El escritor pamplonés ha publicado tanto poesía como ensayo, pero es en la ficción donde mejor se ha movido y ha obtenido mayores reconocimientos. Ahora, recala en Drácena Ediciones para publicar su nueva obra que no va a dejar indiferente a ningún lector y que transcurre en la ciudad de Nueva York, como en alguna de sus novelas anteriores.
¿Qué significa para un hombre como Vd. que le fue concedido el Premio Nadal, en 1978, volver a publicar una novela, tras quince años?
Durante los quince años que han transcurrido desde la publicación de mi anterior novela, New York Shitty, no he dejado ni un momento de dedicarme en cuerpo y alma a la literatura. He explorado nuevos géneros para mí, como la poesía y el ensayo, y he publicado el libro de redondillas, La rana en el nenúfar: por la mañana, y un ensayo de corte erótico, titulado Clítoris. Ambas experiencias me han resultado muy satisfactorias, pero es en la novela, el género en el que llevo toda mi vida literaria experimentando, donde encuentro más apasionante la aventura de la narración, de ensayar nuevas formas de decir, de expresar lo que realmente se quiere, a través de las vidas cotidianas de personajes nada cotidianos (ningún personaje lo es porque ninguna persona lo es si logras entrar en su trasfondo), en sus diálogos, sus comportamientos, sus emociones, sus recuerdos distorsionados por el tiempo… y, a su vez, cada novela, es armar un gran puzzle o crear un pequeño y nuevo universo en el que todo tiene que encajar con precisión, es decir, todo lo contrario de lo que sucede en nuestro universo real.
¿Qué aporta Si volvemos a vernos, llámame Gwen respecto a su narrativa anterior? ¿Engarza con alguna de las anteriores novelas?
Si volvemos a vernos, llámame Gwen engarza con mis dos novelas anteriores ambientadas en la ciudad de Nueva York: No dejes el cuchillo sobre la mesa y New York Shitty. Pero da un paso más, al introducirse con una profundidad desgarradora en la atormentada mente de un personaje fatídico, el fracasado escritor de guiones cinematográficos que protagoniza la novela. Frente al collage multicolor que componen el variado surtido de personajes y sucesos de mis otras dos novelas neoyorquinas, en Si volvemos a vernos, llámame Gwen, el lector se ve obligado por una poderosa e irresistible atracción a ver la vida como la ve Chowder Marris y a enfrentarse, como él, a los dilemas morales y vitales de la desigualdad social, es decir, de las dos telarañas que componen el tejido de nuestra sociedad de consumo (a la que eufemísticamente denominamos sociedad de bienestar), la telaraña de los de arriba y la de los de abajo.
Nueva York, la capital del mundo hoy y ansiada por muchos jóvenes, es el paisaje total de la novela, aunque haya otras estampas de los EEUU; ¿qué Nueva York refleja y por qué?
Como capital del mundo, Nueva York es la capital de la basura humana. La manipulación de la Bolsa y las finanzas, los préstamos basura y el comercio de diamantes en manos de los judíos jasidim ultraortodoxos, por ejemplo, contrastan con la miseria callejera y los barrios marginales de negros e hispanos, que son una muestra de que es posible la convivencia de las culturas de la antigua Babilonia y la actual Calcuta, y un claro ejemplo de la hipocresía calvinista, en la que el alma humana se redime por la adquisición de riqueza.
Las desigualdades sociales de Nueva York son la definición más perfecta de la obscenidad del alma en medio de un mundo de puritanos religiosos. La mayor desgracia no es ser ciego en Granada, (Francisco de Icaza), sino pobre en Nueva York. “Si volvemos a vernos, llámame Gwen” puede parecer a primera vista un ejercicio de provocación y lo es. Pero pretende ir un poco más lejos, y acaso descubramos su intención si lo sabemos mirar. Es una crítica a la decadencia de nuestra cultura, engañada por la publicidad, que es la mano armada del capitalismo, en la que se cree que el enemigo está fuera (comunismo, Al Qaeda), cuando, en realidad, está dentro de nuestro propio sistema de valores.
¿Es Nueva York así para Vd.?
Sí, lo es. Nueva York es, por una parte, la ciudad más bella del mundo, la más poderosa, la más atractiva, la más mimada por la arquitectura, la ciencia, las artes, la cultura… y, a la vez, la más descarnada, la más fatua e indiferente, la que parece solo ansiar la riqueza material, sin tiempo ni lugar para los otros bienes que también anhela el alma humana, como son la compasión, las relaciones con los demás, la justicia…
"Mi novela es un ejemplo de la importancia de la educación durante la infancia"
Su protagonista, Chowder Marris es un ejemplo de fracaso; pero también de algo más; podía extenderse sobre ello.
Sí, es también un ejemplo de la importancia de la educación durante la infancia, de la transmisión de unos valores determinados, de la represión, de la estrechez de miras de una comunidad, que tiene como cimientos la religión, el castigo y el sentimiento de culpa. Una sociedad, que en pleno imperio americano, moderno y funcional, sigue lastrada por el temor a los dioses y por la mediocridad de las rácanas costumbres sociales. Una sociedad que se desahoga con el alcohol (cuyas botellas esconden, todos de todos, en bolsas de papel oscuro), una sociedad que permite el uso casi indiscriminado de las armas, mientras que continúa reprimiendo el sexo, una sociedad que se sitúa en la cima de la modernidad y se basa, sin embargo, en valores retrógrados y tradicionales. El consumo y el dinero, necesario para poder consumir, son los únicos dioses y la búsqueda del éxito individual, sinónimo de riqueza, el único camino posible.
