¿Así que naciste en esa localidad del Partido de Morón que suele confundirse con zonas de las ciudades de Haedo y Ramos Mejía, y que linda con El Palomar, Caseros y Ciudadela? Se me da por imaginarte un pibe inquieto, curioso, atrevido y hasta con carisma de líder sarmientino. ¿Me equivoco?... ¿Y de muchacho?
GI — Villa Sarmiento, esa zona difusa, como decís, que para mí tiene identidad de reivindicación. Nací en una clínica que creo ya no existe, la Peralta Ramos o algo así, pero en esa ciudad no pasé sino esos días de establecida rutina natalicia. Mis padres vivían en Ramos Mejía (del otro lado de las vías) y hacia allí fuimos los tres en ese enero del ‘58. Vivíamos por la calle Necochea, a pocas cuadras de la estación. No puedo precisar cuánto tiempo estuve allí; toda la información que pueda ofrecerte sobre esta etapa surge de fuentes confiables familiares, mis recuerdos no existen o apenas, vagamente, me sugieren cosas que asocio a veces equivocadamente. Tengo imágenes de muros bajos en las casas asomadas a las calles arboladas, veredas anchas, un camioncito metálico de bomberos, a cuerda. Creo que luego fuimos a vivir a Ituzaingó. Mi familia hizo varias mudanzas. Algo del desarraigo y de andante proviene desde entonces. Villa Sarmiento es una reivindicación cuando la nombro, una referencia fundamental. Cada tanto me llegan noticias de ese “pago” de luz primera a través de la escritora Gloria Arcushin, quien dirige (no sé si aún lo continúa) el taller literario de un centro cultural en el que realizan hermosas actividades (de las que me llega el convite afectivo). La confusión de ciudades que comentás en tu introducción a la pregunta con referencia a mi natal Villa Sarmiento, sea la parábola que explique mi colección de domicilios... Ramos Mejía, Ituzaingó, Reta, Merlo, capitalino barrio de Floresta, San Antonio de Padua, Luján, Roma, Nuoro, Lanusei, y muchas escalas por sitios “impensables”.
Siempre inquieto y curioso, a pie o en bicicleta, en aquellos años de exploraciones inaugurales. Y la pelota. Y la gloriosa camiseta de mi Gimnasia / Lobo querido. Nos sabíamos todos los potreros del barrio, las horas de rito, las cuentas pendientes que a veces se resolvían en guerrillas de terrones semihúmedos (esos que estallan cuando dan en el blanco, pero casi no duelen). Mas, así como tenía una intensísima vida social (callejero), que disfrutaba, también amaba encontrarme un rincón donde leer, dibujar, escribir... Tuve una familia muy apegada a los libros. Abuelos, padres, tíos..., en casa se compraban casi junto al diario y había una gran biblioteca. Pasaba mucho tiempo con mis abuelos. Abuela Sara me hacía elegir un libro de poesía antes de ir a dormir; también la abuela Amelia: dos grandes lectoras. Sara escribía: letras de tango que mi abuelo Humberto musicalizaba. También poesía y novela. Sé que hay materiales suyos en los archivos de la Biblioteca Nacional o en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música. El abuelo Humberto fue un pionero de la telegrafía sin hilos y escribió libros técnicos (este hincha de Gimnasia nacido en Massarino, Sicilia, llegó con pocos años all’Argentina en 1904) y compuso centenares de tangos. Tenía un inmenso piano de cola que yo aporreaba cada tanto.
Mi quinto grado lo cursé en la escuela rural de Reta, localidad balnearia del partido de Tres Arroyos. Allí pasé varios veranos en casa de la abuela Amelia (y semanas santas y escapadas en cualquier momento del año). Éramos también muy compinches con Amelia. Es como que siempre estuve en Reta: Atlántico por un lado y vastedad de girasoles y trigo por el otro. Grandes amigos. (Una punta de años después en los cuentos de “Medanales…”, instalo aquel territorio fantástico, con los modismos campesinos como herramienta contracorriente, de valoración identitaria. Eso somos, eso me siento también.) ¿Y qué más confluía en la niñez?: el fútbol, ininterrumpidamente, y siempre como arquero.
¡Con la adolescencia llegan tantos pájaros! Bandadas multicolores que abren huecos en lo que se suponía un mundo conocido y entonces resulta que crece el mapa.
Comienzo a intuir a los poetas de la Generación del ’27, me llegan nombres como los de Raúl González Tuñón, Elvio Romero, Pablo Neruda, algunos franceses... En simultánea, en cuadernitos intentaba lo mío con las palabras: balbuceos. “Pura sabiduría de quien no sabe nada.”
En 1978 aparezco en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, y allí “resido” por dieciocho meses como colimba en el ejército. Nunca participé de misas, que eran obligatorias. Recuerdo que esto me llevó cada vez, por todo el tiempo que duraban los oficios religiosos, a “pasear” con un sargento que me hablaba de dios y de la familia..., yo con cara de escuchar, buscaba con los ojos en la tierra pedregosa alguna punta de flecha, algún güesito fósil, que me habían dicho que “cada tanto algo se encuentra”. Con posterioridad entendí la verdadera dimensión de aquellas caminatas. No lograron endurecerme —ya las “durezas” de la vida se me fueron inscribiendo en mi proletario sello de familia—.
