Has envejecido pronto, piensa él. Yo me conservo mejor, dentro de lo que cabe. Ella lo aguanta porque, ¿qué es el amor a partir de los cincuenta sino sentirse a gusto con la presencia del otro y echarlo de menos cuando no está? ¡Qué gran definición! ¿Cómo no se le había ocurrido? Tuvo que tragarse aquella previsible y monótona conversación telefónica de sábado con la vidente, doy fechas exactas, sin preguntas, sin sonsacar, joven y atractiva en la foto, septuagenaria en la voz, la vidente de los famosos de Puerto Banús, hasta que le oyó a la voz cascada pronunciar la gran definición definitiva, y entonces valió la pena, y el dinero, y el ridículo. El amor a partir de los cincuenta es… La frase la acompaña desde entonces, pero no la suelta a la menor ocasión, sino cuando la ocasión lo merece.
Él está de suerte: tocando la trompeta, se acerca un excluido por el sistema disfrazado de Papa Noel. Grotesco y patético, de acuerdo, pero distinto: sabe tocar un instrumento y no uno cualquiera, no la guitarra de siempre. Y no la toca mal. Este hecho le hace ganar puntos. Le granjea cierta simpatía. Ya tiene con qué distraerse hasta que ella termine su plato, todos los platos, deja de comer o a ver si revientas. Ella no deja de comer. No sé qué tiene de particular. Otro mendigo más. Lo miras para hacerte el interesante. Soy burgués, pero aún me queda algo de sensibilidad. Todavía te haces el interesante conmigo. ¡Después de tantos años! Colocas ese gesto, te pones esa mirada, esa forma de apoyar la barbilla sobre tus manos cruzadas… ¿Le habría prestado atención si no estuviera con ella? Posiblemente, no. Ella come y lo mira mientras él observa al distinguido mono de feria.
Al otro lado, alemanes. ¿Rusos? Ella me mira con sus ojos dormilones, decididamente rusos. Me encuentra interesante. Producto exótico, solitario, con un libro que, además, lee de verdad, apetecible, comestible. Tan distinto de su cochinito blanco, decididamente más alemán que ruso.
Los ojos de él se encuentran con los de ella, que no ha dejado de mirarlo. También encuentran tema de conversación. ¡Qué bien! ¡Salvado el domingo! Reunidos de nuevo en la burbuja, ahora que el mendigo trompetero se ha alejado. Felices.
Los rusos o alemanes se trajeron a la suegra. La mujer no habla. Se le ha olvidado por falta de práctica. Comer, en cambio, se le da bien. La señora come, engulle, bebe cerveza, se recuesta en su silla… ¡Hasta respira! Tanta actividad la deja fuera de combate. Fuera de este mundo, del que no espera gran cosa. La hija se va al servicio, imagino, y suegra y yerno quedan frente a frente. No hay duelo: él aprovecha para consultar el móvil; ella, para cerrar los ojos y reunirse con su difunto marido. Regresa la hija. Spasiva, oí que le dijeron al camarero. Rusos. ¿Cómo no distingo el ruso del alemán?