¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich el saqueo de obras de arte más grande de la historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos con el Holocausto? ¿Cuál fue la implicación de España? Son las preguntas que se hace el autor del libro. Miguel Martorell toma al marchante de Goering, Alois Miedl, como hilo conductor de su obra. Siguiendo los pasos de este banquero alemán, el autor nos irá mostrando las ramificaciones de ese expolio. Tan grande fue que Martorell es capaz de afirmar que “el expolio es la antesala del holocausto”. “El expolio está vinculado a la política racial del III Reich. A los judíos se les persigue allí donde estuviesen y se les quita no solo las obras de artes sino todas sus pertenencías. Cuando son ingresados en los campos de concentración se les desnudan totalmente y les quitan hasta las ropas. Lo mismo sucede con otras etnias raciales como los gitanos o los eslavos, a los que consideraban una raza inferior”, desmenuza el investigador con rigurosidad académica. Aunque hayan pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, no hay semana que no aparezca alguna noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio nazi o sus descendientes, ya sea a estados o museos de todo el planeta, para recobrar las obras de arte robadas durante la contienda. “Lamentablemente no hay un registro de las obras que se apropiaron los nazis. Muchas salieron de manera clandestina por la frontera francesa-española, otras en avión a diversas partes del mundo y se supone que muchas seguirán encontrándose en las cajas fuertes de seguridad de los bancos suizos”, desarrolla de manera minuciosa. Adolf Hitler y Hermann Goering pusieron en marcha una gran maquinaria depredadora que arrasó el patrimonio cultural europeo. El banquero alemán Alois Miedl fue uno de los protagonistas de aquella trama. Pero no fue el único: por aquellos días, los contrabandistas de arte procedentes del Tercer Reich campaban a sus anchas por España con la complicidad de la dictadura franquista, hasta el punto de que en varias galerías del país podían hallarse pinturas procedentes del expolio. “Alois Miedl eran un personaje muy interesante, poliédrico y complicado. Obtuvo muchos beneficios de los judíos, ya que compró muchas obras a precio de saldo, pero también salvó la vida de bastantes judíos. Su mujer lo era y eso le debió de influir”, expone Miguel Martorell durante la presentación del libro a la prensa y agrega “él era un nazi, pero no se consideraba un nazi”. Franco debía su victoria en la Guerra Civil a la ayuda nazi y cooperó con el Tercer Reich hasta casi el final de la guerra. La dictadura ofreció refugio a traficantes arte, permitió el contrabando y no colaboró con los aliados durante la posguerra en la búsqueda del arte procedente del expolio. A finales de la II Guerra Mundial, Miedl viajó hasta Biarritz, para después pasar a San Sebastián y luego a Madrid. “Siempre llevaba encima un catálogo de obras expoliadas para vender. Se movía con absoluta impunidad en la España de la posguerra”, señala el autor de "El expolio nazi". Miedl trajo consigo una cantidad indeterminada de obras. Nunca se ha podido cuantifica concretamente. Además de Alois Miedl, los servicios secretos aliados tuvieron constancia de que muchos alemanes, o ciudadanos de los países ocupados, se refugiaron en nuestro país y trajeron con ellos bienes artísticos o culturales de contrabando. Algunos tuvieron aquí una carrera profesional de éxito, como fue el caso de Otto “El expolio no fue sólo las requisas también las compras a precios baratos”Las compras de arte las hicieron los nazis de forma masiva. “Supieron devaluar las monedas de los países conquistados y gracias a eso podían comprar las obras de arte a precios muy baratos”, apunta Martorell. Para ello, hicieron pagar unas indemnizaciones de guerra totalmente abusivas. “Francia pagaba 400 millones de francos al día en ese concepto”, asevera y continúa diciendo “con ese dinero compraban todo tipo de cosas y siempre a precios de saldo”. En subastas celebradas en Barcelona o en Madrid, circulaban obras de arte del expolio. Marchantes como Apolinar Sánchez o Eutiquiano García Calle compraban pinturas procedentes de la Europa ocupada y las vendían a los embajadores de Alemania o Japón, y a destacados representantes del Eje en España. “España fue cómplice del III Reich, hasta el final de la guerra. no rompe las relaciones con Alemania hasta el 5 de mayo de 1945, apenas cinco días antes del armisticio”, puntualiza que siempre puso problemas a los aliados hasta que no quedó más remedio. Muchas de las ventas, fue de lo que los nazis llamaban arte degenerado, lo conocido como arte de vanguardia que no se ajustaba al canon clásico. “Los nazis eran unos fanáticos, pero no eran tontos. Vendieron todo lo que pudieron para enriquecerse”, detalla. Y eso, que organizaron dos grandes piras donde quemaron mucho de ese arte abstracto. “Una fue en Berlín en el 39 y otra en Paris. Se perdieron muchas obras”, sentencia. “Las requisas de objetos de arte comenzaron en 1933, aunque se generalizó a partir de la noche de los cristales rotos en noviembre de 1938”, recuerda. Algunos notables franquistas, como Antonio María de Aguirre y Gonzalo, el que fuera fundador del Banesto, adquirieron pinturas a los mismos marchantes franceses que suministraban pinturas a los jerarcas nazis. Aguirre actuó como intermediario en la compraventa de arte para otros políticos del régimen, como José María de Areilza. También el periodista César González Ruano traficó con obras de arte con la ayuda de Pedro Urraca, miembro de la Gestapo. Éste cobraba a judíos para que pudiesen escaparse y luego los delataba. ¡Así eran aquellos franquistas! 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