Hasta algunos años después de mi salida de la “colimba” solía calzarme la mochila para andar de travesías, solo o con algún amigo, sin urgencias ni destino fijo. Aparecí en Bolivia una vez; otra, llegué a la provincia de Tucumán; otra, en Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires. Me gustaba hablar con la gente. Rebuscármelas con menos de lo indispensable. Conocer más la realidad. Entender la historia y cómo transformarla. No es caprichoso este sintético repaso. Creo que todo esto fue el alimento de aquello que comenzó a aparecer luego en mi poesía. El sufrimiento y la pobreza, la soledad y la contemplación, los diversos rostros, los gestos, las latitudes, sus geografías y silencios... me llevaron a la poesía porque tuve la fortuna de encontrar muy temprano la que me hablaba de todo ello. De esas materias el pibito curioso y andariego al que le creció la barba junto a la cuestión de clase que, aunque algunos se molesten, sigue vigente en el planeta, dolorosamente.
Bueno, Rolando, eso de carisma de líder sarmientino... me ha hecho reír. Gracias. Sobre tu expresión: tengo a mano dos fragmentos de escritos del sanjuanino que pintan de cabo a rabo al prócer del establishment: se trata de una carta de Domingo Faustino Sarmiento a Bartolomé Mitre del 24 de septiembre de 1861: “Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas”. Y como si ésta no bastara: “La invasión de las Malvinas por parte de los ingleses es útil para la civilización y el progreso” (“El Progreso”, Santiago de Chile, 28 de diciembre de 1842). Hay más, pero me parece un abuso. Por eso lo de líder sarmientino lo cambio por un “referente natural”, para aludir a esa particularidad que has entrevisto en mi condición humana. En realidad, de pibito he tenido el imput de la iniciativa. Esto me ha llevado por la vida a tomar otras responsabilidades, encarar proyectos con grupos o instituciones, asumir la representación de mis pares, discutir en primera fila y ponerle el pecho a las realidades adversas.
Enfoquemos sobre tus primeras y segundas incursiones en el periodismo.
GI — Empujado no sólo por la necesidad sino también por el estímulo del bello oficio, desde mis jóvenes años de estudiante comencé a trabajar en medios zonales del Gran Buenos Aires y localidades de las provincias. ¡Oh, la linotipia y las máquinas de impresión planas, armatostes artesanales, monstruos de multiplicar! Fui corresponsal para agencias y diarios —“La Voz del Pueblo”, radio LU24, de la bonaerense ciudad de Tres Arroyos, entre las más gratas incursiones—. Y cuando aparecen las emisoras de FM produje programas que contribuían al desarrollo del potencial de las comunidades. Combatí los monopolios y la centralización comercial de la información, útil apenas para hacer negocios. Ejercí el cuentapropismo fundando pasquines —revista “Realidades”, periódico “El Correo”— de fugaz tránsito por los kioscos. Ensayo o error o mala vena para los números.., hasta arribar al periódico “La Provincia”, que desde la ciudad de Merlo se mantuvo durante los ochenta. Los maremotos económicos me obligaron a desistir de la jamás rentable empresa, y luego de una experiencia cooperativa en “La Gaceta de los ‘90”, con los compañeros de un frente de izquierda local que propugnaba encendidos sueños, me dejé contratar por una televisora por cable de la ciudad de Luján, en la que fui jefe de redacción del noticiero y presentador del informativo. Produje allí durante varios años dos programas de entrevistas sobre el hombre, la cultura y el mundo —“El Unicornio” y “En la Boca del Lobo”— que obtuvieron suceso y premios provinciales y nacionales. Estos programas también los produje en una televisora de San Antonio de Padua, donde asumí las mismas responsabilidades que en Luján. Asistieron como invitados Hamlet Lima Quintana, Carlos Carbone, Eduardo Espósito, Teresa Parodi, Horacio Guarany, Jorge Marziali, Ara Tokatlian, Julio Lacarra, Federico Luppi, el Chango Farías Gómez, Marián Farías Gómez, Nito Mestre, Juan Carlos Baglietto, Juan Alberto Nuñez, Dalmiro Sáenz, Rodolfo Campodónico, Ricardo Horvath, Martín Dorronzoro, Domingo Cura… Con fondo de cámara negra, una mesa, dos copas, una botella de vino, una hora de charla sin estridencias ni el vértigo que suele prevalecer en el medio. El artista plástico Jorge “Hueso” Ricciardulli (un maestro) hacía retratos de los invitados en vivo. Colaboré como corresponsal con la producción de “Protagonistas”, aquel memorable programa de Eduardo Aliverti. Participaba en actividades junto a los compañeros de UTPBA (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, donde estaba sindicalizado), mantenía en una radio zonal programas nocturnos (“El Gato con Botas”, “En la Boca del Lobo”) dedicados a la poesía y las editoriales políticas. Tuve acceso a instancias imborrables: la jornada de los cien días de democracia en la Argentina (1984), por ejemplo...; yo estaba acreditado en el Congreso Nacional, cubría información para diversos medios, y tuve la suerte de ingresar al “famoso” balcón de la Casa de Gobierno, y cerquita del primer presidente luego de la dictadura cívico-militar, y otros funcionarios y parlamentarios, vivir el acto allí sintiendo aquella multitud en Plaza de Mayo. En otra ocasión, munido de una credencial ad hoc de funcionario municipal y cierta confusión en la organización de la seguridad, asistí a la excavación y primeros trabajos de reconocimiento de cuerpos “NN” en una fosa común en el cementerio de la ciudad de Libertad. Excede cualquier relato fantástico aquello que vi.
