También obtuvo distinciones en certámenes de poesía nacionales y extranjeros. Integró el grupo literario “El sello, el cráneo y la sed”. Fue incluido en las antologías “Poesía argentina de fin de siglo” (Tomo V, Editorial Vinciguerra, 1997) y “Córdoba poética siglo XX” (Tomo II, compilado por Feliciano Huerga, Ediciones del Fundador, 1999). Publicó los poemarios “Sobre la cuerda de sol” (excluido de su bibliografía), “Poema previo” (Editorial Vinciguerra, 1997), “El veneno eficaz” (edición electrónica) y “Muro y vestigio” (Editorial de la Universidad Católica de Córdoba, 2009).
Empecemos por (desde) tu provincia, Rogelio: un relato.
A mis veinticuatro años, una tarde de otoño acompañé a mi hermano —que en ese tiempo era médico de Manuel Mujica Laínez— al mítico Paraíso en Cruz Chica, provincia de Córdoba, residencia por temporadas del consagrado narrador argentino. En esa tarde se servía el té en una vajilla victoriana que para mi entrenamiento de barrio popular era casi operar un instrumental de ensayos de Física nuclear. Ese mismo día conocí al poeta jesuita Osvaldo Pol. Como decía otra entrañable escritora amiga, Susana Degoy [1943-2008], “fue amistad a primera vista”. Mientras el Padre Pol me preparaba una tostada con mermelada con gran maestría y trataba amablemente que yo pudiera con la porcelana, casi a media voz le comenté que escribía poemas. Osvaldo me invitó a visitar la manzana Jesuita, repetir un té y leer esas líneas de presunto poeta. Fuimos amigos durante treinta y cinco años, hasta su partida en 2016.
“A Rogelito Pizzi
Actor y matemático, deseándole que lo segundo ponga orden en lo primero.
Con mis deseos de gran éxito. MANUCHO
“El Paraíso”. 1981.”
En 1981, continuaba con mi carrera como actor en la Comedia Cordobesa Infanto – Juvenil, hacía café concert, ensayaba Mockinpott con Cheté Cavagliatto en Teatro Goethe y despuntaba algunos poemas. Mi encuentro con la actividad teatral había comenzado en la escuela primaria cuando se creó el Primer Taller de Teatro Infantil “Gregorio de Laferrère” de la mano de la energía creativa de Beatriz Masiá, en la Escuela Hipólito Yrigoyen, en Córdoba. Mi primer papel fue el perro de la Cenicienta. Simpática forma de escudriñar rudimentos de la magia del Teatro que marcaría toda mi vida.
En el invierno de 1982, sentado en la platea del Teatro Rivera Indarte (hoy Teatro del Libertador General San Martín), estuve en el estreno de “Bolívar”, del Grupo Rajatabla de Venezuela. El argentino Carlos Giménez había seducido Caracas desde hacía varios años y su elenco se convertiría en uno de los más importantes de Latinoamérica. Una puesta cargada de infinitos sortilegios, símbolos y belleza. Pensé: “qué daría por formar parte de este elenco”… Finalmente el azar, el amor y “De cómo el Sr. Mockinpott logró liberarse de sus padecimientos”, de Peter Weiss, me permitieron trabajar como actor del Rajatabla durante dos años. Claro que no hubiera sido posible sin la destreza de la maravillosa directora de teatro Cheté Cavagliatto.
Un mes antes habíamos participado del Festival Internacional Cervantino en Guanajuato, México, ya que el Teatro Goethe de Córdoba había sido seleccionado por Argentina. Ese año la dictadura militar envió como representantes al grupo folclórico Los Chalchaleros y nos negó la posibilidad de contar con los pasajes y estadía en ciudad de México, Xalapa, Puebla y Veracruz. Finalmente, la República Federal Alemana nos solventó los gastos. Muy gracioso era leer nuestros gafetes… Representábamos a la R. F. A. y a la R. A. El resultado fue un mes de presentaciones en México y una semana en Caracas. Un 4 de noviembre me quedé enamorado de geografías y perfumes. Perdí mi pasaje de regreso.
