Pese a tener un océano de por medio, ambos escritores acometieron la aventura hasta pergeñar totalmente la historia de este supuesto Yago Capablanca –nombre ficticio del protagonista-. Hemos podido entrevistar a Iván González, uno de los dos autores, que nos cuenta en la entrevista los entresijos de la realización de la novela.
Empecemos por la génesis del libro. ¿Cómo llegó hasta ustedes esta historia?
Por casualidad, como llegan las cosas de calado en la vida. En el 2016, Luis y yo conocimos a Yago, un tipo raro que hablaba de mundo exóticos donde había perdido la cabeza por amor. Desde el primer instante que charlamos con él vimos la posibilidad de una historia. Detrás de la risa de Yago, de sus anécdotas continuas, de la descripción de su aventura, vislumbramos esa herida esencial que acompaña a todos los hombres de todas las culturas ––especialmente a los occidentales––: una soledad insufrible que a uno le lleva, como a un topo medio ciego, a buscar, siempre, al final del túnel, el amor.
¿Alguno de los dos le conocía personalmente?
Luis y yo le conocimos a través de una tercera persona. La diferencia entre esa tercera persona y nosotros es que nosotros somos escritores. Luis y yo tenemos curiosidad y oficio y supongo que esas dos herramientas de escritor ––que es algo así como un buscador de trufas–– nos hicieron sentarnos un par de años a escribir una novela como esta, que no es otra cosa que un arreón nostálgico y gamberro, lleno de frases trabajadas, sobre las malas cicatrizaciones del ayer.
¿Por qué decidieron unirse para escribir esta novela?
Por el pacto entre caballeros que hicimos con Yago. Él quería expresar sus vivencias ––interesantes, hondas, poéticas––, y nosotros queríamos contarlo, porque vimos que su historia es la prototípica de esta época, la de un hombre que aparentemente lo tiene todo pero que en realidad no tiene nada que merezca la pena. “Gigoló en Riad” es la intrahistoria del occidental actual: un mecano roto sin horizonte más allá de lo material que vive en una sociedad de compra––venta donde se ha perdido lo esencial: los sentimientos hondos y la proyección espiritual. Esto no es una novela sobre un tipo que se acuesta con mujeres europeas de profesionales expatriados en Arabia, sino el regreso sin complejos de la novela existencial con mayúsculas al panorama de la literatura española, en la línea de El extranjero de Camus o La Náusea de Sartre. Detrás del sexo y la soledad, Yago busca una luz de sentido con más fondo que el dinero o el placer.
Extraña que en una novela escrita a cuatro manos se utilice la primera persona. ¿Por qué lo decidieron así?
Porque la historia no es nuestra. Nosotros no somos sus protagonistas sino sus escribas. Somos meros ventrílocuos de la vida de Yago. Nuestra única preocupación a la hora de escribir esta historia era que ese mecanismo de relojería que debe ser una novela se ajustase con precisión. Nuestro trabajo ha sido dar voz con eficacia a la vida de Yago. Lograr esa verosimilitud narrativa no es fácil. Requiere muchas horas de trabajo. Y aunque nosotros siempre hemos trabajado solos ––el escritor es más gato que perro––, en esta ocasión, escribir al alimón nos ha enseñado que en la resolución de muchos problemas que surgen en el transcurso de la escritura, cuatro ojos ven más que dos.
¿Cómo se escribe una novela entre dos habiendo un océano de por medio?
Con disciplina, seriedad, generosidad y humildad. El trabajo de escritor, como demiurgo delante de la hoja en blanco, lleva a encastillar el ego como forma de trabajo. Cuando otro compañero de oficio se une a esa singladura borrascosa es esencial bajar a la arena y darte cuenta que en muchas ocasiones el punto de vista que elegiste en un primer instante ––a indicación del otro autor–– no era el adecuado.
“Una tarea que recomiendo a cualquier escritor es trabajar en equipo”
¿Se toman todas las decisiones al 50%?