Desde finales de los noventa trabajé en la Universidad Nacional de Luján, contratado como director de Radio Universidad. Varios directores de radios similares planificamos y concretamos la Asociación de Radios Universitarias, red que continúa en la actualidad. Además de ser co-fundador, fui el primer secretario: redactamos los apuntes iniciales para incluir a dicha categoría de emisoras en la Ley de Radiodifusión. Es con suerte dispar que participé en diversas iniciativas para unir a los laburantes de medios zonales y a los agitadores culturales desde los ochenta en adelante. Recordarás que eran tantas las revistas alternativas en la Patriagrande y que la vinculación entre ellas era fluida. Pretendimos armar también en esta área una red, con carácter de foro e intercambio de contenidos y proyectos (anticipo de aquello que con Internet acontece con naturalidad). El poeta Antonio Aliberti, poniendo el acento en las propuestas gráficas alternativas, me había hecho un reportaje difundido en la revista “Pájaro de Fuego”. Todo aquello no excedió el alcance de algunos intercambios por correo tradicional. El costo del franqueo era una bicoca, todavía. No se pudo pasar a mayores, a pesar de que eran casi permanentes los encuentros de revistas subtes por todas partes. El material —“Antimitomanía”, “El Lagrimal Trifurca”, “Rayos del Sur”, “Celeste”, “Némesis”, “El Zumo Sumo”, “Ayesha”, “La Rosa Blanca”, “Merlina” “Noesis”, “Nova”, “Ornitorrinco”, “Oeste” …, eran tantas...— que recibía lo compartía con los amigos. Los poetas santafesinos Rubén Vedovaldi y Eduardo D’Anna formaban parte del corazón de aquel movimiento; también Daniel Mourelle, de Buenos Aires y el poeta Eduardo Reboredo, de “Rayos del Sur”, un amigo que nos dejó temprano; David Ciechanover con su “Oeste”, que hacía desde Merlo. Ellos integraban junto a otros la vanguardia de aquel movimiento de revistas subte. En diversas localidades de las provincias había muchachos y muchachas que armaban trípticos con poesía, lo foto-duplicaban y repartían: acciones aisladas, módicas, pero que tal vez no lo eran tanto.
Acaba de surgirte, entre otros, ese referente del Oeste del conurbano bonaerense: el reconocido traductor al italiano y periodista cultural, Antonio Aliberti, nacido en Sicilia en 1938, quien residiera en la Argentina desde 1951 y falleciera en 2000.
GI — Lo conocí siendo yo pebete adolescente. Estudié algunos años en el San Antonio, colegio de los franciscanos casi enfrente de su peluquería. De él me había hablado, si no me equivoco, Alberto Macagno, un artista-historietista paduense que, sabiendo de mis intentos de escribir poesía, me sugirió visitar a Aliberti. Me armé de coraje y entré en la peluquería cuando no tenía clientes. Recuerdo su sonrisa, su trato afectuoso, su atención para escuchar. Charlábamos varias veces por semana. Durante algunos años viví a la vuelta de su peluquería. Intercambiábamos revistas, me regalaba libros de poesía, cada tanto leíamos juntos, me hacía conocer a los poetas italianos. Él editaba “Zum Zum”, medio donde difundía las traducciones de poetas argentinos y de la península. Escuchaba el concierto de la tarde de Radio Municipal mientras trabajaba. A veces le buscaba una vuelta más a una palabra porque estaba con una traducción y él las laboraba finito, con rigurosa paciencia, y entonces me preguntaba qué me parecía, y yo ¿qué podía decirle a Él? Pero Antonio escuchaba y pensaba. Examinaba mis balbuceos poéticos. Polemizábamos sobre posicionamientos políticos. Años después me di cuenta que sufrió mucho todo lo que sucedía en Argentina, y especialmente la desaparición de Roberto J. Santoro. Era muy amigo de Gabriel “Cacho” Millet, entonces franciscano en el San Antonio; quizá el mayor estudioso sobre la poética de Dino Campana (reside ahora en Roma y cada tanto hablamos por teléfono), y de un mito proveniente de la escuela del Teatro del Pueblo, Carlos Rubino, con quien, a inicios de los ochenta comencé a tomar cursos de arte dramático.