El talento de Carlos Giménez era una fuente de pasión creativa que nos arrastraba a todos por insondables puentes poéticos:
“¡Sea esto la piedra donde afiléis vuestra espada!
¡Que el dolor se transforme en cólera, y, sin abatir el corazón, le llenéis de rabia!”
(Malcolm, el hijo del Rey. Macbeth.)
Entre otros fui Malcolm, fui un devorador del Caribe, fui un amante abandonado, fui Director de Estudios del Taller Nacional de Teatro (TNT) que dependía del Rajatabla e intenté beber ron para dejarme llevar por aquella energía que me sorprendía cada minuto.
Mis dificultades para aprobar Matemática en el secundario llevó a Sara, mi madre, a contactar a la Sra. de Oliva, en Barrio Yapeyú. Por aquel entonces, el barrio estaba gratamente invadido por varios tíos y tías y mi querida abuela Annita. La Sra. de Oliva tenía casi una escuela paralela de apoyo escolar y por la amistad con la familia me becó para resolver mi problema algebraico. Con el tiempo terminé siendo su ayudante de cátedra y me inspiró a estudiar el Profesorado de Matemática en la Escuela Normal de Profesores “Alejandro Carbó”, de La Docta.
Una de esas tardes de funciones y trinomios cuadrados perfectos, la Sra. de Oliva me preguntó si escribía y me alentó a hacerlo. Ese fue mi despuntar con la palabra. Luego vinieron las lecturas: Pablo Neruda, un incomprensible Jorge Luis Borges para mis quince años, A. J. Cronin, Hermann Hesse y cuanta novela navegaba en la pequeña biblioteca que recibió mi padre como pago por un mal negocio. Nunca lector voraz, pero frente a la lectura de Poesía vivía una extraña ceremonia emotiva.
Hay una anécdota con fuerte contenido lírico. Cuenta la nonna Annita (siciliana de Bronte, provincia de Catania), que, cuando emigraron a Argentina, enviaron de regalo a una hermana que había quedado en Italia un anillo de oro escondido en cáscaras de una nuez. Siempre me conmovió el viaje en el barco a vapor de aquel anillo en busca del abrazo familiar.
Mi tía Nilda Pizzi vivía entre libros y trabajaba con ellos junto a su marido. Con su permanente aporte armé mi propia biblioteca desde la adolescencia. Ella guió mis lecturas. Sus manos se abrieron y me mostró los mundos de Antonio Machado, de Miguel Hernández, de Federico García Lorca, de Leopoldo Marechal, de Vicente Huidobro, de César Vallejo. Más que mundos: constelaciones que empezaron a girar en mi mente. Números, letras, imágenes geométricas y la música de la metáfora. Lentamente comencé a dibujarme en esos viajes planetarios…
Mantuve, en los ’90, correspondencia con Osvaldo Pol. Háblanos más de él.
La primera visita a la celda del poeta Osvaldo Pol, de la Compañía de Jesús, me ofreció un recorrido único. La Compañía forma parte de la Manzana Jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000. Me impresionaba pensar que en el año 1599 los Padres Jesuitas se establecieron en Córdoba y a partir de 1606 comenzaron las obras de edificación que darían forma a la actual Manzana Jesuítica. Entre libros, retratos, imágenes y recuerdos, compartí con Osvaldo algunos versos que formarían parte de “Poema previo”. Título que interesó a muchos y que nunca me pude explicar con precisión. Finalizada la lectura, el Padre Pol se quedó observándome con esa mirada profunda y sin mediar palabras comprendí que, trabajando sobre esas líneas, podía imaginar mi primer libro de poemas. Pasaron varios años; finalmente me presentó a Lidia Vinciguerra y el poemario se publicó en 1997. Lo prologó Osvaldo y lo presentamos en el espacio Obispo Mercadillo, en Córdoba, junto con Susana Degoy. Hubo música y vino… Ese bautismo de fuego, por así decirlo, fue en el marco de la Feria del Libro de Córdoba. Más tarde hubo otra presentación: se realizó en la 23° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires.
