Esta entrevista en profundidad, un poco a la vieja usanza, no la ha promovido ninguno de los periódicos nacionales de gran tirada, ni un medio público (de los que se supone que están para estas cosas) como, digamos, por decir algo, el ente público Radio Televisión Española; sino un pequeño y heroico portal cultural llamado “Conocer al autor” (allá, en La Galia, hay un poblado que resiste ahora y siempre al invasor), una web, gobernada por Carlos Sánchez y Antonio Vidal, que viene jugando un papel importante en nuestra degenerada sociedad de paletos digitalizados y sobrepolitizados, a la hora de dar la oportunidad a los autores de hablar de sus libros, sin las restricciones de la corrección política ni el mangoneo miserable de las estructuras comerciales que asfixian a la literatura digna de ese nombre.
Veo que el primer párrafo me ha quedado un poco suave para lo que pretendía. Dice Javier, en la conversación, que el discurso negativo y pesimista goza de primacía y automática aprobación pública, por lo que ya puedo estar seguro de que con este suelto voy a salir por la puerta grande. No, querido Javier, sabes cuánto te admiro, pero creo que aquí te equivocas. Estás olvidando todo el algodón de azúcar rosado que ha producido la psicología del pensamiento positivo (el “be positive” californiano), y el caramelo de la corrección política, así como los sucesivos veranos de las flores -con su carga de polen en forma de optimismo antropológico- que venimos soportando los alérgicos reaccionarios de la línea Ignatius Reilly. Estamos de acuerdo en muchos asuntos capitales: en las posibilidades heurísticas y ontológicas del ejemplo, en la vigencia y relevancia del cristianismo para la filosofía, en la necesidad de seguir construyendo un marco ético que dé cabida a la ejemplaridad en el orden de la polis finita… En todo eso, y en más cosas, coincidimos. Pero también nos separan algunas discrepancias, y creo que en ellas, más que en los acuerdos, radica el interés de nuestra conversación, que me atrevo a calificar de histórica. Mérito tuyo, claro. Posees, ya se ha dicho, una voz profética, la más clara que ha resonado en el solar español desde que los gritos de los falangistas ahogaran la diatriba de un senil Unamuno, trémulo pero aún lo bastante firme, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Es mucha la responsabilidad que has puesto sobre tus hombros, con ese formidable acto de hybris: construir todo un sistema, y hacerlo con una retórica persuasiva, apolínea, admirable, que parece provenir de un mundo que creíamos extinto para siempre, como un hermoso monumento tallado en el legendario oricalco de la Atlántida. Me temo que te tocará sufrir un poco. La envidia no perdona. El odio a la excelencia (y para esto, tu mentor Ortega tenía una pituitaria más fina, perdona que te lo diga) es un mal ponzoñoso y pestilente que flota desde hace siglos entre los muros ruinosos de nuestra patria. Es el viejo resentimiento, oxidado y ferruginoso, de los mediocres. No te perdonarán tan fácilmente. No te irás de rositas. Pero algunos te respaldaremos siempre.
Posees, ya se ha dicho, una voz profética, la más clara que ha resonado en el solar español desde que los gritos de los falangistas ahogaran la diatriba de un senil Unamuno
Yo soy –tú lo sabes- un romántico incorregible, que además no quiere corregirse, y que en cambio pretende corregir a otros. O en todo caso, ayudarte a ti a corregirlos. Tú tratas con pedagógica benevolencia a la vulgaridad. Yo la flagelo, la fustigo como el vergonzante discípulo de Sade que en realidad soy. No hay tanta nobleza en mi carácter como en el tuyo. Así que somos complementarios, me parece. Si tengo la más mínima oportunidad de encarnar al Tom Doniphon de Liberty Valance (ese pistolero amargado que dispara al déspota homicida desde las sombras, para que James Stewart pueda ser ejemplar) te aseguro que no la desaprovecharé.
Te confieso, con tristeza, que tiendo a estar más de acuerdo con Luisgé Martín (“la vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo o absurdo”) que contigo; pero haré todo lo que pueda para que prevalezca la luz de tu filosofía, tan diáfana, tan clara, tan inspirada y noble como la retórica de Cicerón (non ignoravi me mortalem genuisse) al que el infame Antonio ordenó matar, para exponer a continuación sus manos y su cabeza en los rostra del Foro. Si puedo sumar mi insignificante resplandor a las luminarias que ya te rodean, no dudes que lo haré. Me sumo con gusto al coro de tus admiradores, que ya son muchos y de gran talla. No me importa poner a remojo mi inflamado ego para que tú brilles. Hay un tenebroso aforismo de Kafka -ese discípulo triste y aún así genialmente humorístico de tu admirado Cervantes- que reza así: “En tu lucha contra el mundo, ponte de parte del mundo”. Tomo la forma, no la sustancia, y digo ahora: en mi lucha contra Gomá, me pongo de parte de Gomá. Y lo hago porque tengo un hijo. Debe haber una esperanza; si no para mí, al menos para él. Recuerdo lo que dijo Chesterton en su lecho de muerte: “Ahora, por fin, todo está claro. Existe la luz y existen las tinieblas. Cada cual debe escoger su lugar”.
No quiero terminar este artículo que me solicita tu tocayo, Javier Velasco (quijotesco administrador de esta posada o castillo desde donde te escribo lo que parece haber acabado por ser una especie de epístola), llorando ni haciendo llorar a nadie. No quiero ser Ovidio en sus Pónticas, porque la vida no es, no puede ser, después de todo, algo que se nos va por el sumidero. Si tú tienes razón (y ojalá la tengas) puede y debe ser otra cosa. Creo que sabrás perdonarme si, por un exceso, no de novelas de caballería, sino de películas de John Ford, me identifico con ese soldado derrotado que se queda fuera de la casa tras haber rescatado y devuelto al hogar a su sobrina. Me comenta por email el joven y brillante escritor oriolano Pablo Escudero Abenza que le parecemos dos señores de otra época, que no encajamos mucho en los tiempos de Instagram. Ya me imagino otros comentarios por el estilo, pero más acerbos: exhibición falocrática de pedantería trasnochada etc. Me aburro solo de pensarlo. Me duermo con los cacareos del gallinero. Y un viejo amigo, desde Alicante, apunta que la sintonía le recuerda algo a la de Starsky y Hutch. Pero a mí me gusta ese aire un tanto retro, qué quieres que te diga. Sea como fuere, “What’s done y is done”, en palabras de Lady Macbeth, aquel genio de la oscuridad que a mí me subyuga algo más que a ti. Instagram no nos preocupa, creo. Porque no conversamos para esta época, sino para la eternidad (la posteridad, claro, con un par), y hablamos a fondo, como hay que hablar de estas cosas; ella tiene todo el tiempo del mundo para escucharnos.
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