Conocí a David Acebes hace unos años, creía, como poeta. Aunque paradójicamente, un encargo: la elaboración de un ensayo a cuatro manos; fue lo que, no solo nos unió en el tiempo, si no nos dio a conocer al uno del otro más que afinidades. Poco a poco, fui descubriendo su polivalencia literaria, también su honestidad, amplitud de miras y respeto por lo que hacía. Nuestra amistad se fraguó a través de la poesía, hemos tenido el privilegio de crecer en ella, lo cual provocó que también nos uniésemos en el espacio.
Tuve el privilegio de incluir un minucioso análisis y notas que tuvo a bien escribir para mi poemario La flor de la vida. Elogio de la geometría sagrada, (Lastura, 2016), una experiencia literaria que enriqueció el libro y de cuyo alcance todavía no somos plenamente conscientes.
Debido a su —cada vez más protagonista en los medios— talento para la poesía visual, y como experto conocedor y gestor de este ámbito, Acebes Sampedro forma parte del comité asesor de Crátera. Revista de Crítica y Poesía Contemporánea, publicación que codirijo, y su criterio es el que decide los contenidos de la sección “Poesía experimental”, un foro en el que trimestralmente convoca a dos autores relevantes en la materia; y la verdad es que siguiéndole e intentando comprender este otro tipo de poesía, uno nunca deja de aprender algo.
Relatos infantiles y de adultos, entrevistas, microrrelatos, aforismos, reseñas, letras de canciones, poesía de múltiples maneras. Todos estos géneros ha cultivado y cultiva Acebes Sampedro con equilibrada solvencia. Sin embargo, este libro ha surgido de su denodado esfuerzo por mantener una columna de opinión en un medio digital desde abril de 2014 hasta nuestros días. Artículos, cuyo motivo germinal radica en lo contemporáneo, pero que en su desarrollo y profundidad nos llevan a pasajes históricos en una montaña rusa de puentes y de espejos donde todo es difícilmente previsible, componen La poesía es cosa de burros, un libro cuyo epígrafe podría ser perfectamente “La poesía no es cosa de burros”, pero —y quien avisa no es traidor— tanto en la literatura, como en la vida, no siempre todo es lo que parece.
No es anecdótico el hecho de comenzar este pórtico con una cita de Mariano José de Larra (1809-1837), político, periodista, escritor madrileño y uno de los máximos exponentes del Romanticismo español. Encuentro vasos comunicantes entre el autor de El doncel de don Enrique El Doliente y Acebes Sampedro, algunos de ellos son mostrados muy claramente en este libro; ocasión que aprovecharé para ir hilvanando mis aserciones.
CONTRA
Atender a los hechos actuales y reflexionar sobre ellos a través de textos antiguos es un ejercicio apasionante. Lejos de parecer contradictorio, lo clásico se actualiza y lo actual se revaloriza. La devaluación reside en no hacerlo. Los artículos de Larra fueron llamados «de costumbres», y Acebes Sampedro acostumbra a desacostumbrarnos de lo obsoleto y enquistado en una tradición que necesita de voces como la suya, que se rebelen contra lo absurdo e incoherente de modelos gastados e impuestos por una élite conservadora.
Los textos incluidos en este volumen traslucen la personalidad y voz madura de un autor de estilo personalísimo, un poeta que puede practicar diversos registros literarios sin dejar de serlo. La aguda mirada de este bardo comprometido, traducida en palabras, puede interpretarse cruel, rigurosa, desapacible; pero no busca enemigos, tampoco amigos, la condescendencia no le preocupa, sí, en cambio, la verdad; pues como todos sabemos, el compromiso del artista debe trascender el propio arte.
Sus composiciones se caracterizan por un estilo aticista, de léxico comprensible y naturaleza dialógica. La ausencia de rencores e ínfulas, de defensas virulentas de cualquier ideología, hace que lo determinista de estos textos sea su claridad y direccionalidad.