En el primer encuentro, el poeta Pol me leyó su poema “La experiencia” y me regaló la “Obra poética” de Borges. Leímos juntos el “Poema de los dones” y “El amenazado”. A partir de entonces, cada reunión con amigos, escritores o no, es acompañada por un poema:
“…por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales”
(Jorge Luis Borges)
No últimamente, pero has circulado por ámbitos literarios.
Te cuento. En 1997 ingresé a trabajar como docente a un presuntuoso Las Heras High School, instituto privado que se fundió al poco tiempo. Cierto día, en la Sala de Profesores, un docente se me acercó, preguntó mi nombre y se presentó como Cristian Mitelman. Ese fin de semana el diario “La Prensa” nos había publicado dos breves poemas. El de Cristian me había parecido un hallazgo. Desde ese momento cristalizamos una amistad que nos persigue hasta el día de hoy y que se proyectó con su esposa Cristina algún tiempo después. “Los Cristinos”, universitarios, amantes de la Literatura, docentes, siempre me tendieron una mano para que yo pueda disimular mis antecedentes en ciencias duras y abismos con la palabra. Cristian prologó “Muro y vestigio”, en 2008. Creo que el libro vale ese prólogo.
Compartimos mesas de lectura, poemas, plaquetas, infinitos cafés y dedicamos un buen tiempo a la Revista “Áncora” en versión digital por internet. Mi relación con las tecnologías siempre fue estrecha. Diseñé mi modesto sitio web a fines de los noventa para “Poema previo” y por casi tres lustros intenté dominios, proyectos y participaciones en la red de redes. Con el tiempo me fui alejando y, posiblemente, desapareciendo. “Áncora” era una página con breves artículos, poemas y noticias. Cristian la dirigía y ponía pasión y talento en ella. Como todo, todo se va.
Con Osvaldo Pol (como poeta inspirador), Susana Degoy (madre de la excelente actriz Antonella Costa), Rafael Velasco, Leandro Calle y la poeta y periodista Raquel Garzón, conformamos el grupo literario “El sello, el cráneo y la sed”. Organizamos Mesas de Poesía con importantes escritores del país como Antonio Requeni, María Teresa Andruetto, Atilio Castelpoggi, entre otros. La Casa de Córdoba en la ciudad de Buenos Aires brindaba su espacio y vinos reconfortantes. Publicamos una hoja de poesía del grupo con trabajos propios y ajenos. Pero como todo, todo se va.
En 1999 me invitaron al Festival Latinoamericano de Poesía de Rosario. Fue una experiencia maravillosa, divertida y cariciosa. En esa edición compartí momentos inolvidables con Daniel Calabrese, Carles Duarte i Monserrat, Alberto Lagunas, Tamura Satoko, Antonio Moro, Gonzalo Rojas, Manuel Ruano, entre otros. En la cena de despedida, recuerdo haber regalado una flor a la poeta japonesa Tamura. Ella devolvió el obsequio con elegancia: me ofreció uno de sus pañuelos que guardo como una preciada pieza de abrazo poético.
Capítulo aparte merece la anécdota en la edición de 1998, con el poeta peruano Antonio Cisneros [1942-2012]. En medio de la cena de cierre del Festival, a la vera del río, abrazados y cantando “La Flor de la Canela”, ambos exhibimos un dudoso estado etílico. Recuerdo con gracia que los organizadores se desesperaban por la partida inmediata del avión que lo llevaba de regreso a Antonio. Mientras, muy cerca y muy divertida, la poeta Ana Emilia Lahitte nos festejaba y regalaba esa sonrisa única e irrepetible.
Mi amistad con el poeta Leandro Calle se remonta a cuando nos presentó Osvaldo Pol. Leandro, en ese tiempo jesuita, ya se mostraba como un poeta con claves notables. Siempre me sorprende por su profundidad y malabarismo con la palabra. Leandro dirigió la Serie Calíope de la Editorial de la Universidad Católica de Córdoba y me invitó a publicar en ella los poemas de “Muro y vestigio”.
