Desde una perspectiva centrada en los ciudadanos de a pie, a los que se les pone rostro y voz, “Retaguardia roja” indaga en las lógicas subyacentes a la violencia que se desplegó de forma brutal contra los adversarios políticos en la zona republicana durante la guerra civil española (1936-1939). En contraposición con las modas y los estudios mayoritarios al uso, que han tendido a priorizar la historia de las ciudades y la población urbana pese al perfil abrumadoramente agrario que presentaba la sociedad de entonces, la mirada se ha focalizado aquí en el mundo rural, escenario privilegiado para calibrar el significado y el alcance político de los conflictos y contradicciones que recorrieron la España de los años treinta. El estudio de Fernando del Rey se ha basado en un estudio profundo de la provincia de Ciudad Real. “He podido entrevistar a más de 60 supervivientes de la guerra civil y he trabajado con unos 2.500 registros conseguidos en los archivos militares, en los consejos de guerra y en la Causa General”, apunta el historiador que ha intentado ser lo más riguroso posible. Para él, como para escritores como Andrés Trapiello, “eso de las dos Españas es un mito que inventaron los sectarios de los dos bandos. No hubo dos Españas. Si acaso hubo cuatro Españas: una revolucionaria, otra contrarrevolucionaria, una liberal o democrática y otra que intentaba sobrevivir”, expone el autor ante un puñado de periodistas especializados en historia. Como enfatiza Philippe Braud, cuando los adversarios viven en un mismo territorio o pertenecen a la misma población, los discursos de odio y desprecio alcanzan su punto álgido, resultando indispensables para saltarse las normas sociales que regulan en épocas normales las relaciones de vecindad e incluso de parentesco: «La intensidad de la violencia simbólica que se pone en marcha entonces hace más probable la aparición de comportamientos crueles o degradantes». Cuanto más fuerte es la demonización del chivo expiatorio, «más suele practicarse la violencia sin freno y sin ley». Esa deshumanización del enemigo a fin de poderlo aniquilar más fácilmente fue uno de los rasgos definitorios de los totalitarismos del período... “La sociedad española en los años treinta estaba muy politizada e hiperideologizada”Con el golpe de estado del 18 de julio, la zona republicana comenzó con la represión. “Hasta entonces el monopolio de la violencia lo tenía el Estado, a partir de ese momento estaba al alcance de cualquiera. Había una lógica de acción y reacción. Esa violencia se centró en personas que habían tenido un cargo público durante los primeros años de la Republica y en el clero. Había tanto criterios ideológicos como políticos. En los años treinta la sociedad española estaba muy politizada e hiperideologizada”, señala Fernando del Rey. “La explicación de que nuestro país sufría un atraso no funciona. Miren el caso de Alemania. Había condicionantes más coyunturales. Yo cuestiono que la sociedad fuese absolutamente democrática en aquella época. Sólo algunas élites, tanto liberales como de izquierdas eran demócratas, por eso, yo creo que la guerra civil fue inevitable. Porque había demasiado sectarismo. Nuestro país sigue siendo muy sectario”, reflexiona el autor de “Retaguardia roja”.
En medio de un contexto europeo caracterizado por el radical retroceso de los valores democráticos, el golpe del 18 de julio de 1936 y la guerra y la revolución consiguientes fueron las circunstancias que enmarcaron aquellas matanzas, una política de limpieza selectiva que respondió al objetivo inicial de controlar el territorio en disputa y neutralizar a los rebeldes. Esa violencia “en los primeros días fue espontánea, pero a primeros de agosto ya estuvo organizada. Se detuvieron a personas con órdenes gubernativas de la provincia”, expone Fernando de Rey y añade “tan sólo en la provincia de Ciudad Real se mataron a unas 1.350 personas de derechas y del clero. Los curas fueron vistos por las gentes del pueblo como enemigos políticos e ideológicos”. Hay que tener en cuenta que la provincia fue un bastión republicano durante toda la guerra civil, ya que fue una de las últimas provincias en ocuparla los rebeldes. Sin embargo, hubo voces republicanas que se opusieron a esas matanzas indiscriminadas que, en su opinión, “las realizaron gente corriente que no eran asesinos profesionales. ¿Dónde está el límite entre el vecino y el enemigo?”, se pregunta el historiador. “Los socialistas moderados, los militantes de Izquierda Republicana y algunos anarquistas se mostraron contrarios a esas matanzas. Estos eran gente democrática que salvaron a muchos de los señalados”, subraya Fernando del Rey. El libro se ha estructurado en cinco partes buscando una lectura ágil y accesible del texto. En la primera se aborda la coyuntura del golpe de Estado y su repercusión en una provincia típicamente agraria. La segunda parte presenta un cuadro del poder revolucionario que se configuró en la capital provincial: los comités y las milicias, sus divergencias y tensiones internas. En la tercera parte, se analizan los espacios y los tiempos de la violencia una vez asentada la guerra. La cuarta parte se centra en las pulsiones, las redes y la toma de decisiones que las orquestaron. En la quinta parte, la mirada se fija en las víctimas de la revolución, su perfil político-ideológico y su condición social, para calibrar las motivaciones que llevaron a su eliminación. Aquí se ha considerado oportuno dedicar un apartado específico al problema de la persecución religiosa y los impulsos liquidadores que se manifestaron en torno a ella. Pero, lejos de una pintura en blanco y negro, no se excluye el lado más amable ofrecido por los vínculos de solidaridad comunitaria y las muestras de humanitarismo que, pese a todo, se dieron entre los ciudadanos. Vínculos que demuestran que también hubo grandeza en medio de unas circunstancias tan terribles. Fernando del Rey es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en historia de Europa y España en el siglo XX, sus líneas de investigación se han ajustado al estudio de la acción política del mundo empresarial, las relaciones entre política y economía, el conservadurismo autoritario y la violencia política. En los últimos años ha centrado su mirada en la Segunda República española, convirtiéndose en uno de los especialistas más activos y renovadores en este campo. Entre sus publicaciones sobresalen los siguientes libros: Propietarios y patronos (1992), La defensa armada contra la revolución (1995), El poder de los empresarios (2002, escrito con Mercedes Cabrera), y Paisanos en lucha (2008).También ha sido animador de obras colectivas que han alcanzado un importante impacto historiográfico y mediático. Entre ellas, cabe destacar el volumen Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española (2011) y, en codirección con Manuel Álvarez Tardío, The Spanish Second Republic Revisited. From Democratic Hopes to Civil War (1931-1936) (2011) y Políticas del Odio. Violencia y crisis de las democracias en el mundo de entreguerras (2017). Puedes comprar el libro en:
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