Tanto en su poesía, como en su prosa, Acebes Sampedro manifiesta una tendencia al clasicismo. Dentro de ese clasicismo, su afán referencial lo convierte en un hábil rastreador de nexos temporales, de vínculos formales que no por extinguidos dejan de ser válidos para su estudio. Demuestra que al conocimiento puede llegarse de muy diversos modos y parte de su eclecticismo conecta con planteamientos enciclopedistas.
"La poesía es cosa de burros" es un fascinante viaje a través de una historia contemporánea a la que la imaginería de Acebes Sampedro demuestra vinculada a otra historia universal no contada, sino revelada a través de analogías que, entre otras cosas, ponen en entredicho lo novedoso, apropiado y justo de la modernidad.
Si podemos decir que Mariano José de Larra combatió en sus escritos contra el inmovilismo, la tosquedad y fatuidad del castellano viejo, la rutina estéril de la burocracia y la pereza satisfecha; Acebes Sampedro hace lo propio —por citar solo cuatro ejemplos— ante el conformismo, la vastedad y vacuidad del cliché, la estéril burocracia de la rutina y la ignorancia activa.
La inquietud de Acebes Sampedro lo empuja a experimentar métodos de búsqueda, a someter los textos a exámenes cuyos modelos sistemáticos parecen revelar un mensaje ulterior contendido, no solo en el signo, sino también en la sintaxis. Este es el caso de los artículos titulados “Vicente Luis Mora o el hijo apócrifo de Borges” y “Fractales poéticos”. ¿Juego? ¿Estructuralismo? El resultado, demuestra que un simple cambio temático del sustantivo, la sustitución de un fonema, conduce a un texto nuevo, y desmitifica, de alguna manera, no solo qué es poesía, sino también dónde podemos encontrarla.
A aquellos lectores que juzguen de antemano a un texto que en apariencia se presente poco riguroso, demasiado clásico, un texto que no esconda su voluntad de juego, les diría que sean pacientes, que no todo en el mundo es prisa, ni irremediablemente serio. Acebes Sampedro tiene la capacidad de ilustrar y entretener, ambas actividades no están reñidas con una vocación didáctica y comunicativa. Las reflexiones aquí contenidas exceden su ámbito personal sin pretenderlo, tienden a la universalidad y dilucidan, no siempre soluciones a problemas, sino motivos que los causan, actitudes que podemos adoptar frente a ellos, y lo más importante, irradian optimismo y esperanza.
La palabra «contra» empleada en el título de este prólogo, bien podría sustituirse por cualquiera de sus acepciones; incluso me atrevería a decir, que también podría sustituirse por la mayoría de preposiciones. No necesariamente implica una actitud belicosa o arrogante, manifiesta desacuerdo, disconformidad, y una actitud abierta, que no por ello debe limitar su capacidad de personificar y divulgar su discrepancia. Disentir no es censurar, aunque frente a la exposición a la verdad algunos se sientan ofendidos.
DIVISA
(Reírnos de las ridiculeces)
La importancia del contexto social en el que fueron concebidos estos textos es fundamental para realizar una composición de lugar que se ajuste a la realidad. Como lectores, enfrentar el pensamiento de Acebes Sampedro supone un reto a muchos niveles. La altura intelectual de sus disertaciones no está exenta de crítica, de humor, de ironía; factores consustanciales a todo librepensador que se precie, pero en el caso de este poeta metido a labores de filósofo —si es que ambas disciplinas pueden disociarse—, debemos añadir una mordaz y polivalente creatividad. No es extraño ver mezclarse en un artículo de Acebes las aventuras de Peppa Pig con los presupuestos de Plotino, por poner un ejemplo. En ocasiones, puede parecer que nos adentramos en un laberíntico producto estético que no busca sino transgredir, provocarnos, pero de repente, la fuerza de una incontestable analogía, unida a un no menos irrefutable aserto, nos desarman y quedamos formando en nuestra mente una moraleja de lo leído que ni siquiera intuíamos entrever.
