Ahora bien, debió haber pensado la poeta, lo bueno con humor resulta no solo más llevadero como vida, sino también para el buen régimen digestivo de nuestro más o menos largo viaje por ella: “¡Qué montaraz el saltamontes,/ qué mora la zarzamora!/ Nunca creerlo pudiera/ quien tal prodigio no viera” ¿Un elogio banal de lo común? “Para no ultrajarla en exceso/ y evitar sus iras y enojos/ desde hace cien milenios/ le doro la píldora sin sonrojo” ¿Y cuál acaba siendo el resultado? “Me acerco y le doy un tirón de hoja:/ ¿se ha detenido?, ¿me ha hecho caso?/ ¿Por una vez, solo una,/ olvida dar el siguiente paso?” En fin, ‘la vida es ansí’ como diría escritor escéptico.
El caso es que leer la poesía de esta sabia mujer es como dejarse llevar de la mano de la madre que conoce toda la naturaleza, todos los recursos –éticos pero también estéticos- para ese camino del vivir, y nosotros, lectores, confiados, nos dejamos llevar por cuanto sabemos que antes o después, en un momento u otro, una enseñanza nos desvelará la hermosura del camino; y la sorpresa nos inundará de gozo:”Lo llamamos grano de arena./ Pero él no se llama a sí mismo ni grano ni arena./ Prescinde de nombre/ común, individual,/ fugaz,/ duradero,/ erróneo o adecuado (…) Desde la ventana hay una bella vista sobre el lago,/ pero esta vista no es capaz de verse a sí misma./ Incolora, informe,/ inaudible,/ inodora/ e indolora vive en este mundo (…) Transcurre un segundo./ Otro segundo./ Un tercer segundo./ Pero son sólo nuestros tres segundos”.
Vivir es un sueño, una acrobacia intelectual, una sencilla caminata con conclusión: “En el paisaje del antiguo maestro/ los árboles tienen raíces bajo el óleo,/ el sendero conduce de verdad a su final,/ una brizna de hierba sustituye majestuosa a la firma,/ son las cinco de la tarde fidedignas,/ detenido, suave mas firme, el mes de mayo/ y yo le imito y hago un alto: sí, querido,/ aquella mujer de debajo del fresno soy yo”.
Amigo lector, yo me atendría a la recomendación del prologuista: “Su título, ‘Paisaje con grano de arena’, hace pensar en la famosa frase de William Blake: el universo cabe en un grano de arena. Dejemos que Wislawa Szymborska nos guíe por un paisaje donde los granos de arena esconden mundos en su interior”.
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