La americana es una sociedad que se desahoga con el alcohol, una sociedad que permite el uso casi indiscriminado de las armas, mientras que continúa reprimiendo el sexo
"Si volvemos a vernos, llámame Gwen" podríamos considerarla una “novela negra”, pero narrada de forma dislocada; ¿por qué? ¿Considera que el mundo ya no puede narrarse linealmente?
Es cierto que podía haber referido los hechos en el mismo orden en el que aparecen en la Sinopsis Cronológica que incorporo al final del libro, pero tenía mis razones para no hacerlo. Una de ellas era que imaginé el último desplazamiento de Chowder Marris hasta la comisaría como un viaje místico, o mítico, o metafísico, más que como un simple viaje físico, un viaje como el de Jasón en busca del vellocino de oro, o el de Moisés hacia la tierra prometida, o el de Parsifal en pos del Santo Grial, o el de Ulises de vuelta a su ansiado hogar de la isla de Ítaca.
La novela podía leerse, por echar mano del último de los ejemplos citados, en la misma clave espiritual en la que cabe leer la Odisea. Chowder podía muy bien ser como un Ulises de los nuevos tiempos, de los tiempos anodinos, sin riesgo y sin heroicidad, que nos ha tocado vivir. Dicho de otra forma, Chowder podía ser un Ulises urbano, alcohólico, amoral y presuntuoso, superviviente de su particular guerra de Troya. Me llegó a pasar por la cabeza incluso la idea de situar la acción en la ciudad de Ithaca, Nueva York.
Es cierto que la longitud del viaje que emprendió Chowder desde su casa hasta la comisaría apenas alcanzaba el quilómetro y medio; pero su verdadera aventura, más que un desplazamiento en el espacio era un recorrido a lo largo de los recuerdos, o, si se quiere, a través del alcohol; un “viaje” en el que no faltaron las sirenas a las que no debía escuchar, ni las hechiceras a las que tenía que soslayar, ni los monstruos a los que había que vencer.
El punto de vista, pues, de la narración se sitúa en el cerebro del protagonista, que, drogado y medio borracho, se dirige a matar a un teniente de la policía en su despacho de la comisaría. En el transcurso del viaje, recompone, recomponemos su vida al modo como el cerebro recompone el pasado y lo imaginado y temido: en un presente continuo. De ahí el aspecto aparentemente caótico de la narración, que, en el fondo, no tendrá nada de caótico para el lector que se sienta atraído por llegar hasta el final del relato.
¿Qué papel juegan los guiones de Marris en la novela, porque su aparición en absoluto es gratuita?
Si nos fijamos bien, el mundo caótico de Chowder no lo es tanto en lo referente a sus guiones. Los temas elegidos desacralizan sistemáticamente algunos de los usos en los que ancestralmente se asienta la falsa honorabilidad de la sociedad, tales como la ley, la familia, la educación, los impuestos, el consumismo, el puritanismo, la religión, el éxito social y la hipocresía sexual. Veamos:
En El honor del sheriff Norton el representante de la ley, el sheriff, abrumado por sus deberes cívicos, termina pegándose un tiro; en Juego para tres, la pedagoga que se propone educar a su hija en el seno familiar como en una burbuja sagrada, está tan persuadida de su propia rectitud que golpea con una botella al borracho de su marido; en El cataclismo silencioso, todos los ciudadanos, incluidos los representantes del Tesoro, quieren liberarse de su obligación de pagar impuestos; en La espuma de la cresta de la ola, un muchacho amasa una gran fortuna vendiendo “condones personalizados”, de forma que se convierte en el típico hombre hecho a sí mismo, mientras que su hijo, educado en la abundancia, recorre el camino contrario; en Hospitalidad, los hechiceros de una isla manipulan la “voluntad” de sus dioses para aniquilar paulatinamente a un náufrago que llega a sus playas; en Clase alta, un grupo de damas se enorgullece, bajo los efectos de la cocaína, de su ascensión hasta los más altos estratos de la escala social tras casarse con hombres ricos; en Sinceramente tuyo, se desbarata el único rito sexual que ha subsistido de los antiguos cultos de iniciación paganos; esto es, la ceremonia de la boda. En ella, no sólo se admite, sino que se exhorta a que el novio dé lo que se supone es el primer beso a la novia ataviada de blanco, símbolo de pureza. Con ese gesto se anticipa públicamente el preludio de un acoplamiento carnal que terminará, al menos en teoría, en una desfloración sagrada. En el guion, el novio no sólo anticipa ese beso, sino el acoplamiento completo.
Y en el panorama actual español, ¿piensa que su novela emparenta con algún grupo de relatos o piensa más bien que realiza un propuesta diferente?
Pienso que mi literatura, en general, está poco o nada emparentada con el panorama actual español. Más bien, lo contrario. Cada una de mis novelas, desde la primera, Experimento en Génesis, es una propuesta nueva, un camino inexplorado que decido abordar, de la misma manera que los antiguos conquistadores de los nuevos mundos se abrían paso a través de la selva, la sabana o las nieves perpetuas. Nunca me ha gustado repetir o hacer diferentes versiones de lo que ya he hecho, ni recorrer caminos que ya han sido andados por otros. Me gusta sentirme siempre a punto de explorar una nueva ruta que pueda conducirme, sin lugar a dudas, a mundos literarios totalmente desconocidos, abrumadores e inciertos.
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