Tal rotundidad ya puede apreciarse en los apabullantes títulos de los artículos. A su función catafórica, ya de por sí valiosa, hay que añadir el golpe psicológico y subliminal, nos guste el símil o no, equivalente a un pegadizo eslogan publicitario.
Un mal poeta es un maestro de la posverdad. Afortunadamente, para Acebes Sampedro, vivimos en la era de esa posverdad, protagonizada por demagogos de toda alcurnia. En un escenario así, de mentalidades fabricadas en serie, lo revolucionario de una voz que se reconoce en un coro de morales y bellezas impostadas, es desafinar.
Como poeta, filósofo, como persona, Acebes Sampedro se ve obligado a abandonar su zona de confort, no solo desciende de su torre de marfil, la destruye, porque entiende que a estas alturas de la función lo necesario es mojarse, y vaya si lo hace. El problema no es suyo, lo es de aquel que no se esfuerce por comprenderle. Hartos de recibir mensajes frívolos, donde una cultura de masas opulenta apela a un materialismo sin razón, el mensaje de estos artículos, lejos de ser obsolescente, se eterniza.
Reírnos de las ridiculeces no es ridiculizar, es ser consecuente, dimensionar lo hilarante y subrayarlo con una sonrisa; poner en práctica el sentido del humor cuando la situación lo requiere, probablemente sea algo más serio de lo que parece.
OBJETO
(Ser leídos)
A través de la sobreinformación también llegamos a la ignorancia. Abstenerse de ser manipulado por la cruceta capitalista sin renunciar a los lujos y privilegios de vivir en sociedad nos convierte en consumidores pasivos de su droga para ignorantes. El pensador del siglo XXI debe ser duro, desfibrilador, expeditivo; ningún escritor que no se haga leer nos hará pensar.
Platón utilizó los diálogos entre sus personajes para elogiar o refutar una causa; lo expuesto en cualquier debate puede defenderse o acusarse dependiendo del punto de vista de quien lo enfrente. Toda noción de reflexión debe incluir la crítica, la autocrítica y la digresión, pues un principio de desacuerdo es un buen comienzo para ir en busca de argumentos sólidos y sus motivos para defenderlos. En esta obra de Acebes Sampedro —ortónimo— la polivalencia del punto de vista —además de en su yo principal— pesa sobre, Carmina Davis y Sebastián Thèus, sendos heterónimos del autor; ya que mediante sus voces garantiza una cosmovisión que no puede ser acusada de reduccionista.
En este sentido, Fígaro, El Duende y El pobrecito hablador —algunos de los seudónimos que utilizó Larra— aducen concomitancias con la poliedricidad del yo en los artículos de Acebes Sampedro.
La necesidad de ser leído debe interpretarse con razón a las consecuencias benéficas que tal lectura puede aportar a sus lectores, lejos de considerarse un objetivo narcisista, cuando la sociedad colapsa y los valores humanos entran en crisis, ilustrar a los demás es un ejercicio de primera necesidad.
LEMA
(Decir la verdad)
La verdad es un bien escaso en este imperio erigido al eufemismo que llamamos sociedad. Para llegar hasta ella es necesario cribar hasta la saciedad la información.
En “Nacho Vegas y la disforia postcoital” el autor reflexiona acerca de las fronteras entre un poema y una canción. Tema recurrente, el de delimitar el radio de acción de diversas disciplinas, ya que invita a desglosar mecanismos y propiedades de muchas cosas que demasiado a menudo mezclamos.
No es fácil evangelizar en el pensamiento crítico. Acebes Sampedro concibe el mundo como un holismo poemático de hombres (hu)ecos, y como tal, entiende que su filosofía debe ser abierta, polivalente y polimorfa. Al igual que Larra, es lírico en su prosa y ácido en su crítica, cualidades necesarias para, no solo hostigar al lector desencantado del mundo, sino también motivarle su regreso a él.
