Estamos a un cuarto de hora en tren del centro de Barcelona, pero ni somos parte de ninguna capital ni nadie pregunta por nosotros. Ese «Benvinguts a Barcelona» es una suerte de reverso del «Ceci n'est pas une pipe» de Magritte, una traición de las imágenes para el conductor cansado. A esas letras les falta siempre un verbo de futuro, un seréis bienvenidos. Aún no. Falta poco. Apenas unos kilómetros. Somos, pues, un preámbulo, un prólogo, la previa. Un barrio que más que periferia es cuneta. Rascacielos encargados, únicamente, de rascar lo que queda en los márgenes.
Todas las ciudades tienen barrios olvidados. También la Barcelona olímpica, a la hora de transformarse con el impulso de los Juegos, ignoró algunos de los suyos.
La travesía de las anguilas retrata el despertar a la vida de un grupo de adolescentes a principios de los noventa, en uno de esos no lugares nacidos en el tardofranquismo, fruto de la falta de escrúpulos de los especuladores inmobiliarios y la indiferencia de las autoridades. Eran barrios sin servicios y sin ley, donde para un adolescente la comprensión del mundo se moldeaba a base de desahucios, redadas policiales, delincuentes de bajo vuelo, mujeres maltratadas y hombres que se autodestruían en los bares. Pero también ahí los adolescentes eran capaces de construir un universo con sentido, con sus propias reglas y su propio lenguaje, alzar amistades indestructibles, iniciarse en la lectura en la única papelería y elaborar una épica de la resistencia que no les abandonaría jamás.
Albert Lladó se plantea en La travesía de las anguilas cómo podemos narrar e interpretar los márgenes sin resignarnos a la marginalidad. Y logra hacer visible la humanidad que malvive en la realidad desconocida, áspera y nada fotogénica de esos barrios que más que periferia son cuneta.
Me llamo Jordi. Aunque mis amigos me conocen como Jorge, el Catalán. Tengo 13 años. Mi padre me ha llevado con él a comprar el diario, y el propietario de la papelería Revilux (le llamaremos el Dealer sin saber muy bien dónde hemos escuchado ese apodo por primera vez) nos explica que Ediciones Montena ha vuelto a editar la Biblioteca de los Jóvenes Castores.
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, del ensayo La mirada lúcida (Anagrama, 2019), del libro de relatos Los singulares individuos (Isla de Siltolá, 2016), y de las obras de teatro Ícaro (Teatre Tantarantana, 2018) y La mancha (Teatre Nacional de Catalunya, 2015). Es docente del posgrado internacional Escrituras de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, profesor de Escritura Creativa en la Escola d'Escriptura del Ateneu Barcelonès, y forma parte del comité asesor del Teatre Lliure, donde coordina un ciclo de debates sobre dramaturgia y pensamiento.
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