El poemario se estructura en tres grandes apartados con títulos significativos que sintetizan el estado de desequilibrio del “objeto” de estudio: “Animal insomne”, “La soledad del vigía” y “Umbral de nada”, con un epílogo, “El yo-piel”, en el que se narra que Didier, hijo de Marguerite, tras convertirse en psicoanalista, decidió abandonar las prácticas lacanianas tras conocer la identidad del “caso Aimée”.
No es baladí que todo el poemario esté jalonado de citas de poetas franceses, como Henri Michaux, que abre el volumen apelando a la condición entomológica del ser humano, “noble insecto”, René Char y Paul Eluard, así como citas de Sigmund Freud, Slavoj Zizek, José Ángel Valente, T.S. Eliot y Chantal Maillard, que nos ayudan a comprender el alcance y significado de la debacle íntima de Marguerite Anzieu.
Imbuido del contexto de la época y con un lenguaje elegante y efectivo, Florencio Luque progresa por sus páginas en poemas sin más título que el número romano que los distingue y ordena y donde trata de descifrar los pensamientos de la protagonista, sumida en un lúcido proceso de autodestrucción que el autor sabe transmutar en palabras, veamos un ejemplo paradigmático:
Sobre la tierra
he abierto mis manos
a la cumbre de todos los silencios.
Acaricié la ebriedad de los frutos
que alienta la desolación.
Solo en las sombras
crecieron alas.
Abundan las palabras que hacen referencia a la oscuridad, al insomnio, a la soledad, tríptico sobre el que se sustenta la mente de Marguerite, que conforme avanza el poemario se va descomponiendo y que el poeta sabe plasmar en su forma, así los versos se adelgazan, las estrofas se desgajan e incluso desaparecen los signos ortográficos de pausas. Florencio Luque consigue expresar de forma coherente “el vértigo del deseo” en el que se sumerge Aimée, nombre con el que Lacan llamaba a su paciente.
Entre auras sonoras, con los temas “Avec le temps” y “Bye, bye, Blackbird”, de Léo Ferré y Mort Dixon, respectivamente, como música de fondo, y sesiones variables, el poeta sevillano despliega las alas de una mente enjaulada en setenta y seis composiciones de oscura belleza y que en ocasiones recuerda a la lírica de Alejandra Pizarnik, otro ser atormentado que encontró en la poesía su punto de fuga. Como ella, Aimée se refugia en el sueño y su quimera para evadirse de una realidad que siente adversa, así invoca a la noche: “Álzate, noche, / álzate sobre mí / cúbreme, / haz que no despierte, / invádeme de todas tus promesas”.
En conclusión, Florencio Luque nos entrega un libro escrito con “el indescifrable alfabeto del aire”, tan original en su fondo como alucinado en su forma y que nos demuestra que del todo a la nada tan solo hay un paso, tan leve e insoportable como la propia esencia del ser humano.
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