Cómodo bajo la etiqueta de «poeta cuántico», Acebes Sampedro demuestra que de la exégesis de los presupuestos de la física cuántica es posible extraer los fundamentos para crear una doctrina mucho más fructífera y menos dañina que cualquier religión. No en vano, la ciencia axiomática y la hipótesis sofística vertebran La poesía es cosa de burros de una manera pedagógica, maneja sensatamente la inteligencia emocional de quien lo enfrenta, sin fanatismos, volviendo líquida la mente para que su avidez de conocimiento penetre hasta en el último sustrato de una verdad a la que se presume velada en lo natural.
En sintonía con poetas como Gregorio Morales y pensadores como José Carlos Rodrigo Breto, este libro da pocas cosas por sentado y va más allá en su propuesta indagatoria acerca de la filosofía contemporánea, nada más y nada menos que su escrutinio a través de la poesía clásica.
La poesía es cosa de burros cuestiona, señala, pervierte, empuja e inevitablemente certifica el nacimiento de un pensador.
POETAS SIN POÉTICA
Hablamos de poesía, y por tanto, de poetas, pero denunciar la falta de criterio, de moral, de originalidad o de justicia, es perfectamente extrapolable a cualquier ámbito en el que todo ello ocurra. En el artículo titulado “Al señor Mas…” su autor nos ilustra acerca del asesoramiento que algunos políticos han recibido de poetas. En este caso, los bardos eran solo contratados para elaborar un discurso, no es preciso decir que no cumplir las promesas vertidas en dicho discurso y tratar de mantenerse en el puesto es en lo que demasiados políticos basan su política. Con un pretexto como este, Acebes Sampedro nos insinúa algunas preguntas: ¿Los políticos utilizan a los artistas? ¿Si un artista está capacitado para asesorar a un mandatario, lo está también para gobernar?
Atrás queda la indignación de manuales completos de homologadas mentiras, y hablando de mentiras, en el mismo artículo aparece un soneto de título sospechoso, cuyo autor nos informa de que fue escrito hace dos siglos; este recurso, el de utilizar ejemplos metaliterarios, es afín al estilema del autor; tarea del lector es averiguar si esta, así como otras referencias bio-bibliográficas que aparecen durante la obra, corresponden a una realidad sucedida y demostrable o a otra posible realidad que podría haber sucedido.
El hallazgo lingüístico de “El espín de Ana” merece disfrutarse en último lugar, pues la ternura contenida en él, lo confesional, la verdad de un proverbial amor que permanece frente a lo adireccional, nos deja un insuperable sabor de boca después de haber recorrido innumerables sensaciones.
Este libro demuestra a través de la prosa que no todo está dicho en la poesía. Si según la física cuántica —groso modo— para cada probabilidad de un sistema debe existir un universo en el que suceda, Acebes Sampedro nos previene, antes de idolatrar como original a un texto que no es más que una versión mediocre, de que en otras latitudes la belleza quizá no se corresponda con el estereotipo que tenemos de ella; nada deja de ser verdad porque no nos lo parezca; una niña dibuja garabatos sobre un poema con la misma poesía con la que un gato introduce en una caja a un científico para especular sobre su muerte.
La obra ensayística de Acebes Sampedro, orgulloso padre y esposo, admirador de Salvador Dalí y Enrique Bunbury, merece un análisis exhaustivo que también introduzca una perspectiva diacrónica, algo imposible de abordar mediante las características de una antesala como esta. Su original crónica de una realidad cotidiana, diseminada en el tiempo, debe compilarse y estudiarse como una totalidad panorámica que revele tanto su organicidad, como su coherencia. Estoy seguro de que esto ocurrirá y será entonces, cuando la perspectiva del tiempo haya macerado a textos y lectores, que la grandeza de su pensamiento ocupará el lugar que merece.
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