Dos escritores trabajando un texto requieren cimbrear la vara del yo a cada pasito que dan. Escuchar al otro. Tachar lo que creían que era bueno si escuchan algo mejor. Romper las hojas que sobran por indicación del otro, si su argumentación tiene el peso de la verdad, en fin… esto no es una cuestión de porcentajes sino de sentido común, de sagacidad para comprender que el aporte del otro supera al tuyo, y viceversa. Es una tarea que recomiendo a cualquier escritor; trabajar en equipo. Es algo que creo que todo autor debería experimentar al menos una vez en su trayectoria, porque te enseña y te hace crecer. ¿En qué sentido? En el de los límites. Esto es algo que cualquier guionista de cine sabe. Precisamente Luis y yo nos conocimos hace ya muchos años en una escuela de cine de Madrid.
¿Tuvieron que consensuar el contenido del libro con el protagonista de los hechos?
Esto fue lo que ocurrió: Yago hablo y habló. Supongo que le caímos bien, y le pareció curioso que fuésemos escritores. Mientras le escuchábamos Luis y yo nos mirábamos, tomábamos notas, carraspeábamos, ya estábamos inventando párrafos en el aire. Personalmente sentí que Yago buscaba un desahogo, una vía de escape verbal para su vida. Creo que en ningún momento pensó que con todo ese material podía escribirse una novela, o sí, no lo sé. El caso es que, una vez que se lo propusimos, que nos remangamos para lanzarnos a nadar en su historia, Yago no intervino en ningún momento en nuestro arduo proceso de trabajo. Simplemente se retiró. Hizo mutis por el foro.
¿Se tuvieron que morder la lengua en algún episodio?
Digamos que hicimos los ajustes pertinentes a la historia para reconducirla hacia la narratividad. Este es el viaje necesario de cualquier escritor que tenga un cierto rodaje.
Muchos profesionales españoles han tenido que irse a trabajar a los países árabes. ¿Es grande el choque de culturas entre Oriente y Occidente?
El mundo, afortunadamente, todavía es diverso. Yago llegó a Arabia hastiado de Occidente, de su materialismo y de su superficialidad. En Arabia se reencontró con la belleza de lo simple, con la pureza de la fe, con un mundo duro, casi medieval, lejos del Me Too, del buenismo político globalista, de los valores occidentales ––que para Yago no son libertad sino asfixia––. Yago, desde el primer instante, se enamoró de Arabia. En Arabia recuperó aquellas pequeñas cosas de la infancia que ya creía perdidas. Llega allí, no para de acostarse con mujeres occidentales, ejerciendo como gigoló, y de repente se enamora de una árabe. Pero ese es un amor donde no hay ningún componente físico. No la toca ni un pelo. Es un amor puramente platónico, radicalmente distinto al concepto occidental de las relaciones. Esa blancura, esa pureza que descubre en Arabia le otorga una perspectiva vital nueva que le confunde.
¿Viven los extranjeros occidentales en guetos para millonarios?
Absolutamente. Esa es la forma de vida de los occidentales en Arabia. Se llaman compounds. No salen de ellos. Adentro tienen de todo. Esas jaulas de oro son el territorio de caza de Yago cuando decide convertirse en gigoló. Solo cuando, hastiado de su vida vacía, sale a las calles de Riad, y respira el aire pesado y cargado de especias, y escucha la sinfonía de sus gentes, cambia y se enamora.
Yago vive la noche de manera un tanto desenfrenada en bares y hoteles. ¿Es el hábitat del profesional solitario en Riad?
En realidad, Yago no sale casi a bares por allí, salvo en contadas ocasiones con su amigo Felipe, una especie de trasunto de Sancho, que le acompaña en su aventura. El territorio donde Yago opera, su coto de caza digamos, son las camas de las mujeres occidentales encerradas en los compounds.
Yago se hizo gigoló por soledad, aburrimiento y por curiosidad
¿Se hace uno gigoló sólo por dinero?
Yago no se hace gigoló solo por dinero, puesto que él, como ingeniero expatriado ganaba muy bien en Arabia. Yago se hizo gigoló por soledad, aburrimiento y por curiosidad, y porque no lo olvidemos, era un chaval que aún no había cumplido los treinta en el momento de sus vivencias y estaba sediento de aventura. Como dice la canción, el potro joven da tiempo al tiempo porque le sobra la edad.