En algún concurso que organizamos con un diario que edité en los ’80, Aliberti fue miembro del jurado junto a Alberto Luis Ponzo y, si no me equivoco, Elsa Fenoglio. Recuerdo que en una de esas ediciones el primer premio lo ganó Jorge Ariel Madrazo, y otro premiado fue el amigo entrerriano Luis Salvarezza, a quienes conocí entonces. Una tarde, tantos años después y hace tantos años, visité a Antonio en su peluquería y me puso al día de sus ediciones, sus actividades y su próximo viaje a Italia. Yo vivía en la ciudad de Luján y los horarios no me permitían pasar a tiempo por su local. Muy después supe de su muerte.
Y por entonces tu vinculación con “las tablas”.
GI — Después de unos años de entrenamiento actoral en el Teatro Poético de Padua con Carlos Rubino, seguí preparándome en La Casona del Teatro, sobre la calle Corrientes de tu ciudad, con el chileno Franklin Caicedo, un actorazo y didacta excepcional. Intervine en diversas puestas y trabajé con varios laboratorios. Inclusive conseguí un bolo —¡personificando a Bartolomé Mitre!— en una producción de televisión sobre historia argentina, con guión de Félix Luna, dirigida por Néstor Paternostro. ¡Ah, mis fotos caracterizado de semejante… personaje, en las revistas de actualidad! En simultánea, integré el grupo Cruz del Sur, de Morón, con el actor y director Marcos Ríos y su esposa, Ana Guerra, que actualmente dirige el Teatro Discépolo, fundado por ambos frente a la plaza del municipio de Morón, en una propuesta escénica dedicada a Martín Güemes, donde interpreté al héroe salteño (era fortísima la contraposición ideológica entre Güemes y Mitre). Con esta obra pudimos viajar a la provincia de Salta y dar varias funciones. Mientras, hacía un laboratorio sobre Antón Chéjov y comenzaba las primeras lecturas de mesa del “Hamlet” de Shakespeare que desembocarían en una puesta de Stoppard (¡qué matete!). El motivo principal que me indujo a formarme como actor fue el de imbuirme de los “entretelones”, apuntando a la creación de dramaturgia. Pero no he pasado de intentar monólogos. En lo íntimo, no he renunciado. Alguna vez será… Del escenario me despedí con la obra de Tom Stoppard (“Rosencrantz y Guildenstern han muerto”), que representó la compañía Cara y Cruz en el Galpón del Sur, un teatro del barrio de San Telmo. Allí componía un Hamlet que circulaba por la periferia, pues el foco del autor estaba en los otros dos personajes. Me enriqueció mucho esta etapa. Rosencrantz lo interpretaba el amigo César Hazaki, uno de los editores de la renombrada revista de psicoanálisis y cultura “Topía”.
La única vez que nos vimos fue el 12 de julio de 2004. Fuiste uno de los poetas programados, junto con Gladys Cepeda, Nixte Zapicán, Cristina Cambareri y Wenceslao Maldonado, para leer en “La Anguila Lánguida” Muestra de Poesía, que yo coordinaba. En cada encuentro se evocaba la poética de algún autor fallecido. Aquel 12 de julio correspondió a Salvatore Quasimodo (1901-1968). Un toque allí de la Italia, ¿no, Gabriel?, donde poco después te radicarías.
GI — Tengo un gratísimo recuerdo de esa visita a “La Anguila Lánguida”. Y además de contactar con las compañeras y los compañeros allí presentes, sus territorios poéticos, atesoro el encuentro con Elsa Fenoglio, poeta que estaba sentadita con una amiga en la antesala del bar, y la lectura de Wenceslao de sus impecables traducciones de Quasimodo. Si no recuerdo mal, esa noche también estaba José Emilio Tallarico, otro hermano. Sí, un toque de italianitá, seis meses antes de mi partida hacia Roma. Sabés, no he abundado en participaciones en ciclos o cafés literarios a pesar de los convites. Tu invitación la acepté con mucho gusto. Tenía el deseo de conocerte personalmente, y, además, la presencia de Wenceslao, un escritor de esos con los que no bastan mil horas para charlar.
Y en 2004… “Isla Negra”.
GI — ¡2004! Es de un programa de radio nocturno, “Isla Negra”, que nace ese año el Boletín del programa. Llamados telefónicos y mails reclamaban los textos de los poetas invitados. En unas cuantas semanas se convirtió en “revista”. En tanto se gestaba lo que devendría en la continuación de mi vida en el “Viejo Mundo”. Resulta que yo tenía una amiga sarda en nuestro país, Teresa Fantasía (cuyo hermano Antonio fue director técnico del Sardi Uniti, equipo de fútbol de los sardos en los torneos argentinos, que integré una temporada como arquero). Teresa, que conduce un programa radial en la Argentina, “Sardegna nel cuore”, me comentó por entonces que sabía de una escritora italiana —Giovanna Mulas— que precisaba contactar con traductor y editor para elaborar un libro que deseaba publicar en nuestro país. Y bueh, contactamos! Ah! también el libro (“El tiempo de un verano”), finalmente apareció en la editorial de Alejandro Margulis. El Gran Encuentro entre ella y yo fue en Roma, en enero de 2005. Y ya no volví. Nos casamos el siete del siete de 2007. Y como desde el primer día somos felices, remamos a brazo partido, resistimos borrascas, proyectamos. En 2009 pudimos viajar a la Argentina para abrazar a mis hijos (Gonzalo y Martín), estuvimos durante un mes queriéndonos recuperar con ellos de tanta distancia, en Reta, sobre todo.
