Desesperación, incomprensión, soledad y, al final, una sonrisa que nos sale desde lo más profundo del alma y que por sí sola es capaz de comportarse como la búsqueda de la luz al otro lado del edén. Todo ello conforma el mapa vital y literario de esta antología de relatos que se comporta como un territorio propio. Territorio original e inexpugnable que una y otra vez visita y nos narra Lucia Berlin en sus cuentos. Historias de luces y sombras que dibujan el atlas geográfico de una vida llena de vitalidad, fracasos y adicciones que, sin embargo, siempre encuentran el cauce de la literatura para ser reabsorbidas por el mundo. Parajes inciertos, historias del día a día plagadas de enigmas sin solución, viajes existenciales que van desde El Paso a Nueva York, o del jazz a las rancheras mexicanas. En todas ellas, la escritora norteamericana parece decirnos que siempre hay dientes que sacar, aunque el único objetivo sea el de colocarnos una dentadura postiza. Ese es el mágico sortilegio por el que se desenvuelven sus personajes ante la vida que, como la protagonista del cuento que da título a esta antología, se deja llevar por las decisiones propias y ajenas sin importarle mucho las consecuencias de sus actos, algo parecido a lo que hacía la señora de la limpieza de uno de los cuentos más increíbles del genial Truman Capote, titulado Un día de trabajo.
¿Por qué debemos reverenciar el ritmo de Lucia Berlin a la hora de marcar los latidos de su prosa? Quizá, porque, sin duda, pertenece a escuela de escritores norteamericanos que han hecho del fracaso y la desidia toda una poesía de la heroicidad y de la derrota. Carver, Bukowsky y Fante en su vertiente más errática. O Capote, en su vertiente más despiadada y morbosa. Es cierto que la obra de Lucia Berlin es comparada con cierta asiduidad con la del poeta y escritor, Williams Carlos Williams, que aborda la creación desde una realidad capaz de despertar la imaginación de quien la percibe, algo que también lleva a cabo Berlin en sus relatos, pero sin dejar de ser menos cierto que la realidad le sirve a ella para crear obras de ficción que no son ni buscan ser un retrato exacto de la realidad, sino un aparte donde el proceso creativo que la transforma es el verdadero protagonista de la misma. Esa mezcla, no obstante, no distorsiona aquello que se nos quiere narrar, sino que le proporciona a la historia contada márgenes de no realidad que de otra forma no existirían. Y es ahí, donde se encuentra una buena parte de la fuerza como narradora de Lucia Berlin que, al igual que el nadador del cuento de John Cheever, va atravesando los setos de las casas ajenas para zambullirse en sus piscinas y respirar algo de libertad cuando se encuentra debajo del agua, como si ese elemento acuoso fuese el medio en el que evadirse de todo aquello que le persigue y atormenta. Una muestra de libertad que también se aprecia en su técnica narrativa, donde los giros sorprendentes e insospechados, así como las expresiones festivas, populares o simplemente chisposas, forman parte de sus relatos de una forma natural, lo que contrasta con la solidez de la pérdida o el fracaso que persiguen a sus personajes, siempre envueltos en fases de rehabilitación o búsqueda. La búsqueda de la luz al otro lado del edén.
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