Compartimos la plaqueta “Breve idolatría”. Leandro viajó por el mundo, escribió, publicó, organizó talleres literarios y se radicó en Córdoba junto a su esposa e hijo. Pero siempre, siempre nos tenemos presente y en cada oportunidad que podemos nos ponemos a pensar proyectos en común que jamás llevaremos a cabo. Pero el afecto y la admiración es inalterable.
Con los años y sin ser un asiduo visitante de mesas de poesía, he compartido excelentes momentos con muchos escritores. Mi memoria sexagenaria me impide tener presente a todos, pero una de las últimas, en 2011, fue con vos, Rolando, un verdadero militante de la Poesía.
Un evento muy significativo se efectuó en el Hospital Pediátrico, ex Casa Cuna de Córdoba, en 2009, con motivo del décimo aniversario de su reapertura. Luego de desacertadas políticas en materia de salud, mi hermano médico Daniel y un grupo de referentes de salud con el pueblo de la ciudad, salieron a las calles a pedir por el hospital de los niños más carenciados. Con diversos actos y una mesa de poesía con Leandro, Graciela Di Bussolo y la participación de la periodista Jorgelina Lagos, se recordó la década desde su reinauguración.
Rememoro con simpatía casi un año de encuentros con Alejo González Prandi. Yo había sido su profesor de Matemática en el desaparecido Colegio Suizo, en segundo año del bachillerato. Tiempo después me contactó y compartimos escritos y vinos. Alejo es un poeta muy respetuoso de su actividad, otro trabajador de la poesía, co-director de la revista “El Vendedor de Tierra”, que hoy tiene una versión en la red.
Mi único momento de modesta vanidad ocurrió en el año 2000. Presenté el breve poemario “El veneno eficaz” en el Primer Concurso Iberoamericano “Neruda 2000”, en Temuco, Chile, y obtuve una mención. El jurado estuvo integrado por los poetas chilenos Gonzalo Rojas y Miguel Arteche, ganadores del Premio Nacional de Literatura en 1992 y 1996, respectivamente, y por el escritor argentino Jorge Boccanera. Gonzalo Rojas ganaría el Premio Cervantes en 2003. Los 630 trabajos que participaron en el concurso provinieron de poetas de casi toda Latinoamérica y de España.
Luego del Trinidad Guevara en 1982 por Mockinpott, recibir esta mención me confirmó que al menos podría considerar escribir un buen poema. Toda una ingenuidad.
“El veneno eficaz”, sólo difundido digitalmente, fue mi doloroso acercamiento a la tragedia vivida en nuestro país y en el mundo por los desaparecidos y la inimaginable crueldad de la Dictadura militar iniciada en 1976.
Nos dijiste que “nunca me pude explicar con precisión” el título que elegiste para tu poemario editado en 1997.
El poema que dio nombre al libro “Poema previo” surgió en una caminata por las calles de Buenos Aires. En distintas oportunidades me preguntaron por el significado de ese título. Yo ensayé varias: la palabra como génesis del mundo, el poema inicial del que deriva todo lo posterior o simplemente el goce de dos palabras que se unen por fuerzas que no entendemos. A dos décadas de ese poemario, insisto en la autonomía de algunos títulos que emprenden la singladura de un poema por sonoridad y matiz. En definitiva, ¿quién pone el título, el autor o el poema? Entre los textos del libro podría quedarme con “Faro”: siempre seguimos acompañados por la “desconsolada madrugada”.
Hace más de un año que he dejado de escribir. Tal vez me aqueja la pandemia general que padecemos los argentinos frente a tanto desacierto circundante.
Me he dedicado a la docencia por más de seis lustros, desarrollé cargos directivos y trabajé desde la cátedra. Abocado actualmente en forma exclusiva a la Educación Pública, en particular a la Educación de Adultos. Este quehacer me ha permitido conocer a docentes que son verdaderos artistas. Destaco a mi amiga Natalia Lucian Vargha, escritora, ex actriz en su Uruguay amado y una profesora que genera en sus grupos de alumnos una corriente carismática inspiradoramente poética.
