Se trata de una narración que realiza el rey Ricardo I Plantagenêt “Corazón de León” de Inglaterra, intérprete de las vicisitudes de su familia y su dinastía, el hijo predilecto de la gran reina de Inglaterra Leonor de Aquitania tiene a su madre y sus vicisitudes en el centro de la narración. Cuando se refiere a su padre, el rey Enrique II Plantagenêt de Inglaterra, lo llama de forma despectiva y rencorosa como “el Plantagenêt”, que es por cierto el apelativo dinástico por el que nadie los conoció en su época histórica. Nunca fue el referido de su padre, pero sí el de su madre, con la que vivió y que le educó con gran esfuerzo y entrega.
La autora demuestra un conocimiento importante sobre aquella familia, que tuvo a Europa a sus pies y dilapidó este Imperio Plantagenêt por los continuos enfrentamientos entre el progenitor y sus vástagos. Alguien se aprovecharía de este hecho, un rey tozudo como pocos, agazapado en Saint Denis, llamado Felipe II Augusto de Francia. Hermanos brillantes, pero con una soberbia a prueba de bomba. Por consiguiente, es una novela que se lee con fruición, y se aprende de forma prístina inclusive los datos históricos narrados fehacientemente.
Debo reconocer, sin circunloquios, como historiador que soy, que se realizan muy buenas novelas históricas en las Españas, y leyéndolas con los ojos de la psique bien abiertos, se puede tener un conocimiento histórico bastante preciso, en un 80% más o menos, de los hechos históricos narrados. Y, como dice la propia escritora, la novela histórica y la historia real no están enfrentadas sino que se suelen complementar.
En suma, me ha dejado un regusto muy interesante de cómo se puede escribir una historia novelada tan original, y si Ricardo Corazón de León no lo escribió, bien pudo haberlo hecho, si hubiese tenido el conocimiento de ello. Las epístolas y otros documentos son reales y en su momento histórico preciso. La portada resalta por su calidad destacada.
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