La novela viene avalada por un premio, el I Certamen "Martín Fierro" de denuncia social. ¿Qué fue primero? ¿La necesidad de denunciar, o la de escribir? En mi caso, las dos juntas. La necesidad de escribir es, por definición, la necesidad de contar algo, de transmitir una historia. Y yo las historias que siempre he querido contar llevan incluyen, en mayor o menor medida, un elemento de denuncia. De hecho, no entiendo la literatura de otro modo. Por decirlo de alguna forma, siempre tengo presentes los versos de Celaya de su poema, La poesía es un arma cargada de futuro, que dicen Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Y los tengo siempre presentes porque creo que no tomar partido es, de hecho, tomarlo. El silencio nos hace cómplices. Con esto no quiero decir que desprecie las formas, o las novelas hechas con el afán de entretener como principal motivación. Pero no conozco ninguna buena novela que no tenga cierto elemento de denuncia al menos implícito. ¿Se considera un escritor comprometido? Me gustaría pensar que sí, aunque es muy osado decirlo. Por supuesto, el compromiso va más allá de lo que uno escribe, al fin y al cabo, el papel lo aguanta todo. El compromiso es la actitud con la que uno afronta todas las facetas de su vida. Y ahora, como lo ha sido siempre, es muy complicado ser una persona comprometida de verdad, porque implica un esfuerzo. Por eso digo que quiero creer que sí lo soy, pero no puedo afirmarlo con rotundidad. Me gustaría pensar que puedo llegar a ser como Héctor, uno de los personajes principales de la novela, pero también sé que, seguramente, a la hora de la verdad me faltarían el valor y la voluntad de hacer bien las cosas que él tiene. En su opinión, ¿la literatura española de nuestros días está lo suficientemente comprometida con la sociedad en la que nace? Creo que sí, aunque quienes escriben este tipo de novela no son los autores más leídos. Hay algunas excepciones, como, por ejemplo, Marta Sanz e Isaac Rosa, que mezclan una altísima calidad y un fuerte compromiso. Me dejo fuera otros, o, más bien, otras, porque creo que a día de hoy son más las mujeres las que escriben este tipo de novela. Pero también hay autores, como Santi Fernández Patón, que hacen una novela llena de compromiso y de calidad y que no tienen el reconocimiento que merecen. También denuncia el aislamiento de nuestros mayores… Ese es, para mí, uno de los aspectos claves de la novela. Y desgraciadamente es un asunto que ha cobrado una triste actualidad. La generación de nuestros mayores no ha tenido suerte. Les tocó vivir una posguerra horrible, después trabajaron duro, durísimo para levantar un país que era muy pobre y situaron a la vanguardia del mundo, y ahora tienen que vivir una pandemia en la que son los más perjudicados. Y además se han enfrentado a una serie de cambios sociales que los han arrinconado como si fueran inservibles, menuda estupidez. E irónicamente mi generación, que los tenía apartados, solo ha echado mano de ellos cuando los ha necesitado para que alimentasen o cuidasen a sus nietos. Federico, el protagonista de la novela, es un poco reflejo de eso, de cómo la generación que más ha hecho por este país ha sido prácticamente tirada a la basura cuando han dejado de ser útiles para el sistema productivo y, lo que es peor, para unos hijos que no somos todo lo agradecidos que debiéramos. “Números, solo números. Audiencias y shares y anunciantes que pagan en función de la gente que ve sus anuncios. Gente que ve los anuncios en las pausas de los programas que satisfacen los instintos más bajos de seres humanos que ya solo lo son a medias. Dinero. Clin, clin. Caja con su miseria y con su drama. El hombre es un lobo para el hombre.” ¿Comparte la desesperanza de su protagonista? En parte, sí. Aunque esto no es nuevo. Creo que las cosas siempre han sido así, solo que ahora es todo más evidente porque estamos en un momento en el que la economía, el valor puramente monetario de las cosas, ha llegado a ocupar todos los aspectos de la vida. Pero también quiero creer en la esperanza de Lola, en el cambio de su visión del mundo que se va operando a lo largo de la novela y en el leve rumor de esperanza con la que esta acaba. Luego están las dos mujeres de la historia, Lola y Aixa. ¿Nos las presenta? Son dos mujeres opuestas pero que comparten una cosa: las ganas de tener una vida mejor y el esfuerzo por conseguirlo, aunque equivoquen el camino. Lola es una mujer hecha a sí misma que a base de estudio y trabajo, y de la ayuda de sus padres, ha conseguido lo que ella piensa que es triunfar en la vida: una buena carrera profesional y mucho dinero. Pero a lo largo de la novela irá descubriendo hasta qué punto su escala de valores es equivocada. Por el contrario, Aixa es una mujer que tiene que sufrir lo peor del hombre. Viene a España engañada por una red de trata de blancas, es obligada a prostituirse, se escapa de los proxenetas. Conoce a un hombre bueno, Federico, que quiere ayudarla, pero… Bueno, no desvelo más porque sería adelantar el final de la novela.
En su biografía leemos que es hijo de marroquí y española, que es doctor en Economía, que se desempeña como consultor de organismos internacionales y que viaja habitualmente a África. ¿El compromiso viene de cuna? Por expresarlo así, ¿estaba predestinado? Seguramente. Yo me crie en un barrio como el de Federico y Lola. Vi a mi alrededor los problemas para llegar a fin de mes, las esperanzas de los padres para que sus hijos tuvieran una vida mejor y, también, la complicidad de los vecinos, la unión entre las gentes humildes que tienen poco más que eso, su humanidad y sus ganas de ayudarse unos a otros. Aún sigue siendo así. En estos tiempos tan duros, mis padres me cuentan cómo los vecinos más jóvenes les llaman por si tienen que hacerles la compra o por si necesitan algo. Y me siento orgulloso del barrio en el que crecí, de todo lo que hicieron mis padres para sacarnos adelante. Me gustaría que de algún modo esta historia fuese un pequeño homenaje a ellos y a todos los que han trabajado tan duro como ellos. Además, mis viajes por África y por otros lugares del planeta no han hecho sino reafirmar las ideas que ya tenía, la necesidad de contar la historia de los que lo pasan mal, que son mucho. Ponerle voz a aquellos que no la tienen. ¿De qué sirve una novela en tiempos como los que vivimos? De mucho. De muchísimo. Sirve para contar historias que merecen ser conocidas, para descubrir realidades que permanecen ocultas. Sirve para ayudar a pensar, para escapar del mensaje rápido y de brocha gorda que han traído las redes sociales y que se ha impuesto hoy; sin un mínimo de reflexión, solo ideas preconcebidas que aplaudimos si confirman la visión de los hechos que ya tenemos y descartamos si la ponen en duda. Una buena novela matiza las cosas, nos ayuda a entender que la realidad no está hecha con blancos y negros, sino con una escala de grises en los que las certezas absolutas son casi imposibles. Y además acompaña, algo que en los tiempos que corren no es algo desdeñable. La novela sale en tiempos del coronavirus, y habla de “epidemias” pasadas… ¿Se leerá como usted pensó que se leería? Espero que sí. Hay aspectos de la novela que son de más actualidad que nunca, como la soledad de los mundos en los que viven los protagonistas y los problemas interiores que afrontan. Y otros que, desgraciadamente, lo serán en los próximos meses, como las dificultades de las capas más desfavorecidas de la sociedad para tener una vida digna o el incremento de las desigualdades entre unos cuantos y la mayoría. Ojalá me equivoque, pero creo que en el corto y medio plazo todo esto volverá a ser una rutina, si es que en algún momento ha dejado de serlo. Puedes comprar el libro en:
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