Seguramente, en esta etapa de mi vida, siento por la Poesía lo que John Donne (1572-1631) debatía en su poema “La prohibición”: “Cuídate de amarme”:
“No obstante, ámame y ódiame también,
Y así tales extremos se podrán anular.
Ámame, para que pueda morir de la manera más dulce;
Ódiame, pues tú amor es demasiado para mí;
O deja que ambos se marchiten, y no yo;
Así, yo, vivo, seré tu escenario, no tu triunfo;
No sea así que destroces tu amor, tu odio y a mí mismo,
Para dejarme vivir, oh, ámame y ódiame también.”
De un ex hombre de teatro (yo) a un ex actor: ¿cómo tramitaste tu alejamiento de la actuación? Y, además: ¿a qué dramaturgos tenés más valorados?
Según dicen, algunos hombres y mujeres tienen varias vidas. Yo tuve al menos tres. Una de actor, una de docente, una de poeta. Cada vida tiene sentido si responde a la precisión biológica de la muerte. El actor murió de muerte natural a fines de 1984. La razón es un misterio a develar. El docente agoniza.
Siempre se regresa a los clásicos, entre los que incluyo a Henrik Ibsen, Samuel Beckett, Bertolt Brecht. Te acordás de ese bello poema de Brecht, “Las preguntas de un obrero”: “¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China?” ¿A dónde, Rolando?
¿De qué libros de narrativa más te hubiera complacido ser el autor?
El tiempo acompaña cada respuesta. Hoy: “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole [1937-1969], “Ficciones” de Borges, una antología de cuentos de Guy de Maupassant.
En la poesía sudamericana del siglo XX, hasta donde vos conozcas, claro, ¿quiénes creés que incuestionablemente ocupan, como se dice, “un lugar propio”, y porqué?
César Vallejo. Inauguró un lenguaje donde la periferia, Perú, de pronto se universaliza. Vallejo crea una manera política de poesía que está hecha sobre un lenguaje nuevo. Rompe todos los esquemas de la metáfora; corroe la vieja métrica. Se lanza a una exploración que es una profanación del canon. Hoy suena a teoría literaria. Pero en su momento el tipo tenía que estar condenado a una especie de soledad elegida. ¿Quién en Europa puede estar en un lugar tan invisible y a la vez irradiando una luz tan extraña, tan incomprensible? Creo que es lo que quise describir en mi viejo poema “Faro”. Destellos que iluminan, pero que enceguecen.
En Pablo Neruda veo una voluntad de palabra llevada al límite del origen. Las “Odas elementales” son eso: un estado adánico del lenguaje. Lo que nombra se crea: todo lo que es más simple (una papa, un par de medias) aparece surgido de una especie de árbol de la gracia.
Alejandra Pizarnik es la última de esta trilogía. Es la otra palabra. El fermento del lenguaje oculto: es el silencio que hay detrás de cada grito, de cada angustia. La poesía de Pizarnik es una respiración, una especie de jadeo. Yo miro mucho los enormes espacios en blanco que hay en las páginas de sus libros. En esos espacios está el lado oculto del poema de Alejandra. Te está diciendo: las palabras desembocan en esta nada, en este lugar desértico, en este desierto de sal. Y ahí estoy yo. Ahí estás vos. Estatuas de sal esperando el fin de los tiempos para que alguien nos quiera, para que alguien nos quite la sed, para que alguien nos disuelva por fin en el agua…
Hay un estado de espera en la poesía de Vallejo y Pizarnik. Los imagino en ese momento del día en que el reloj marca una imagen rarísima y los dos ahí, detrás de las celosías, espiando un mundo que los acorrala pero a la vez viendo algo que está más allá de los sentidos. Lo mismo me pasa con Olga Orozco, pero en ella hay una suerte de ritualismo sagrado, una especie de tarot protector. En Orozco la poesía es una zona sagrada de protección de mundos prohibidos. En Vallejo y Pizarnik es la nada misma. El desierto absoluto.