Aunque la trama es lineal, nos encontramos con varios flashback a la infancia y juventud del protagonista. Ayuda este recurso a conocer mejor a Yago.
Absolutamente. El mundo de los Capablanca, de sus antepasados, era un mundo tan guerrero y políticamente incorrecto como el que se encuentra en Oriente Medio. Yago llega a Arabia con la maleta cargada de nostalgia. Su abuelo ha muerto, su padre ha muerto. La situación familiar le llevó en su adolescencia a cruzar el río Manzanares, el río que divide Madrid. Salió del exclusivo barrio de Salamanca al sur de la ciudad con su madre viuda. Ese cambio al sur de las cosas, de las calles limpias de caca de perro a las de bares con las cabezas de gambas tiradas por el suelo, le amarga y está relacionado con su propio viaje vital. Yago cree que ese es el viaje que ha hecho Occidente: el viaje hacia la mediocridad. El mundo que Yago se encuentra al llegar a Arabia es el viaje opuesto, el retorno a la infancia y la belleza perdida, cargado de dureza, espiritualidad y sentido. Yago ama Arabia y se enamora en Arabia.
¿Cómo definirían a Yago?
Como un idealista que guste o no, caiga simpático o no, es un arquetipo de lo que supone una forma de estar en el mundo fuera de las modas, de lo que dicta la costumbre, de lo que debe ser ad hoc según cuentan los medios de comunicación occidentales. Yago no pretende ser ejemplo de nada, pero en su forma de hablar, pensar y actuar, para bien o para mal, se convierte en una línea de fuga luminosa en el cuadro tenebrista del hombre occidental del siglo XXI.
Para Yago Capablanca, Riad era una ciudad feroz, políticamente incorrecta y hermosa
¿Cómo se puede llevar una doble vida?
Yago lo hace siendo joven y creyendo que tiene toda la vida por delante. No escuchando a los medios de comunicación. No siguiendo el pensamiento políticamente correcto de Occidente. No haciendo lo que dictan los cánones ni las normas. No ajustándose a ningún molde. Siendo uno mismo.
¿Cómo afecta la Primavera Árabe a nuestro protagonista?
Vive su vida inmerso en ese proceso revolucionario que prende como una mecha en los países árabes. Es el contexto en el que se desarrolla su aventura, en el que se enamora, como aquel Mel Gibson en el turbulento escenario de la insurrección comunista contra Sukarno en el Año que vivimos peligrosamente de Peter Weir.
¿Era Riad en esos años el Berlín de la Guerra Fría?
Para Yago Capablanca, Riad era una ciudad feroz, políticamente incorrecta y hermosa. Un paraíso de verdad descarnada donde todos los sueños del mundo le cupieron un instante fugaz en su sombrero de copa. Donde los medios occidentales veían inquisición él solo veía blancas palomas de belleza.
Para finalizar, ¿piensan escribir algún libro más conjuntamente?
Nunca se sabe. Creemos que la experiencia de escribir con otro autor, como decimos, es una cura de realismo y humildad que todo autor debería experimentar alguna vez en la vida, pero también es cierto que el verdadero escritor siempre vuelve, ronroneando y huraño, al final, tras acabar un proyecto extenuante como este, al felino solitario que se pasea por el mundo en busca de una nueva caza suculenta. Los escritores somos seres con dificultades para compartir. Todo el mundo nos pide presencia pero nosotros solo deseamos nuestra dosis diaria de ausencia. Entonces… la respuesta es que creemos que no. La conjunción que se ha dado con “Gigoló en Riad” es bizarra. La historia de Yago Capablanca era esa estela de luz en la bruma nocturna que a Luis y a mí nos hizo aparcar un par de años otros proyectos. Es una de esas casualidades que se dan cuando levantas la mirada, miras al cielo, y te encuentras con el cometa Halley. Ya saben: algo que solo ocurre cada setenta años.
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