Aunque debido a la falta de medios de su familia pasó pocos años en el liceo, y luego apenas un par de cursos en la escuela industrial, las bibliotecas públicas, sin embargo, le abrieron las puertas del saber. A partir de los doce años, su formación fue prácticamente autodidacta. Leyó con la avidez propia del escritor germinal que se presiente habitado de personajes que aún no ha escrito. Leyó con desmesura y sin orden, como alguna vez reconoció. Y con provecho, quisiera yo añadir. Antes de dedicarse en 1969 de manera exclusiva a la literatura desempeñó múltiples oficios: administrativo, empleado en las oficinas de la Seguridad Social, editor, traductor y periodista (en esta profesión y como militante comunista que era, sufrió censura y persecución por la dictadura de Salazar).
En los años setenta escribió varios volúmenes de crónicas -políticas en su mayoría -y en 1977 la novela Manual de Pintura y Caligrafía. Es en los años ochenta cuando se revela como el gran novelista que fue . Desplegó entonces una prosa poderosísima, tan aguda como poética y tan metafísica como política. Su estilo narrativo es singular, casi experimental -no por ello incómodo, sino al contrario- caracterizado por la supresión de los signos de puntuación que hace que sea el lector quien (im)ponga las pausas. Su obra está embebida de compasión por el ser humano, en especial, por los más desfavorecidos. Palpita en sus páginas un discurso ético difícil de contradecir. Apasionado y coherente, sus libros están hechos de humanidad y materia. No falta en ellos el amor romántico, que vivió plenamente y que sostuvo “como un pilar” su joven ancianidad.
A los sesenta y tres años conoció a la periodista Pilar del Río, la última mujer de su vida, compañera en su caminar literario desde 1986, traductora al español de sus libros y actual presidenta de la Fundación Saramago. En recuerdo de la hora feliz en que se conocieron, él, tan dado a las alegorías, detuvo en las cuatro de la tarde todos los relojes de su casa. Ella era casi treinta años menor, pero solo la muerte logró separarlos. Un documental maravilloso -José y Pilar- admirablemente dirigido por Miguel Gonçalves Mendes, y estrenado en España en 2011, nos acercó a la parte más íntima del corazón y el amor saramaguianos .“Si hubiera muerto antes de los sesenta y tres sin conocerte, moriría mucho más viejo de lo que seré antes que llegue mi hora”.
Dándole vueltas a su vida, se me ocurre que en Las pequeñas memorias (2005) pasó por alto la presencia de la magia en sus primerísimos días sobre el mundo, cuando la geometría divina (en la que no creía; era ateo) trazó para él una ecuación fantástica que terminó por otorgarle su nombre literario. Debió haberse llamado José de Sousa, pero el funcionario del registro -puede que ahí esté el germen de Todos los nombres (1997)- lo anotó con el mote de la familia paterna, a la sazón, el nombre de una planta silvestre. Broma o error, lo cierto es que aquel funcionario (¿Don José, tal vez?) le regaló un nombre que lo distinguía “naturalmente” de las decenas de miles de de Sousa que pueblan su patria lusa, una patria que él desgranó renglón a renglón en libros como Alzado del suelo (1980), Viaje a Portugal (1981), Memorial del convento (1982) o Historia del cerco de Lisboa (1989), entre otros. Una patria que amaba y con la que se sentía comprometido desde mucho antes de la Revolución de los Claveles (comunista y periodista, había sido censurado y perseguido por la dictadura de Salazar), pero que abandonó como protesta en 1991, cuando la laica República Portuguesa vetó su presentación al Premio Literario Europeo, alegando que El Evangelio según Jesucristo -obra de éxito internacional- ofendía a los católicos. En sede parlamentaria se pronunciaron las razones por las que Saramago no podía representar a los portugueses. La primera acabo de mencionársela; la segunda fueron sus ideas comunistas; la tercera que El Evangelio según Jesucristo estaba mal escrito, en alusión a su singular estilo narrativo. De las tres razones, la primera constituía la base primordial del veto.
Saramago explicó a todo el quiso escucharle (está claro que ni la Iglesia ni el subsecretario de Cultura de su país lo hicieron) que solo se trataba de una novela, de una mera ficción, un cuento largo, sin más, pero como en Portugal siempre le había acompañado la controversia y él, harto de beber el mismo agua, decidió marcharse “para no molestar”. Nunca dijo que se exiliaba, sino que emigraba y que sus razones para irse eran similares a las de bastantes portugueses que también eligieron la emigración. No se encontraban bien en su país, y él, tampoco.
Opino que “tropezar” con la Iglesia a menudo resulta “providencial” para un escritor (sobre todo para su editorial), un prodigioso golpe de suerte, por la publicidad extraordinaria que proporciona, una “bendición” mercadotécnica que estoy segura que Saramago no necesitaba ni quería. Pero, en fin, usted y yo sabemos que los caminos del Señor son inescrutables, que sus manos omnipotentes aprietan sin ahogar y que aunque cierran puertas, sin embargo, abren ventanas, balcones panorámicos, incluso...Precisamente fue en su refugio en Lanzarote donde Saramago empezó día a día, novela a novela, a cobrar trazas imparables y merecidas de futuro Nobel.