El narrador de “El libro de las ilusiones” de Paul Auster cita a Chateaubriand: “Al avanzar en la vida, dejamos tres o cuatro imágenes de nosotros mismos, diferentes entre sí; las vemos a través de la niebla del pasado, como retratos de nuestras diversas edades.” ¿Qué te suscita esta reflexión?...
El encuentro de una moneda en La Cañada, en Córdoba; la mirada amorosa en el metro de Caracas; y el insoslayable miedo a lo que hay detrás de cada puerta. Estas tres imágenes son las que me acompañaron desde siempre, con una mezcla de vértigo y prodigio.
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?...
Nunca. Todo a la vez.
¿Sos de pensarte como resistente a las palabras y acciones de los demás?
En absoluto. Nada me es ajeno y soy vulnerable al mundo que me rodea. Cada palabra o acción que lastima a otro, siempre lastima a cada uno. Cada abrazo termina abrazándonos.
Van unos encomillados: Enrique Molina: “La poesía es un gesto de desafío a la condición humana.” Amado Alonso: “La poesía no es un desahogo, ni mera efusión de sentimiento, sino construcción y creación de una estructura de sentimiento.” Alejandra Pultrone: “El encuentro con los restos es también ejercicio de la poesía.” Roberto Juarroz: “La grandeza concreta de la poesía, como la de la vida, consiste en no estar hecha.” ¿A cuáles te sentís más vinculado?
Al lugar de lo inacabado que menciona Juarroz. La Poesía y la Vida como un proyecto arrojado al vacío y que no tiene sentido más que en sí mismo. Como decía Heráclito, no es más que un simple juego.
¿Qué es lo que mas te desagrada y qué es lo que más te repugna?
Me desagrada la estupidez humana y me repugna la injusticia. Como dice Jean-Paul Sartre: “La estupidez es una fuerza positiva y el estúpido deviene siempre en opresor”. De hecho, considero que la injusticia es la forma más clara de la estupidez.
¿Miss Marple, Julien Sorel, don Isidro Parodi, Horacio Olivera, Ana Karenina o Sherlock Holmes?
No tengo dotes de detective. Tampoco de heroína. Isidro Parodi, si bien cercano a lo policial, me gusta mucho. Un hombre que piensa desde una cárcel. Yo creo que uno empieza a pensar desde el propio encierro. Y cada día estamos un poco más encerrados. Hoy me identifico con la parodia de don Parodi.
¿Considerás que siempre has ido a tu ritmo? ¿Te tocó echarle un vistazo al abismo? ¿En qué creés?
En diciembre, la lluvia anual de meteoros Gemínidas alcanzará su pico de actividad. Las Gemínidas son famosas por ser bastante prolíficas, con tasas de hasta 60 a 120 estrellas fugaces por hora en momentos pico. En alguna estrella de esas va mi credo y mi abismo.
¿Qué recuerdo tenés más nítido de tu niñez?
Mi padre llegando a casa. Correr a su encuentro entre el amor y el helado de crema prometido.
¿Euclides de Alejandría (c. 300 a. C.), Al-Juarismi (c. 780), Hipatia (-415 d. C.), Pitágoras (c. 570 a. C.), Sophie Germain (1776-1831), Kurt Gödel (1906-1978) o Emmy Noether (1882-1935)?
Euclides por la proximidad. Admiro la arquitectura de su obra. La poesía de sus postulados me permitió recrear la palabra. Euclides fue uno y otros, sin embargo, como el origen de la totalidad, su “punto” nos ausculta desde todos los vórtices del cosmos.
¿Cómo te llevás con el siglo XXI?...
Me sorprende la capacidad del hombre para construir tan bella tecnología que puede hacernos vivir 100 años o aniquilarnos.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Rogelio Pizzi y Rolando Revagliatti, agosto 2018.