Fue estupendo cuando en “La Academia”, emblemático bar del centro intelectual de tu ciudad, me encontré con “tantos hermanos que no los puedo contar” (vos, recuerdo, estabas veraneando en una quinta de por mis lares: Moreno).
¡Quién diría que, jugando para los sardos a la pelota, iba a terminar en Sardegna! También aquí juego al fútbol. Ya son dos temporadas con el Olimpique Intermedia, de Lanusei, luego de integrar otros equipos en el torneo amateur. Siempre de arquero, claro…, mientras el cuerpo aguante. Ya lo dijo el colega Camus (Albert, quien también era arquero): “Lo poco que sé de moral lo he aprendido en los campos de fútbol…”.
¿Y qué más, de allá?...
GI — El aquí es una relación compleja. Bella la isla, su gente, pero... El movimiento cultural es básico; se carece de espacios de encuentro, debate, entrecruzamiento de ideas e identidades. En el centro del mundo antiguo, y así, tan carentes de posibilidades, se hace difícil el día a día. Hay una enorme belleza en el paisaje, en su patrimonio arqueológico. Saltando fuera de la isla con cualquier rumbo se puede acceder a esa dialéctica añorada. Claro que abonando avión o barquito de ocho horas de travesía. Viajamos mucho por Italia e incluso llegamos a Canarias, España, Portugal. Giovanna, que es principalmente narradora (diversos libros publicados, dos candidaturas al Nobel de Literatura por Italia), y yo, organizamos en ocasiones mesas de lectura, y ofrecimos laboratorios de poesía y narrativa, tanto para adultos como para los chicos de escuela, con buenos resultados. Lo que nos reconforta. Pero no existe desde los municipios un real interés: historia universal de la indiferencia… Orgánicas políticas de Estado no hay. Conclusión: durísimas estrecheces económicas. Pude sí participar de varios festivales de poesía, como el de Medellín, Colombia, y el de Venezuela (por citarte dos).
Fui secretario de sección del Partido de los Comunistas Italianos (una de las dos o tres resultantes de la fragmentación del histórico PCI). Y tuve alguna posibilidad de integrar las listas electorales para el parlamento italiano y el consejo regional sardo (que no acepté). Me preocupa mucho más refundar el PCI. A pesar de los reveses en este tiempo insólito y feroz en Europa, la iniciativa de unir a los diversos segmentos comunistas bajo un mismo símbolo y construir un frente de izquierda anti-imperialista, podría llegar a operar como herramienta para salir de la perversa succión de energías que victimiza.
¿Y qué más, de acá?... Como hincha histórico de Gimnasia y Esgrima La Plata amanezco conectado para mirar los partidos en directo; en otras cuestiones, estoy empeñado en traducir a poetas de Patriagrande al italiano. Van apareciendo en el suplemento Navegaciones de Isla Negra y quisiera editar una colección de fascículos.
¿Dónde hay un mango para imprimir cuadernillos bilingües y distribuirlos en bibliotecas de estos lares? Lares en los que es casi nada lo que se conoce de nuestra poesía. Con respecto a Isla Negra (diez años, casi 400 ediciones) sé que hay quienes contribuyen imprimiéndola para divulgarla en universidades, bibliotecas, escuelas o centros culturales, la reenvían vía mail e incluso la publican en sitios de la web. Diversos poetas toman sus contenidos para traducirlos a distintas lenguas y publicarlos en blogs y sitios. Por otro lado, está el Festival Palabra en el Mundo, que en cada mayo gestiona más de mil acciones poéticas en numerosos países. Lo que fue promoviendo programas radiales, cafés literarios, colectivos poéticos, bibliotecas, otros festivales y algunos proyectos comunes valiosos.
Hace dos años, en Medellín, varios poetas fundamos el Movimiento Poético Mundial. Algo se va logrando en el plano de las realizaciones y en el de afirmar las bases para, uniendo, propender a tareas colectivas. Trabajar por un mundo posible es una tarea que ninguno de nosotros debe soslayar. Desde la cultura se pueden obtener los cambios más sólidos.
¿Traducir favorece a un poeta a mejorar la propia escritura? ¿Te ha ayudado aprender procedimientos y técnicas de otros autores?