“En verdad le digo” que El Evangelio según Jesucristo (1991) constituyó un antes y un después en su vida y su obra, una linde -como él mismo reconoció en La estatua y la piedra (2013)- obra de publicación póstuma y edición bilingüe, fruto de una conferencia en Turín, en el transcurso de la cual, compartió por vez primera que hasta El Evangelio según Jesucristo había estado -como escritor y persona- describiendo la estatua, pero que a partir de esa “novela frontera” comenzó a ahondar en la piedra de la que está hecha la estatua: “Durante años he estado construyendo la estatua, el edificio que son mis libros” (...) “Ahora llegaba el momento de bajar al fondo del edificio y profundizar hasta encontrar el agua y la sangre, hasta hacer sangrar mi propia materia, mi propia carne. De la fase de la Estatua he pasado a la fase de la Piedra”, se refería con esto último a los libros que había escrito y escribiría en Tía.
Allí se marchó y escribió entre otras muchas obras, lo que él llamaba su “trilogía involuntaria”, compuesta por Ensayo sobre la ceguera (1995), novela alegórica que constituye un exhorto a abrir los ojos y comprender que solo la unión permite la supervivencia; Todos los nombres (1997), una historia de amor protagonizada por un funcionario rígido y obediente que acaba enfrentado al poder y a sí mismo para alcanzar una meta -reconstruir una vida anónima- y dar sentido a la suya propia, tan anónima como gris. Y, finalmente, La Caverna (2000), una novela que se adelantaba a las desventuras que traería consigo la globalización, nueva y sutil forma de totalitarismo, según Saramago.
La “trilogía involuntaria” se integra claramente en la corriente de escritores“casándricos” - Kafka, George Orwell o Aldous Huxley- que, mediante la alegoría enfrentan al lector a distópicas realidades interiores y exteriores. La huella de Kafka es, según Saramago, la más notoria y apreciable en su trabajo, tal vez, porque de los tres autores era quien mayor admiración le despertaba y porque se sentía su heredero: “Sin Kafka quizá no existirían Orwell ni Huxley, ni Saramago. Por encima de Orwell o de Huxley, quien para mí más cuenta es Kafka. Y es una relación que no solo asumo, sino que reivindico, es decir, yo creo que Kafka, es el gran profeta del siglo XX” .
Además de la “trilogía involuntaria”, Saramago nos regaló desde su casa en Tía media docena de nuevas novelas, una decena de ensayos formidables, cuadernos varios, brillantes obras de teatro, su deslumbrantes autobiografía y cuentos para niños y jóvenes. En aquella casa luminosa sus días de vino y rosas se antojaban infinitos, nada malo parecía poder llamar a la puerta. Con el transcurrir de los años, la enfermedad se hizo huésped permanente en forma de leucemia, y la muerte acabó por separarle de su esposa un dieciocho de junio en el que también agonizaba la primavera canaria. La multitud, consternada, despidió su cadáver en el aeropuerto de Lanzarote. Se le lloraba con gratitud. Usted y yo también lo hicimos así, porque esa es la manera en la que se llora a un hombre machadianamente bueno.
Le esperaba en Lisboa un sentido funeral de Estado, como correspondía al escritor que hizo crecer la estatura de los portugueses (y también de quienes no lo somos). En la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento, la gente le homenajeaba levantando una obra suya ante el féretro. Los lisboetas, brazo en alto, construyeron una cordillera de volúmenes saramaguianos que lo cortejó desde la casa consistorial hasta el cementerio. Abundaban -según los informativos- Todos los nombres y Alzado del suelo.
“Nuestra única defensa contra la muerte es el amor”.
(José Saramago)
Poesía
Poemas posibles (1996); Probablemente alegría (1970) y El año de 1993 (1975)
Teatro
La noche (1979); ¿Qué haré con este libro?(1980); La segunda vida de San Francisco de Asís (1987); In Nomine Dei (1993) y Don Giovanni o el disoluto absuelto (2005)
Novela
Tierra de pecado (1947); Manual de pintura y caligrafía (1977); Alzado del suelo (1980); Memorial del convento (1982); El año de la muerte de Ricardo Reis (1984); La balsa de piedra (1986); Historia del cerco de Lisboa (1989); El Evangelio según Jesucristo (1991); Ensayo sobre la ceguera (1995); Todos los nombres (1997); La Caverna (2000); El hombre duplicado (2002); Ensayo sobre la lucidez (2004); Las Intermitencias de la muerte (2005); El viaje del elefante (2008); Caín (2009); Claraboya (escrita en 1953 y publicada póstumamente) y Alabardas (2014, inconclusa y publicada también póstumamente).
Viajes
Viaje a Portugal (1981)
Relato
Casi un objeto (1978) y El cuento de la isla desconocida (1998)
Literatura Infantil/Juvenil
La flor más grande del mundo (2001); El silencio del agua (2011) y El lagarto (2016)
Memorias
Las pequeñas memorias (2006)
Ensayo
Discursos de Estocolmo (1999); Da estátua à pedra (1999); Comment le personnage fut le maître et l’auteur son apprenti (1999); Direito e os Sinos (1999); Aquí soy zapatista. Saramago en Bellas Artes (2000); Palabras para un mundo mejor (2004); Questto mondo non va bene che ne venga un altro (2005); El nombre y la cosa (2006); Andrea Mantegna. Una ética, una estética (2006); Democracia e Universidade (2010) y Saramago en sus palabras (2010)
Crónica
De este mundo y del otro (1971); Las maletas del viajero (1973); Apuntes (1976); Los cinco sentidos: el oído (1979); Moby Dick en Lisboa (1996) y Hojas políticas 1976-1998 (1999)
Diarios
Cuadernos de Lanzarote 1993-1995 (1997); Cuadernos de Lanzarote II 1996-1997 (2002); El cuaderno (2009); El último cuaderno (2011) y El cuaderno del año del Nobel (2018).
Puedes comprar sus libros en: