En su siempre elegante prosa, discurre sobre diferentes actitudes filosóficas y vitales con que los hombres tratan de alcanzar la felicidad y sortear los embates de la fortuna, y caricaturiza a quienes sobrevaloran y llevan con poca dignidad las afecciones, ya sean las más groseramente corporales como las de un alma antojadiza y caprichosa.
Los consejos de Cicerón encuentran en los diálogos de Platón el puerto seguro en el que la razón nos prepara, no importa lo dolorosos y trágicos que sean, para los avatares de nuestro día a día
Cicerón fue un orador, político y filósofo latino (106 a.C.-43 a.C.). Perteneciente a una familia plebeya de rango ecuestre, desde muy joven se trasladó a Roma, donde asistió a lecciones de famosos oradores y jurisconsultos y, finalizada la guerra civil (82 a.C.), inició su carrera de abogado, para convertirse pronto en uno de los más célebres de Roma.
Posteriormente se embarcó rumbo a Grecia con el objetivo de continuar su formación filosófica y política. Abierto a todas las tendencias, fue discípulo del epicúreo Fedro y del estoico Diodoto, siguió lecciones en la Academia y fue a encontrar a Rodas al maestro de la oratoria, Molón de Rodas, y al estoico Posidonio. Decidido partidario del republicanismo, admitía la necesidad de un hombre fuerte para dotar de estabilidad al Estado, figura que reconocía en Pompeyo; sus simpatías por él, sin embargo, no fueron siempre correspondidas.
Su carrera política fue fulgurante: en un año fue elegido edil, en el 66 a.C. pretor, cargo desde el que propulsó un acercamiento entre caballeros y senadores (concordia ordinum), y dos años después obtuvo la elección de cónsul del Senado. Desde esta posición, hizo fracasar la reforma agraria propuesta por Rullo, hizo frente a los populares, liderados por Craso y César, y llevó a cabo una de las batallas más dramáticas y peligrosas de su carrera: su oposición a la conspiración de Catilina.
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