GI — Entrar a la intimidad del instante creativo del otro para interpretar la vibración de esas cuerdas y obtener el mismo sonido en unos parches deja sus experiencias. Abre nuevos territorios este desafío, y enriquece. Es, sobre todo, conocer al otro. El poema es algo transitorio. En algunos casos se tiene la posibilidad de ver/sentir descubrir a 360 grados y en varias dimensiones. Cada tarea de traducción es una señal que te dice: más allá hay más, está el otro. Pero también sabemos que el resultado de la traducción ya es otra cosa, otro poema. Aunque se ponga todo el esfuerzo en replicarlo, es diverso. Traducir poesía es como traducir música. Hay quienes sabiendo esto se dicen: pues bien, como es imposible que sea igual, hagamos una versión libre. Esto no es para mi modestísimo entender la tarea de la traducción. Procuro hacer versiones respetando al máximo cada palabra original. No me complacen las traducciones que toman la idea y la reproducen marcando una presencia personal acentuada del traductor. Creo que quien traduce debe pasar inadvertido. Se firma para cargar con las culpas, para poner el pecho. Pero una traducción debe ser lo más aproximado al original. Casi sin preferencias personales, para decirlo de algún modo, entre parroquianos. Conscientemente no pongo en práctica aquello que “noto” en otros colegas. No creo en técnicas y procedimientos. Jamás busco estas respuestas en el poema ni propio ni ajeno. No me interesa. Jamás podré ser un crítico. La poesía como el amor no admite las razones, sino que está destinada a hacerlas vibrar en todos los sentidos. En un poema vislumbro el mensaje, el uso y la elección de los vocablos que a su tiempo son junto a los silencios como una música. Para percibir la belleza no uso aparatos de medición ni manuales y reniego de estas cosas, de los encasillamientos generacionales, de los sellos de vanguardia, de los ismos de tal o cual y por supuesto, de cualquier forma de canon (cosa discutible y, bienvenido que así sea). Me gusta o no me gusta, simplemente. Y siempre la agradezco.
Leo mucha poesía, tal vez en alguna, en algún verso, en los intersticios de una u otra vocal resida el enigma..., pero en verdad nunca busqué entre las enseñanzas de otros poetas, considero que las enseñanzas están en otra parte. Se puede admirar a una u otro, admirar la riqueza y la calidad poética de una pieza o una obra, vislumbrar que existen otras formas de reflexionar y escribir, acertar en esas formas, pero el aprendizaje —ese alimento en poesía— reside en la tierra, costa o bosque o vastedad, entre las cosas diminutas y la infinitud, en la mesa y el pan, en los gestos de la gente, en sus luchas, en las palabras que van y vienen por la calle, en las esperas y los silencios... algo hace reverberar lo que soy, son estímulos que ponen en funcionamiento aquello que cargo y me ha formado. Y en esto no me ha influenciado el trabajo de traducción y a cada verso voy para servirlo. Éste sea el objetivo.
Inventándote un ordenamiento de preferencias por su eventual poder sugerente, o por cualquier otra razón, que mejor sería si lo pudieras explicitar, ¿cuál establecerías con lo que a continuación encomillo: “vasto desinterés”, “sueño incorruptible”, “cavilando desde su insignificancia”?
GI — Esto me hace recordar un verso de Gustavo Pereira, el poeta venezolano que afirma que la poesía nunca es inocente. La pregunta en una entrevista realizada por un poeta y psicólogo, tampoco lo es. Lo celebro, querido Rolando.
La primera lectura sugerente me resulta en este orden desde una caprichosa primera persona del singular: “cavilando desde su insignificancia” (referido al discurrir del poeta ante el mundo y sus circunstancias) —y aferrado a su— “sueño incorruptible” (alusión a la ideología del poeta, revolucionaria y, para más datos, terrenales, anticapitalista y antiimperialista) —palpa un—“vasto desinterés” (conclusión acerca de la suicida indiferencia de las intoxicadas mayorías hacia el uso de las herramientas que provean con esfuerzo personal y colectivo un mundo posible).
Ante mí un número de 2014 de la Revista de Poesía “La Guacha”, dirigida por Javier Magistris y Claudio LoMenzo. El título del Editorial es una pregunta: “¿Cuál es la zona de influencia de los poetas?” Y transcribo de ella: “…¿dónde se hace fuerte la poesía? (…), ¿en qué momento privado la poesía ocupa el espacio innegable que tiene en la historia de la humanidad? ¿Para qué la poesía hoy, en medio del cacareo de las gallinas, frente a la cobarde intrepidez del pavo? ¿Se puede esperar la bondad, el entusiasmo, la melodía que nos permita sentirnos caminando armónicos por esta tierra, sin las breves líneas de un poema?” Te cedo la posibilidad de que urdas, para nosotros, tus respuestas.
GI — Hay varios ejes muy buenos en la cuestión de Javier y de Claudio (además de su vocación sostenida que emociona al mantener una revista como “La Guacha”). Y dan material para soltar botellas y botellas de elucubraciones. No creo que los poetas, en general, influyan. Fluyen, huyen, chamuyan, yugan, pero influir…
Comenzaría con una reflexión sobre la última pregunta. La aspiración a una total armonía, como la utopía, es una búsqueda que sirve para mantenernos despiertos. Un mundo de bondad es impensable a juzgar por ciertos e inciertos comportamientos humanos. No creo que la poesía venga a nos a poner las cosas del mundo en su lugar y dotarnos de la plenitud para gozarlo. Ya no unas breves líneas de un poema, colecciones enteras de poemas no nos alcanzarán para calmar el ojo y dar respuesta cierta a tantos porqués. Parecería que, todo lo contrario: nos abriría mucho más la mente (masa crítica), para entendernos con otros interrogantes de mayor complejidad.
