Si hoy preguntásemos a cualquier persona del mundo por el autor de el Quijote, muchos de ellos manifestarán conocer al personaje, e incluso, estarían dispuestos a darnos detalles de alguna de sus aventuras, pero, es posible, que no conozcan al autor de la obra, a Miguel de Cervantes.
A pesar de todo, y de conocer los riesgos que suponen enfrentar la obra cervantina por excelencia -que además inaugura, al decir de muchos, la novela moderna-, Salman Rushdie lo ha hecho, ha escrito su Quijote y nos lo ha presentado (Seix Barral). Si el de Alcalá de Henares escribió El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como contrapunto a las novelas de caballería, que son las que llevan a la locura al personaje, Rushdie escribe Quijote con un personaje que se alucina, que se gana la privación del juicio, viendo continuamente reality shows, concursos y series televisivas. De esa manera tan sutil, el autor nos viene a decir, que, en nuestros días, todos, hemos perdido el contacto con la realidad, abotargados como andamos por esa otra “realidad” trucada, llena de información sesgada, adulterada o manifiestamente interesada. Hemos cambiado los hechos por los acontecimientos, y vivimos en una distopía que nos ha hecho perder las referencias, los principios y los valores, y nos ha dejado en manos de los encantadores mediáticos, esos que cobran sólo y exclusivamente por confundirnos y por enmarañarlo todo, para, de esa manera, poder llevar a cabo sus tropelías y por supuesto, obtener pingües beneficios económicos.
He de manifestar que Rushdie nos presenta una novela ardua y muy ambiciosa -desde luego, oficio no le falta-, que gustará a sus seguidores y a los lectores de largo recorrido (527 páginas). Pero, a mi parecer, desde la trilogía conformada por Hijos de la medianoche, Vergüenza y Los versos satánicos, que lo auparon a la fama y que le supuso, además, la persecución durante años, y el desasosiego de vivir con una sentencia de muerte sobre su cabeza por la intolerancia religiosa, Rushdie pareciera haber perdido parte de la capacidad que lo llevó a la tal circunstancia.
Parecerá una estupidez, pero, quizá no debiera haber elegido el nombre de Quijote para el personaje de la misma, aunque se hubiera hecho acompañar de un Sancho de quince años, que aparece como por ensalmo en su Chevrolet Cruze, émulo de Rocinante.
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