¿Para qué la poesía (entre tanta plumifería...)? Digo que para el Hombre (entiendo Mujer/Hombre). Como canta el hermano Martín “Poni” Micharvegas: “para alentar coraje”. Y agrego: para celebrar el amor. Esto quiere decir: todo. Porque la poesía no se hace fuerte a las tres de la mañana, en el pecho o frente a una ventana. No hay músculo, sustancia ni horario ni bésame ni caminemos. No hay que buscarla en el papel o al cuarto vino. Como tampoco el poeta se hace fuerte de pie o en la esquina, en el bar o transpirando la gota gorda para llegar a fin de mes. La poesía no se hace fuerte en los malditos ni en los benditos. Y ni siquiera nada de todo esto es válido como respuesta.
No creo en zonas de influencia. Ni geográficas, ni de las otras. ¿En qué puede influenciar un poeta? Tal vez en la obstinación de la búsqueda, pero sin garantías. Eso sea, echar alguna claridad apenas en alguna dirección para hacer camino. ¿Esto es influenciar? Apenas sea solo ánimo de iniciativa. Acompaña, cosa que es mucho decir. Que luego nos relate la experiencia, saque conclusiones, nos hable del cosmos que habita uno u otro sendero abierto en el claroscuro de la marcha, he aquí el oficio, que tampoco influencia, que no ha sido desarrollado para influenciar. A la poesía no le importa un pito influenciar. La poesía es esencia en todas las cosas y en todos los seres vivos. Madre de la cultura universal. Aquello que influencia al Hombre es el coraje de quienes luchan o la indiferencia de quienes miran para otro lado o la angustia de quienes lloran. También influencia la bestialidad y el horror. La belleza puede influenciar. La emoción. Los ejemplos buenos o heroicos. Pero el poeta que cante una u otra carecerá de ese poder. Eso sí: un poeta podrá alentar coraje. Eso sí, la Memoria. Darnos una mano para entender, gozar, descubrir. Pero de aquí a influenciar...
Saliéndome del sendero terrenal sobre las influencias y entrando al país de la poesía y sus rigores teóricos, se habla de las influencias de unos sobre otros. Se habla de los grandes influenciadores (Luis de Góngora, Rubén Darío, Neruda, César Vallejo, Allen Ginsberg..., no sé..., estoy escribiendo nombres, por caso), pero como en muchos órdenes de la vida para que uno influencie, otro debe dejarse influenciar. El asunto de las influencias en la poesía pasan por una cuestión de personales búsquedas, paternidades, imitaciones. “Un palenque donde rascarse” diría nuestro paisano. O tal vez debamos pensar en el asunto del placer. Establece Virgilio: “Cada uno tiende, si puede, hacia lo que le da placer”. El asunto de las influencias (a veces desviación burguesa, voz de lo nuevo ante lo viejo, a veces cambio de paradigma, campaña de marketing, mero ismo, a veces paso adelante o paso atrás, necesidad de señales, de confrontar aferrado a algo con el misterio del vacío), es una decisión del o los influenciados. No de la poesía. ¿Que haya poetas que desean o sueñan influenciar? Bueno, este terreno ya te compete profesionalmente, Rolando.
Recordemos que el hombre es transformado por la cultura a la que pertenece y también, dialécticamente, por aquello que cuestiona. El asunto de las influencias juega aquí su picadito informal. Los ismos en poesía no vienen solos. Acompañan procesos sociales o populares, pueden venir de abajo o de arriba, pueden ir hacia un lado o el otro. Es terreno de los críticos este asunto de las influencias. Pero aquí ya nos alejamos de la poesía. La búsqueda de Javier y Claudio tal vez nos indique la necesidad de construir una gran casa común donde convivir con estas interrogaciones, conocernos, aportar al bien común y encontrarle causa a tanto desvelo. Todo aquello que la poesía nos diga o sugiera por estos días va a contramano de las noticias del mundo. Pero no es la poesía el problema. Es que abunda la muerte. Preguntarse dónde se mueve Ella, para qué se mueve, porqué se mueve, sea intentar la certeza de sentirnos contemporáneos con la vida. La poesía no cambia el mundo, solo puede cambiar el Hombre. Apenas esto.
Mencionaste tu lejano contacto laboral con ese notable periodista que es Eduardo Aliverti. Resulta que él es el creador de una propuesta radial semanal de extensas entrevistas a músicos, actores, escritores, políticos, científicos… Y las charlas concluyen preguntando lo que da nombre al programa: “Decime quien sos vos”. Me apropio de la frutilla del postre del citado programa: Gabriel: decime quién sos vos.
GI – “...Bajo los chuscos carteles/ pasan los fieles/ del dios jocundo...” y vos querés que me saque el antifaz? ¿Será una desnudez completa el estarse sin mascarita en medio del carnaval? ¿O de tanto carnavalear el mundo, ya la máscara haya perdido sentido?
No conocía este programa de Eduardo. Por lo que pispé, de charlas informales se trata. Él y yo conversamos varias veces. Hace unos años encontré unas fotos del ‘83, tomadas en el primer congreso de periodistas que se hizo en aquel histórico y argentino diciembre democrático; aconteció en la Universidad de Morón; Eduardo Aliverti había sido el panelista de la jornada inaugural. Yo hacía las funciones de presidente de ese congreso y laburé de moderador de su charla. Le envié esas fotos, donde éramos tan jóvenes... ¡30 años no es nada!
Pero me fui del tema... ¡Si supiera! Si me fuera fácil definirlo. Acaso una larga pausa sirviera para ayudar a juntar en una síntesis las partes que somos y responder sin puntos suspensivos. En este Ahora me siento habitante de un no espacio. Todo “exilio” sea un no espacio. Por eso la isla adquiere formas ideales, un poco de allá, otro poco de acá, y así se inventa el lugar de uno con un cocoliche un poco al tono. Soy uno que quiere estar en el pago, con los hijos, la familia, los amigos, las cosas de este tiempo. Y soy otro que quiere andar de lugar en lugar buscando las piezas del infinito rompecabezas. Tengo el amor de Giovanna y de mis hijos. Soy comunista y tripero (ver Gimnasia y Esgrima La Plata), escribo poesía, juego al fútbol y me entusiasma ser testigo de la caída física del orden unipolar (la derrota moral ya la han sufrido). Creo en el Hombre.
*
Gabriel Impaglione selecciona poemas de su autoría para acompañar estar entrevista:
Marx y Heráclito
A Oliverio Diliberto
Trazar la parábola y abarcar el mundo.
No fundaremos el partido dos veces.
Pero hay hambre y hay lumbre.
Seremos capaces de entender el canto del río?
*
Codicia
Diluvio de óxidos donde barca alguna salve nada
agua roja de tajo de cañón y de billete
agua roja para la amapola y los grillos
agua roja para el niño y la mujer y para el río
sobre todas las casas y los campos
sobre cada paloma y cada palmo de ay y de socorro
un diluvio caliente de óxido con hueso quemado
sobre tierra dividida sobre manos caídas
colibríes peces algodón manzanas
sobre cada refulgencia ahogada en sí misma
sobre silencio fragmentado y alertas inútiles
sobre las hojas de los diarios impunes y los impunes
sobre las huellas en la arena y la hierba de las plazas
un diluvio caliente de terminante óxido
alzando vapor de hachas bocas rotas
sobre el viento de piedra de maquinaria negra
sobre refugios llantos refugiados
diluvio caliente de terminante óxido oxidófago
que completará la nada hasta que polvillo luego
como larga noche lenta y muerta
se acumule espeso brutal lleno de dientes
asfixie el sueño del humus borre cauces
grietas senderos cada vestigio de la historia
hasta establecer su gobierno de oquedades
el hueco de la metáfora destruida.
*
Noviembre
Solo
frente a la ventana
habla
y medianoche
como si un arpa
pulsara ese hombre
suave calladamente inmóvil
delante de la lluvia.
*
del invierno
al galope
en bestia invisible
por debajo de las puertas
su manifiesto escrito
a punta de cuchillo.
*
Aspasia
Perendecas lavadas en el sudor del sumo
sacerdote del lucro
sueñan como soñaba la bella Aspasia
ganarse no su pan sino su Pericles
y de hetaira a vivir como Señora
con sirviente y sin frío
Ya ves
nada ha cambiado.
*
Traías una música en el pelo
y te miraba
como a una maravilla atravesando el tiempo
de una punta a la otra de la tarde
sin palabra
con sorbito de aire
apenas con lo puesto quieto te miraba
qué podía importarme la razón del eclipse
Marx una traducción de Quasimodo el viento
perdido en el follaje
venías con esa música en el pelo
y alrededor no sé no lo supe no me importaba
si se mecía el tiempo.
*
Final
Antes del primer revoltijo de polvo y piedra
del silbido in crescendo del metal quemado
del corazón saltando hacia la urgencia
y la pupila absorta previo al corte de luz
y la alarma las colas el pan de ayer y las calles
rotas de basta desoído antes de los himnos
televisados las arengas desde los megáfonos
las solemnes marchas patrióticas y los viejos
abrazados al miedo que les mordió la infancia
antes de los niños con porqué al vacío
y la clandestinidad de los compañeros
de los discursos de hemoshechotodoslosesfuerzos
antes del gran silencio de los diarios y del grito
de los pobres sobre el surco envenenado antes
del desesperado intento de comenzar de nuevo
de la implantación del toque de queda
de las manifestaciones y los asesinatos
antes del trabajo roto y el hambre creciente
desbordado como un río de huecos negros
mucho antes de los pactos secretos la fiesta
de la casta todopoderosa la indiferencia
como peste en el aire el gran sueño americano
y los créditos fáciles el gran circo romano
mucho antes de cuotas vidrieras vacaciones
cuando se movían ejércitos lejanos hablaban
prepotentes los dueños de todo y un viejo
anunciaba lluvia tardía como en los años treinta
mucho antes que todo esto sucediese
te había dicho, mi amor, no hay dos sin tres,
la tercera guerra será su último gran negocio.
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad de Lanusei, Isla de Sardegna, Italia, y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina, distantes entre sí unos diez mil kilómetros, Gabriel Impaglione y Rolando Revagliatti.